Confiesa que
trabajó con USAID
Rafael Archondo.
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LA PAZ, BOLIVIA (ANB / Erbol).- “Tras revisar la lista de profesionales condenados
a la hoguera por haber cobrado dineros de Usaid, acepté aplicarme el test del
ministro Juan Ramón Quintana. Y resulta que, ay, dolor, me salió positivo. Sí,
lo confieso, he cometido el crimen de lesa integridad, habiendo aceptado dos
veces tratos laborales con Usaid”, confiesa con fina ironía Rafael Archondo,
exencargado de negocios de Bolivia ante la ONU en la gestión del actual
gobierno del MAS.
En su columna semanal publicada hoy en el periódico paceño La Razón,
Archondo subraya inmediatamente que “puedo decir como atenuante que no firmé
convenio alguno de complot; claro, posiblemente porque quien estaba en ese
entonces en Palacio no izaba bandera revolucionaria alguna. Me dispongo ahora a
quemar las pruebas: un par de comentarios sobre una propuesta de reforma
constitucional nunca aplicada, y un ensayo sobre la propiedad de los medios en
Bolivia. Eso perpetré y lo hice financiado por Usaid. Sí, culpable, sírvase
incluir mi nombre en la lista, en aras de la equidad”.
El periodista Rafael Archondo, que actualmente trabaja en la Red Erbol,
decidió exponer su “currículum-prontuario” (como él llama) días después que el
ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana (JRQ) condenara a un grupo de
intelectuales bolivianos de haber trabajado con la Agencia de Cooperación de
Estados Unidos (USAID).
A continuación, la columna completa de Archondo:
Mi currículum-prontuario
•Rafael Archondo
Como no me gusta juzgar a nadie (o a casi nadie, uno siempre se tropieza),
he decidido ponerme voluntariamente en la picota y eso porque auto-inculparme
nunca escapará de mi control ni de mis certezas. Si cometo una injusticia,
habrá sido conmigo mismo, lo cual minimiza daños y ayuda siempre a conciliar el
sueño.
Hete aquí que bajo la atmósfera agria desatada por la última bofetada
presidencial, rotulada como “expulsión de Usaid”, han abundado reseñas
autobiográficas expuestas a conveniencia de los interesados a fin de estilizar
su papel de defensores a ultranza de la patria. Han salido a la luz gordos
títulos académicos, medallas de mejor alumno, testimonios de entrega espartana
a la causa del bienestar colectivo. Nunca tantos méritos fueron apilados tan
prolijamente para pedir disculpas por el pasado cometido. Yo voy a seguir
la ruta inversa, con su venia y la de mis seres queridos.
Tras revisar la lista de profesionales condenados a la hoguera por haber
cobrado dineros de Usaid, acepté aplicarme el test del ministro Juan Ramón
Quintana. Y resulta que, ay, dolor, me salió positivo. Sí, lo confieso, he
cometido el crimen de lesa integridad, habiendo aceptado dos veces tratos
laborales con Usaid. Puedo decir como atenuante que no firmé convenio alguno de
complot; claro, posiblemente porque quien estaba en ese entonces en Palacio no
izaba bandera revolucionaria alguna. Me dispongo ahora a quemar las pruebas: un
par de comentarios sobre una propuesta de reforma constitucional nunca
aplicada, y un ensayo sobre la propiedad de los medios en Bolivia. Eso perpetré
y lo hice financiado por Usaid. Sí, culpable, sírvase incluir mi nombre en la
lista, en aras de la equidad.
Por si fuera poco, también trabajé en el periódico que usted tiene en su
poder, cuando los accionistas más visibles eran Fernando Illanes y Fernando
Romero, nombrados más adelante súper ministros de Goni. ¿Alguna prueba más
sobre mi talante neoliberal? Digo en mi descargo que autoricé publicar varias
veces en el suplemento dominical sendos artículos enviados desde la cárcel de
Chonchocoro. Para más señas, los apellidos del preso eran García Linera.
Atenuantes nunca faltan, artimañas de todo delincuente intelectual.
Mi tercer delito radica en haber trabajado para la cooperación
internacional durante casi una década (Naciones Unidas y el Banco Mundial). Y
claro, tampoco me encargaron apuntalar un golpe de Estado, pero a ratos revivo
la triste sensación de haberle restado ocho horas laborales diarias a las
causas revolucionarias más urgentes. Si no me alinearon a sus fines, por lo
menos lograron distraer mis esfuerzos del insoslayable servicio al pueblo. Y
bueno, la excusa que aligere mi condena podría ser que inmediatamente después
serví a tiempo completo al Estado Plurinacional, así no consiguiera superar la
barrera de los dos años.
Ahora, tras redactar mi propia sentencia, como solían recomendar Mao o
Stalin, me pregunto si no será un acto de vanidad creer que cuando alguien se
opone a tus ideas, es sólo porque se nutre de sueldos firmados en la chequera
de tus enemigos. ¿Y si no fuera por plata?
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