“No significa siquiera una reposición”, dice
Foto ilustrativa. Trabajadores asalariados de Bolivia. |
TRINIDAD, BOLIVIA (ANB / Erbol).- El contexto de precariedad laboral vigente en el
país y otros factores específicos en su aplicación minimizarán el impacto real
final del aumento salarial dispuesto recientemente por el Gobierno, que para
muchos trabajadores “no significará ni siquiera la reposición de la pérdida del
poder adquisitivo por efecto de la inflación”, señala un análisis del Centro de
Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario, CEDLA.
El pasado 10 de abril,
tras un acuerdo con la Central Obrera Boliviana (COB) y con muestras de apoyo
del sector privado, se promulgó el DS Nº 1549 que dispone un aumento de 8 por
ciento al salario básico de los trabajadores y funcionarios del magisterio,
Salud, Educación, Policía y Fuerzas Armadas; y de 20 por ciento al salario
mínimo nacional (SMN) para la gestión 2013.
Según el CEDLA, en 2011,
en las ciudades del eje central urbano del país y El Alto, 79 de 100 ocupados
contaban con empleos precarios y 51 con fuentes de trabajo extremadamente
pobres; y entre los trabajadores asalariados, 81 de 100 de ellos laboraban en
empleos con algún grado de precariedad y 29 en empleos precarios en extremo (de
muy mala calidad), estando los salarios por debajo de una canasta alimentaria
básica -uno de sus indicadores importantes- que suma 1.792 bolivianos.
Precariedad laboral,
sin cambios
Con datos propios y del
Instituto Nacional de Estadísticas (INE), el CEDLA muestra que el estado de
precariedad en el que viven los asalariados urbanos de Bolivia –que afecta con
mayor crudeza a las mujeres, que alcanzan a ganar sólo hasta el 66% del ingreso
que obtienen los hombres– no sufrió variaciones significativas durante el
período 2001-2011.
Así, para las ciudades
capitales del eje central (La Paz, Cochabamba, Santa Cruz) y El Alto, el año
2011 la población ocupada sumaba un total de 1 millón 755 mil personas, de los
cuales sólo 21 de 100 ocupados contaban con empleos no precarios, menor al del
año 2001 cuando 22 personas accedieron a este tipo de fuentes laborales,
revelando que la calidad del empleo no tuvo mejora alguna y pareció mostrar más
bien un proceso regresivo.
Aún más, en el mismo
período de análisis se produjo una disminución de la proporción de funcionarios
con empleos adecuados de 51 a 41 ocupados en el sector estatal, y de 29 a 20
personas en el sector empresarial.
“El estado de la
precariedad del empleo adquiere un rostro más crítico al observar el incremento
alarmante de la población ocupada con empleos precarios extremos en el período
señalado, vale decir, más personas con fuentes de trabajo eventuales o
temporales, ingresos por debajo de una canasta alimentaria básica y sin
seguridad social de largo plazo”, señala.
Efectivamente, en 2011 la
cantidad de ocupados con empleos precarios extremos se elevó a 51 en comparación
con los 22 existentes el año 2001, mientras que en el caso de las mujeres
ocupadas afectó a 65 de ellas, “cambios alarmantes que se registraron en todos
los sectores del mercado laboral urbano, particularmente en el mundo familiar,
donde la precariedad extrema creció en un 150 por ciento”.
El 8%, ni siquiera una
reposición
Para el CEDLA, el
incremento de 8 por ciento al salario básico para muchos trabajadores no
significará ni siquiera la reposición de la pérdida del poder adquisitivo por
efecto de la inflación registrada el 2012. ¿Por qué? En primer lugar, porque
este aumento es al salario básico y en el caso de las Fuerzas Armadas a la masa
salarial; dependiendo de su distribución, existirán grupos de trabajadores que
reciban más y otros menos. Los que reciban menos de 4,5 por ciento verán
disminuir el poder de compra de sus salarios.
En segundo lugar, el
aumento no se aplicará a todos los trabajadores. En el sector público el
aumento es sólo para algunos sectores: magisterio, salud, educación, FFAA y
policía, marginando así a los demás trabajadores dependientes del Estado. No
obstante, el decreto reglamentario hace algunas reservas, como en el caso de la
seguridad social de corto plazo donde el incremento dependerá de la
“disponibilidad y previo estudio de sostenibilidad”; asimismo, en las
"entidades" con mayoría accionaria del Estado (empresas públicas),
este porcentaje de incremento será la base de negociación.
En el sector privado, el
aumento tampoco se aplicará a todos los trabajadores sino básicamente a los que
están incorporados en planillas (que sólo representan el 55% de los
asalariados). Además, el aumento no se aplicará en todas las empresas, en
particular en las pequeñas y medianas que representan más del 75 por ciento del
universo de establecimientos que contratan asalariados y donde el poder de
negociación de los trabajadores es escaso o nulo.
“La falta de
fiscalización del cumplimiento de la norma por parte de las instancias
estatales llamadas a hacerlo, una vez más facilitará el deterioro de los
salarios a favor de la ganancia empresarial”, señala el documento.
¿Salarios
inflacionarios?
Respecto del argumento
gubernamental de que un aumento mayor a los negociados, como la pretensión
cobista de fijar el salario mínimo en 8.309 bolivianos, tendría un efecto
inflacionario en la economía, el CEDLA aclara que esa relación es falsa y se
usa para frenar las expectativas salariales de los trabajadores. “No existe una
relación directa entre estas variables”, indica.
“En realidad, los precios
no suben porque se aumentan los salarios, sobre todo en Bolivia donde los
salarios son extremadamente bajos y los incrementos anuales sólo han servido
para reponer lentamente su poder adquisitivo”, observa. Y cita ejemplos: en
2009 hubo un incremento en el salario de 12 por ciento que se reflejó en un
0,26 por ciento de inflación; en 2010 el aumento fue de 5 por ciento y la
inflación llegó a 7,8 por ciento; en 2011, con un aumento de 10 por ciento la
inflación se redujo a 6,9 por ciento; y en 2012, con un aumento de 8 por
ciento, la inflación disminuyó todavía más, a 4,5 por ciento.
“Todo indica que si
existe una relación, ésta es inversa: los salarios aumentan porque los precios
suben y los sectores empresariales buscan mantener los salarios bajos para
proteger o mejorar sus ganancias”, precisa para resaltar que los trabajadores
“tienen derecho a exigir mejores salarios por su esfuerzo productivo y los
empresarios tienen que preocuparse de mejorar su productividad para evitar el
aumento del precio de sus productos”.
Salarios sólo para
comer
La realidad del
trabajador asalariado en Bolivia es que gasta más en alimentos (el componente
con mayor peso en la canasta básica familiar, con 39%). La mitad de los hogares
a la cabeza de un obrero o un empleado podía cubrir la alimentación de su
familia pero a costa de no poder garantizar la satisfacción de otras
necesidades esenciales.
“Siguiendo una tendencia
que se inicia en años anteriores, el 2011 los hogares con jefes de hogar
asalariados ya tenían ingresos familiares inferiores al promedio (Bs 3.609). La
mitad de los hogares de obreros solamente tenía un ingreso familiar de 2.000
bolivianos o menos, y la mitad de los hogares de empleados de 2.500 bolivianos
o menos, con un promedio de dos ocupados en ambos casos”, observa.
A diciembre de ese año,
el costo de la canasta básica familiar fue calculado por el CEDLA en 4.534
bolivianos; es decir, que con su ingreso familiar los obreros apenas podían
cubrir el 44 por ciento de ese costo, y los empleados el 55 por ciento de esa
canasta.
En vista del escenario
descrito, “los incrementos salariales recientes, que reiteran la vieja política
de contención salarial desplegada desde hace mucho tiempo, no contribuyen a
mejorar la calidad del empleo de los trabajadores en el país”.
Desigual reparto del
ingreso
El análisis del CEDLA
encuentra que mientras la economía crece, los salarios aumentan lentamente en
unos casos y se estancan en otros. “Esto no significa otra cosa que las
ganancias aumentan”. El reparto del ingreso disponible entre capital y trabajo
muestra que la parte que se queda en manos de los asalariados siguió
disminuyendo hasta el 26 por ciento el 2011, mientras la parte de la que se
apropia el capital siguió aumentando hasta el 53,3 por ciento, indica.
“El descenso constante de
la participación salarial en casi 10 por ciento desde los inicios de la década
pasada significa que la tasa de explotación va en aumento en el país, explicando
la lenta evolución salarial”, agrega.
Sin embargo, el
sacrificio realizado por los trabajadores no se tradujo en inversiones
suficientes para transformar nuestro aparato productivo atrasado y poco
competitivo. “Esto demuestra que los salarios bajos no pueden ser la base de la
competitividad de las empresas ni de la economía, los factores más importantes
son la incorporación tecnológica, el aumento de la productividad, la capacidad
para diversificar la gama de bienes y servicios, la mejora de la calidad, entre
otros”, indica.
“Seguir solamente por el
camino de volver inestable el trabajo y contener los salarios, solo sirve para
perpetuar la pobreza que se origina en el mercado de trabajo”, advierte.
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