PANDO, BOLIVIA (ANB / Tomado de El Sol de Pando).- Un revelador estudio difundido por los
antropólogos peruanos Guillermo Huyhua y Rosa Arroyo, explica que la
celebración del Día de los Difuntos que se festeja en casi todo el continente
latinoamericano, desde México hasta Chile, los días 1 y 2 de noviembre, se
originó durante los días finales del incario y los primeros años de la
conquista española, hace más de cinco siglos. “Esta vieja costumbre nace en la
época prehispánica y nos lo cuenta el cronista indígena Felipe Guamán Poma de
Ayala en su crónica Nueva Crónica y Buen Gobierno”, afirman Huyhua y Arroyo.
Según el célebre cronista mestizo, noviembre, el Ayar Marcay Quilla, era
el mes dedicado a los difuntos. “Los cuerpos momificados eran extraidos de sus
bóvedas (llamadas pucullo) para renovar sus vestuarios, darles de comer y
beber, y luego de cantar y danzar junto a ellos, los ponían en andas y los
sacaban en recorrido, de casa en casa, por las calles y plazas para luego
retornarlos a sus pucullos, “dándoles sus comidas y bagilla al principal de
plata y de oro y al pobre, de barro. Y le dan sus carneros y rropa y lo
entierra con ellas y gasta en esta fiesta muy mucho”, dice la crónica de Guamán
Poma.
Esta costumbre sobrevivió a la hecatombe demográfica que trajo consigo
la conquista española y sus enfermedades. Antes que Pizarro pise tierras incas,
desde Panamá avanzaba una ola de peste negra: el sarampión, que los españoles
trajeron desde España y contagiaron a los indígenas en Panamá. Desde allí esta
enfermedad empezó su avance de muerte hacia el sur diezmando a miles de
indígenas. El sarampión llegó por tierra antes que Pizarro por mar. Así, el
inca Huayna Cápac fue contagiado y falleció por esta enfermedad. Muerto el inca
lo momificaron y lo pasearon desde Tumpipampa en Ecuador hasta Cuzco, y en las
festividades de Ayar Marcay Quilla continuaron haciéndolo. Durante todo ese
trayecto el sarampión diezmó a la población que al acudir en masa a las
procesiones del Inca se contagiaban masivamente. El indígena no tenía
anticuerpos para esta nueva enfermedad y moría irremediablemente.
Pasado el tiempo, las festividades del mes de noviembre en honor a los
“vivos y los muertos”, llamado también de “Todos los Santos” por la iglesia
católica, continuaron vigentes y dicha costumbre hasta hoy subsiste en todos
los pueblos andinos, especialmente en Bolivia, Perú y Ecuador, lo mismo que en
México y Guatemala, donde la población indígena que guarda aquella memoria de
la Conquista es similar.
Las “t’anta wawas”
Dentro de esta tradicional costumbre se destaca la “t’anta wawa” (que en
quechua significa “niño de pan”), una de las ofrendas más bellas y dulces que
se le puede hacer al difunto, sobre todo si es un niño o una niña. La t’anta
wawa es un pan dulce y delicioso. Al pan o bizcocho le dan la forma de una
muñeca o muñeco, incluso otra forma como la llama, y le agregan dulces como
menudas grageas polícromas, pasas, etcétera. Lo hacen en varios tamaños,
incluso con caretas de yeso. Cuando un niño o niña muere, siendo la prenda más
querida de una familia, el dolor es inmenso, muere el futuro, mueren las
esperanzas de la familia. Y, cuando llega el mes de noviembre los padres le
llevan sus juguetes, su ropita, los potajes que más le gustaba y entre ellos el
t’anta wawa que es una delicia para el paladar. Así surge esta costumbre,
aunque no se sabe cuando surgió en su versión actual. Pero la t’anta wawa se
extendió más allá, porque ya no solo es una ofrenda al niño o niña fallecida,
sino a todo familiar querido que falleció, incluso es consumido por toda la familia:
niños, adultos y ancianos, y por supuesto, uno de los más ricos está reservado
para el fallecido.
Esta costumbre se extiende en todo la zona andina. En Bolivia genera una
intensa actividad de la industria panificadora en las ciudades altiplánicas de
La Paz, Oruro y Potosí, así como en los valles de Cochabamba, Chuquisaca y
Tarija, donde los niños adquieren este pan junto con otros manjares de harina y
azúcar a cambio de rezos cantados frente a los altares que los hogares
erigen en ofrenda a sus familiares fallecidos. Las migraciones del occidente
hacia el oriente boliviano han instalado también este consumo ritual en la
ciudad tropical de Santa Cruz.
También la “t’anta wawa” es muy común en el Perú (donde se lo alude en
género masculino como “el t’anta wawa”); tiene mucho arraigo en Ayacucho,
Huancavelica, Junín, Arequipa, Apurimac, Cuzco y Cerro de Pasco.
En la serranía del Ecuador, donde el Día de los Difuntos coincide con la
efeméride cívica del Día del Escudo, la “t’anta wawa” se consume con la “colada
morada”, que es una bebida tradicional del folclor de la serranía ecuatoriana,
se prepara con harina de maíz morado, con piña, mora, mortiño,
frutilla, babaco, manzana, uvas, hierbas aromáticas y especias dulces (canela,
pimienta, ishpingo, clavo de olor) y azúcar, se la sirve caliente.
La creatividad popular deja ver en cada zona tantas formas,
texturas y sabores elaborados con mucho primor y detalle en su ornamentación.
Son verdaderas obras de arte para la vista y el sabor.
Pando, 2 noviembre del 2012
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