EEUU (ANB / tomado de elpaís).- La solución del drama del abismo fiscal, con la
primera subida de impuestos a los ricos en veinte años, no resuelve los
problemas de fondo del déficit y los desequilibrios estructurales de la
economía de Estados Unidos, que aflorarán en pocas semanas más con nuevas
amenazas para la estabilidad económica mundial. Las dificultades deuna acción
bipartidista para encarar esos retos, demostradas en este doloroso acuerdo de
fin de año, pueden dar lugar muy pronto a nuevas y aún más difíciles
negociaciones para evitar lo que puede anticiparse como un super abismo fiscal.
En la noche del 31 de diciembre, mientras los miembros del Senadodaban los
últimos toques al pacto que sería aprobado más tarde y ratificado al borde la
media noche del día 1 de enero por la Cámara de Representantes, el secretario
del Tesoro, Timothy Geithner, firmaba una orden para la extensión provisional
del techo de deuda de EE UU, que necesitará ya aprobación del Congreso cuando
alcance su tope definitivo dentro de, aproximadamente, dos meses. Los
republicanos no van a conceder esa extensión sin la condición de fuertes
recortes del gasto público, lo que puede poner al país, de nuevo, en el borde
de la suspensión de pagos.
Barack Obama era consciente de ese peligro cuando, en la noche del martes,
después de celebrar la aprobación por ambas cámaras del último acuerdo,
advertía que “si el Congreso se niega a darle al Gobierno de EE UU la capacidad
de pagar sus deudas a tiempo, las consecuencias para toda la economía mundial
serán catastróficas, mucho peores de lo que hubiera sido el impacto del abismo
fiscal”.
En dos meses también entrarán en vigor de forma automática los recortes de
gastos, en torno a los 110.000 millones de dólares, que el acuerdo de fin de
año ha aplazado por ese periodo. Ningún partido quiere esos recortes. Los
demócratas, porque incluye gastos esenciales, como el seguro de desempleo o las
subvenciones al Medicare (el programa de asistencia sanitaria a los
pensionistas). Y los republicanos, porque la mitad de esa cantidad se aplicaría
al presupuesto del Pentágono. Pero ninguno sabe cómo frenarlos.
Para complicar la ecuación, Obama se ha comprometido con los demócratas, en
cuya izquierda existe cierta frustración por las concesiones hechas estos
últimos días, a seguir subiendo los impuestos a los más altos ingresos. “Las
reducciones de gastos tienen que ir mano a mano con nuevas reformas de nuestros
tipos impositivos para que las grandes corporaciones y los individuos más ricos
no se aprovechen de ventajas y deducciones que no están al alcance de la
mayoría de los norteamericanos”, dijo el presidente el martes.
Esta compleja situación requeriría, obviamente, un gran pacto
presupuestario para abordar a largo plazo la reducción del déficit y la deuda.
Pero eso exigiría fuertes concesiones políticas de ambos partidos para la
recomposición del actual estado del bienestar y del modelo fiscal, algo a lo
que no ninguno de los dos están dispuestos, como se ha demostrado en
negociaciones anteriores.
El jueves toma posesión el nuevo Congreso elegido el 6 de noviembre, en el
que la presencia del Tea Party se verá considerablemente reducida. Será un
Congreso algo más convencional y más moderado, pero no lo suficiente como para
esperar un cambio significativo. Los ultraconservadores siguen teniendo un peso
enorme en el Partido Republicano, como demostró el hecho de que el senador
Marco Rubio, claro aspirante a la presidencia en 2016, votara en contra del
acuerdo, como hicieron 141 de los 236 republicanos de la Cámara de
Representantes.
Mientras ese sea el tono dominante en el Partido Republicano, es imposible
pensar en un acuerdo ambicioso de largo plazo. Todo a lo que puede aspirarse es
a compromisos parciales como el de esta Nochevieja, que eviten grandes traumas
inmediatos a la economía, pero no el mal mayor de un déficit y una deuda
insostenibles.
Este acuerdo, que aumenta la presión fiscal, tanto por salarios como por
inversiones, a los ingresos superiores a los 400.000 dólares anuales,
representa una aportación suplementaria a las arcas del estado de más de
600.000 millones de dólares en una década, cantidad estimable, pero ridícula
comparada con los 4 billones de dólares en que crecerá el déficit en ese mismo
periodo, según la Oficina de Presupuesto del Congreso. Algunos críticos en la
izquierda se quejan de que habría que haber bajado la barrera de cotización
para aumentar la recaudación. Pero incluso aunque el límite se hubiera
establecido en los 250.000 dólares, como quería Obama, los ingresos en la
década sólo habrían ascendido a los 800.000 millones de dólares, aún lejos del
déficit previsto.
Mayores impuestos a las corporaciones y a los ricos, como pide el
presidente, puede ayudar, indudablemente, y tendrán que ser parte de cualquier
arreglo. Pero será difícil una solución definitiva sin concesiones también
importantes de parte de los demócratas para la reforma del estado del
bienestar, que representaba el 38% del Producto Interno Bruto (PIB) cuando fue
levantado, a mediados de los años sesenta, y consume actualmente el 74%. La
deuda equivale a alrededor del 90% del PIB. Obama lo reconoció el martes: “Creo
que vamos a tener que encontrar medios para reformar Medicare sin perjudicar a
nuestros pensionistas, y creo que hay gastos públicos innecesarios que vamos a
tener que eliminar”.
Parte de esos gastos en los que piensa el presidente están en el
presupuesto militar, que no ha sido tocado en décadas y que ahora disfruta aún
del suplemento para dos guerras que han acabado o están a punto de acabar.
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