Arriesgan
la vida
Foto tomada de elpaís.com |
ESPAÑA (ANB / Texto: El País.).- En Turbo, un pueblo ribereño de Colombia, han aprendido a
vivir de cerca con la muerte. Cuando no eran las FARC con una masacre, eran los
paramilitares con un tiroteo.
Pero de eso, ya se cuenta poco. De lo que no han
podido dejar de hablar es de los muertos que algunas mañanas aparecen en la
orilla del río expulsados por el agua. Hay una fosa común en el cementerio a
donde van a parar esos cadáveres. Sin nombre, ni apellido. Lo único que se sabe
de ellos es que eran migrantes: cubanos, haitianos y nepalíes que tenían como
destino Estados Unidos.
Dicen
que las barcas en las que viajaban se voltearon o que los hombres que les
garantizaban las rutas, los llamados coyotes, los tiraron al agua después de
que les cobraron miles de dólares. Eso era lo que recitaban todos en el pueblo
hasta el pasado mes de mayo, cuando Panamá cerró la frontera para indocumentados.
Ahora agregan que la selva, a la que se aventuran como la única salida para
llegar a su destino, también está matándolos. Entre julio y agosto de este año
han salido 4.600 migrantes desde el muelle El Waffe, en Turbo. La mayoría
cubanos, que desde ahí viajan en lancha, que ellos mismos costean, hasta
Capurganá, destino turístico. A partir de este punto empiezan una caminata de
hasta ocho días por el Tapón del Darién, una indomable selva húmeda entre
Colombia y Panamá a la que han tenido que resignarse los más de mil migrantes
cubanos que se resistían a salir de Colombia por esa vía. “Ni deportados, ni
selva”, repetían hasta el pasado viernes desde un cambuche, en donde llevaban
casi tres meses aguantando y pidiendo al Gobierno colombiano un puente aéreo
hasta México para seguir con su ruta sin arriesgar la vida.
“Ahora
se están implementando controles en las embarcaciones hasta Capurganá. Paga 23
dólares y garantizamos que las lanchas tengan al menos dos motores. Todos los
ocupantes deben llevar chaleco salvavidas”, cuenta Fabricio Marín,
administrador del muelle de donde este sábado salieron 229 cubanos. Pero Marín
reconoce que la seguridad después de que desembarcan a dos horas de Turbo, es
incierta. Allí, los coyotes esperan a los migrantes. Por 2.000 dólares les
prometen llevarlos por el camino menos agresivo dentro de la selva hasta algún
punto de Panamá, donde empezarán otra nueva travesía para llegar a Estados
Unidos que, si tienen suerte, les tomará al menos un mes más. El dinero que
llevan para asegurar el camino, les tomó años de trabajo o significó vender lo
poco que tenían.
“En
la selva hay muertos mi hermano. No se vayan a asustar”, escucha en un mensaje
de audio Alejandro Labarte, un cubano de 32 años. La advertencia se la envía
uno de los primeros cubanos que se arriesgó hace nueve días a pasar el Darién.
“No es lo que queremos, pero si es la única salida preferimos morir allí que
regresar a Cuba”, dice Alejandro, que ha convertido su teléfono en una especie
de caja fuerte. Ahí están los testimonios de quienes ya cruzaron hasta Panamá,
los vídeos de cómo Migración Colombia sacó a la fuerza a varios compatriotas
suyos de Turbo, las fotos de un helicóptero del Estado que ha sobrevolando muy
bajo (y muy seguido) el campamento en el que duermen. “Hay mucho miedo. El
helicóptero todo el día encima asusta mucho. Las embarazadas son las que más
sufren", asegura. Hace tres días hubo un aborto.
Según
el último reporte de Migración, de los casi 1.300 cubanos que permanecían en el
pueblo, 14 ya fueron deportados a Cuba. La advertencia que hace el director de
esta institución, Christian Krüger Sarmiento, es que o salen por voluntad
propia solicitando un salvoconducto que les permita estar hasta cinco días más
en el país mientras buscan la forma de salir por sus propios medios, o los
deportan a su país de origen o a Ecuador, si entraron por ahí. Pero ninguno
quiere regresar y por eso desde el viernes se alistan para la selva.
Ariel
Jaca, de 41 años, lleva un machete, unas botas de plástico, galletas, suero y
una soga. Es un profesional de ciencias sociales que salió desesperado de Cuba
porque la situación económica lo arrinconó. Tiene fe en que ese equipaje le
sirva para el camino que emprendió este sábado y que no sabe cuándo va a
terminar. “Me dicen que animales no hay tantos, pero que hay una parte que han
empezado a llamar la montaña de la muerte y que es difícil de pasar. Con la
soga esperamos ayudarnos unos a otros, así sea arrastrándonos”. Él viaja sin
ningún familiar. Se ha hecho amigo de otros cubanos y con ellos espera llegar a
Panamá y después seguir sorteando fronteras hasta pisar a Estados Unidos. Sabe
que no es fácil. Costa Rica y Nicaragua también tienen el paso cerrado para
migrantes.
“Si
otros han podido, por qué nosotros no”, dice Aily Torres, de 28 años. Habla en
plural. Tiene cuatro meses de embarazo y este sábado se subió a una de las
lanchas cargadas de migrantes. “Me da miedo, claro, pero yo para atrás no miro.
No puedo seguir tratando de vivir con 10 dólares al mes, necesito un trabajo
digno”. La resignación les ganó. Ante la negativa del Ejecutivo colombiano de
habilitar un vuelo que los lleve a México, bajo el argumento de que sería
contribuir a una cadena de tráfico de personas, los cubanos se empiezan a ir a
pesar del temor que les genera el inhóspito camino.
“Esperábamos
que como Costa Rica y Panamá lo hicieron hace unos meses, Colombia también
tuviera un poco de humanidad y nos ayudara, pero ante la única salida que nos
dan (la deportación) no nos queda más camino que seguir como sea”, dice Aura
Ruiz, una enfermera profesional que antes de llegar a Colombia estuvo un tiempo
en Ecuador, hasta que las oportunidades laborales se acabaron. “Hay que luchar,
volver sería estar como muerta en vida. En Estados Unidos tenemos garantías.
Allá llegaremos”.
Otros
temen que la Ley de ajuste cubano y la de pies secos dejen de existir. La
primera permite que los cubanos en Estados Unidos tengan permisos de trabajo y
seguro social, entre otros beneficios, y la de pies secos garantiza que a los
migrantes que toquen tierra estadounidense se les permita quedarse de forma
automática. “Dicen que esas leyes puedes cambiar y sin eso, nos quedamos sin
opciones de vida”, asegura Patricia Suárez, otra de las tantas mujeres que
abandonó este sábado el cambuche en el que esperó durante más de un mes el
milagro de salir hacia Estados Unidos de forma segura.
A
Turbo siguen llegando buses repletos de migrantes. No se sabe por dónde entran
a Colombia. Todos dicen que esta vez no se van a quedar. Seguirán en tránsito
como lo hacen desde hace mucho tiempo. Sin despertar ruido. Según cifras
oficiales, más de 5.800 personas han sido deportadas desde Colombia en los
últimos dos meses. Por Turbo han pasado 9.400 migrantes extranjeros en lo que
va del año. El número ya supera al del mismo período anterior, cuando fueron
8.885.
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