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domingo, 21 de julio de 2013

MUERE PERIODISTA CRUCEÑO OSCAR PEÑA FRANCO


Sufría problema hepático
SANTA CRUZ, BOLIVIA (ANB / Erbol).- A raíz de una prolongada enfermedad hepática, falleció este domingo en la ciudad de Santa Cruz el periodista Oscar Peña Franco.


Cecilia Peña Viscarra, hija del comunicador social, dijo a Erbol que el malogrado ex Ministro de Informaciones no pudo soportar el tratamiento en la clínica Incor y desde el lunes pasado reposó en su domicilio particular.

Peña nació el 6 de enero de 1936 en la localidad de Vallegrande y desde muy joven estuvo vinculado con los medios de comunicación. En el gobierno del ex dictador Hugo Banzer Suárez fue exiliado a Buenos Aires (Argentina), lo que curiosamente le permitió trabajar como Jefe de Redacción en el periódico Cronista Comercial.

Fue Ministro de Informaciones en la gestión gubernamental de Lidia Gueiler Tejada, estuvo como embajador boliviano en Cuba en la década de los año 80.

El ex director del desaparecido matutino Hoy, Víctor Toro Cárdenas, destacó las virtudes de Peña, indicando que hizo “periodismo impecable”.

“Era muy pulcro en el manejo del lenguaje periodístico, fue bastante disciplinado y lo notaba riguroso en la manera de enfocar la noticia”, afirmó.

Peña Franco también trabajó en El Diario y asumió funciones de director en la cadena televisiva ATB tanto en La Paz como en Santa Cruz.

Sus restos mortales serán trasladados al cementerio Las Misiones de la capital oriental el día lunes 22 a horas 15:30.

Su último artículo de prensa

Antes que se deteriore su salud, Oscar Peña Franco escribió un último artículo el 5 de noviembre de 2009…

Sienten, luego existen (Oscar Peña Franco)

Resultan por momentos conmovedores los esfuerzos que despliegan algunos analistas del acontecer nacional en procura de elaborar (inventar o construir, llámesela como se quiera, que los efectos son los mismos) una explicación a las claves que han llevado a Bolivia al decisivo momento histórico en que hoy se encuentra. Con frecuencia, se echa mano a lo más fácil con la finalidad de devaluar los significados del vigoroso ascenso de las masas indígenas, campesinas y de los llamados movimientos sociales ocurrido aproximadamente en la última década. Se lee la crónica con olvido de la historia. Más aun, se lee sólo el título de la crónica pensando que con eso basta, cuando, en verdad, es en el cuerpo de la información donde se hallan los mejores datos que la realidad nos aproxima. El título es el anzuelo, la crónica es la pesca.

Pero ésta no es, desde luego, una cuestión de técnica periodística. Es algo mucho más serio y más profundo. Es la constatación inapelable de que esas comunidades existen aunque la falta de ecuanimidad procure negarlas. Aquí y ahora, el país de los que piensan está dividido entre los deseos que incuban unos y la realidad que ven otros, separados unos de otros por el distinto valor que atribuyen, según de quienes se trate, a las elucubraciones de gabinete o al terco sonido de la calle. Y no es que nos guíe aviesamente el intento de restar valor a los trabajos intelectuales y a las proposiciones académicas que, sin duda, enriquecen el debate sobre tan sensible cuestión.

Al contrario, hay que dar por bienvenidos todos esos aportes, aunque, francamente, algunos de ellos están más próximos a la secante militancia ideológica que al rigor intelectual. Sería útil que cuestiones fundamentales como ésta sean sometidas a un debate nacional profundo, pero infelizmente, aquí el debate atrayente es el de los gritos, las ofensas personales y los insultos. Existen medios de comunicación, favorecidos por cierto por gruesas legiones de televidentes, que se encuentran entusiastamente dedicados a la discusión escandalosa en vez de dedicarse a orientar la polémica alrededor de las cuestiones sustantivas de la actualidad nacional y sus proyecciones hacia el futuro. Así estamos y en esa fangosa porción del terreno nos movemos, pero habrá que cambiar. Algún día…

De lo que hablamos es, en el fondo, del problema de la pobreza. ¡Claro que sí! El asunto es abrir bien los ojos y hacerlos pasear honesta e inquisitivamente por los cuatro costados. Lo que se encontrará es que los pobres están en las comunidades indígenas de oriente y occidente, en las escarpadas laderas paceñas y en los remotos anillos de Santa Cruz que usted y yo conocemos apenas de vista. ¿Y aún así se puede negar que las comunidades indígenas existan y los movimientos sociales, también? ¿Y que tengan derecho, como el que más, a participar democráticamente en el futuro institucional de Bolivia? ¿Y que desde casi un decenio estén luchando por el reconocimiento pleno de sus derechos? ¿Y que desde hace el mismo tiempo se han convertido en protagonistas que no tienen ni la más pequeña intención de dejar de serlo?

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