Corea del Norte no tolera el aumento de presencia militar de EE.UU. en
Asia. Más días de escenario apocalíptico
COREA DEL NORTE (AB / El Espectador).-
La península coreana vive un
ambiente de guerra. A la decisión surcoreana y estadounidense de mantener sus
extensos ejercicios militares, el gobierno norcoreano responde con la amenaza
de atacar con armas atómicas, en caso de juzgarlo necesario; a su vez la
presidenta surcoreana, Park Geun-hye, promete destruir la mayoría del equipo
bélico de su vecino en menos de una semana.
De la pugna verbal se ha pasado a
medidas más concretas: Corea del Norte desplazó tanques y misiles a la zona
fronteriza, Corea del Sur adquirió misiles israelíes Delilah y Estados Unidos
reforzó el equipamiento militar que posee en Surcorea con aviones furtivos y
portaaviones. Así, las primeras cartas de la contienda, referidas al
intercambio de improperios y la exhibición de las capacidades destructivas, ya
están puestas sobre el tapete. Sin embargo, la guerra abierta no es inminente.
Estos amagos de lucha son recurrentes y el mundo tendrá que acostumbrarse a
vivir el escenario apocalíptico por algún tiempo, mientras un puente de
cooperación sea dispuesto para desactivar la animadversión entre ambos
contrincantes. Si bien Kim Jong-un intimida a Corea del Sur con la destrucción
de sus principales ciudades, sus devaneos bélicos se dirigen contra Estados
Unidos, porque lo cierto es que este país, en vez de mermar su presencia armada
en el oriente de Asia, busca robustecer sus vínculos estratégicos como en los
tiempos más álgidos de la guerra fría con la Unión Soviética. El presidente
Obama (quien prometió liberar al mundo de la pesadilla nuclear, anuncio por el
cual le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz), aguijoneado por la crítica
republicana de dejar perder la influencia estadounidense con los retiros de
Afganistán e Irak, acrecentó los acuerdos con sus socios estratégicos
asiáticos.
En ese momento, su dureza internacional tenía el propósito de garantizar la
reelección. Una vez consagrado su segundo mandato, aplacar la crítica
republicana significa granjearse los favores de ese partido mayoritario en el
Congreso para pasar las reformas más demandadas por los electores, a cambio de
intensificar las ventas de aparatos militares avanzados a Japón, Surcorea,
Australia y Singapur, entre otros. En Pionyang, entre tanto, los ejercicios
bélicos conjuntos de Surcorea y Estados Unidos son tomados como un agravio.
Durante unos años, la tirantez se mantendrá incólume, hasta que la
mediación se haga efectiva. La lógica intermediación de Naciones Unidas está
descartada, en razón de la imposibilidad de aprobar medidas de fuerza por parte
del Consejo de Seguridad, más allá de las sanciones vigentes. Ni China ni Rusia
aceptarían operaciones armadas, del mismo modo que las han impedido contra el
gobierno de Siria y de Irán. En consecuencia, y como bien lo indica la analista
Arlene Tickner, la desactivación del conflicto quedará cada vez más en manos de
la diplomacia de China, el principal aliado de Kim Jong-un. El conflicto ocurre
en una zona vital para sus intereses nacionales. Por todos los medios,
procurará bloquear el desmonte del gobierno norcoreano, lo cual significaría
tener las tropas y misiles estadounidenses y de otros países en su frontera.
Hoy en día, este minúsculo espacio adquiere un valor estratégico y sirve de
colchón que amortigua el contacto militar directo de los tres mayores poderes
atómicos (Estados Unidos, Rusia y China).
Tras las primeras giras internacionales del presidente Xi Jinping a África,
en la agenda del nuevo presidente chino aparece la necesidad de retomar la
solución concertada de las demandas norcoreanas de apoyo económico y respeto a
su soberanía por parte de los países vinculados al conflicto. Se trata de
retomar el Diálogo de 6 Bandas entre las dos Coreas, Estados Unidos, Japón,
Rusia y la misma China, como hace 10 años en Beijing.
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