Tinku
Verbal
Andrés
Gómez Vela
POTOSÍ, BOLIVIA (ANB / Erbol).- Un movimiento social tiene como fin presionar, vía
manifestaciones, campañas u otro tipo de medidas, a una élite, a un gobierno o
poder fáctico hasta lograr un cambio social en beneficio de una población
heterogénea u homogénea. Los pueblos indígenas, trabajadores y clases medias
urbanas constituyeron, entre finales del siglo pasado y principios de éste, un
movimiento social de resistencia y tumbaron el viejo Estado con la intención de
levantar otro.
Si
nos basamos en el origen del término, acuñado por Lorenz von Stein en 1846, concluiremos que un movimiento
social es básicamente una aspiración de sectores sociales (en su tiempo más que
todo de clases sociales) de lograr influencia sobre el Estado para reducir las
desigualdades económicas.
Dicho
de otro modo, el elemento que cohesiona a los movimientos sociales son
problemas comunes cuya solución depende del aparato estatal. Por ello,
coinciden expertos, rara vez confluyen en un partido político; su labor se basa
en presionar al poder político mediante reivindicaciones concretas o en crear
alternativas. Estas alternativas o reivindicaciones se convierten en su
principal identidad, sin tener que llegar a plasmar un ideario completo,
agregan.
En
Bolivia, los llamados movimientos sociales usaron un discurso fuertemente
cohesionador y concluyente: “los
indígenas no hemos fundado ni gobernado Bolivia, hemos resistido 500 años,
llegó el tiempo de gobernar”. El discurso denotaba una realidad de ese tiempo:
la exclusión social, política, económica y cultural de un gran segmento
social.
Nueve
años después de la toma de poder, los grupos que lograron el ascenso del MAS y
de un indígena al gobierno dejaron de ser movimientos sociales para convertirse
en organizaciones masistas porque perdieron su elemento cohesionador. Hoy
tienen que obligar a sus bases a marchar, tienen que pagarles para asistir a
concentraciones, amenazarlos con chicotazos para que voten por los candidatos
de su partido. Es más, tienen que imponer el control del voto de “sus
electores” listas en mano.
Las
medidas coactivas y extorsionadoras descritas reflejan que esos movimientos son
hoy simples grupitos conformados por élites que ya no buscan el cambio social,
sino el statu quo.
Es
muy normal que suceda esto, pues, como ya dijimos anteriormente, los momentos
revolucionarios son filamentos microscópicos en el tiempo político y tienden a
diluirse cuando los nuevos gobernantes repiten las acciones de quienes
expulsaron del poder: transfugio, corrupción, incoherencia, inconsecuencia,
privilegios, alianzas con sus verdugos.
Queda
subrayado que un movimiento social deja de ser tal cuando hay coacción y
extorsión en lugar de un elemento articulador. La historia toca el réquiem para
los movimientos sociales que sirvieron de base al gobierno actual porque ya no
cohesionan ni representan las nuevas aspiraciones sociales.
Definitivamente,
perdieron su ajayu por culpa de sus dirigentes, quienes representan hoy a una
nueva élite que acumula poder y a quienes los nuevos movimientos sociales deben
enfrentar.
La
muerte de esos movimientos da nacimiento a otros, entre ellos el movimiento de
mujeres que, en las últimas semanas, demostró su fuerza pese a que algunas
subsumidas por su color político defendieron a sus machistas y atacaron a los
del adversario político.
Sigue
vigente el movimiento ecologista y se gesta innotablemente uno de ética en la
política para recuperarla como ciencia y práctica destinada a redistribuir el
poder, en lugar de acumularlo. Estos movimientos son heterogéneos, rebasan los
límites clasistas y tienen como objetivo engranar el campo con la ciudad.
Los
movimientos sociales se gestan en sociedades democráticas porque su fin no es
desestabilizar el sistema, sino mejorar su funcionamiento. Es inconcebible en
dictaduras porque el tirano los aniquila creyendo que son enemigos, en lugar de
entenderlos como la contradicción necesaria para que la democracia funcione
mejor.
@AndrsGomezV
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