Asunción
de María, fiesta nacional surcoreana
PARAGUAY
(ANB / ABC.es).- En una misa que celebraba tanto la Asunción de
María como la fiesta nacional surcoreana, el Papa Francisco invitó a los
católicos de Asia a «rechazar los modelos económicos inhumanos que crean nuevas
formas de pobreza y marginan a los trabajadores». El Santo Padre abordó también
otro problema de este país rico y supertecnológico: «la desesperación que crece
como un cáncer» y lleva a muchas personas al suicidio. El Papa no se anda por
las ramas.
Como la intensa bruma matinal
le impidió realizar el desplazamiento en helicóptero, el Papa y sus
acompañantes tomaron un tren rápido hasta Daejeon, en el centro del país, donde
le estaban esperando cincuenta mil católicos en el espléndido estadio
construido para el Mundial de Fútbol del 2002.
La recepción fue entusiasta: un
mar de pañuelos blancos y gritos rítmicos de «¡Viva Papa!», coreados al unísono
en un clima de fiesta. Francisco utilizó como «papamóvil» un vehículo blanco al
que le habían quitado la capota. A la seguridad del Vaticano se añadieron unos
guardaespaldas coreanos, también de traje oscuro pero fáciles de distinguir
porque llevaban gafas de sol en un día nublado.
Antes de iniciar la misa, el
Papa se reunió con un grupo de diez supervivientes y familiares de víctimas del
ferry «Sewol», en cuyo naufragio, el pasado mes de abril, perecieron más de
trescientos escolares jóvenes que iban de vacaciones a la isla de Jeju. El
dolor de una tragedia por negligencia sigue atenazando no sólo a las familias
sino también al país, y el Papa escogió como marco para este encuentro
precisamente la misa en el día de la fiesta nacional, que conmemora la
liberación del Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial el 15 de agosto de
1945.
En su homilía, el Papa invitó a
los coreanos a «combatir el señuelo del materialismo que sofoca los valores
espirituales y culturales» y a hacer frente al «espíritu de competencia
desenfrenada que genera egoísmo y conflictos».
Con todo vigor, el Santo Padre
exhortó a «rechazar los modelos económicos inhumanos que crean nuevas formas de
pobreza y marginan a los trabajadores», y a rechazar también «la cultura de la
muerte que devalúa la imagen de Dios, el Dios de la vida» en cada persona
humana.
El Papa abordó uno de los
problemas de la acelerada prosperidad, concretamente, «el espíritu de
desesperación que crece como un cáncer en una sociedad exteriormente rica pero
que interiormente sufre amargura y vacío». También se refirió, de modo
implícito pero muy claro, al elevado número de suicidios «de tantos jóvenes a
los que esa desesperación ha hecho pagar su tributo».
Aunque afrontaba los problemas
con toda claridad, el mensaje del Papa era positivo, pues les exhortaba a poner
la esperanza en Dios y a esforzarse en un servicio a los demás que tiene, como
premio inmediato, olvidar los propios miedos y disfrutar la alegría del
Evangelio.
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