Por Coco Cuba
Sicario Froilán Molina. |
LA PAZ, BOLIVIA (ANB / ABI).- La captura del sicario Froilán Molina, el domingo en una
barriada de La Paz, volvió a abrir la herida irrestañable de la historia
política boliviana reciente, el asesinato por paramilitares en julio de 1980
del líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz y reflotó una lista de civiles
y militares al servicio de la dictadura de la época que le dieron muerte atroz
y desaparecieron su cadáver.
En momentos en que la mayor parte, tal vez
90%, de los testigos y protagonistas de este puzzle ha muerto, 80 policías
sacaron Molina -casi un septuagenario, sucio, abúlico y regordete, mal conocido
en el hampa y la política criolla como el "Killer", sentenciado por
asesinar a Quiroga Santa Cruz- de su guarida en la casa de su hija, en el
suburbio paceño de Cota Cota.
Mientras la prensa local le consideraba
'presunto', asesino de Quiroga Santa Cruz, pese a regir una sentencia pasada en
autoridad como cosa juzgada en su contra, un fiscal tomò el lunes declaraciones
a Molina, recluido en el penal de máxima seguridad de Chonchocoro, a 40 km de
La Paz, donde sus 2 jefes, el general Luis García Meza, que presidió la cruenta
dictadura militar boliviana entre julio de 1980 y agosto del año siguiente y
aquien se le achaca el crimen y el coronel Luis Arce Gómez, ministro de
Interiores del régimen de mano dura que expió 16 años de cárcel en Estados
Unidos por narcotráfico, purgan penas de 30 años de presidio sin derecho a
indulto.
La captura del huidizo Molina, que le hizo
palmos de narices a la justicia local por casi 3 décadas, lapso en el que
incluso apeló su condena desde su condición de prófugo y contumaz, agitó una
lista larga de nombres y hombres envueltos en el escarnio de la desaparición de
Quiroga Santa Cruz y abrió el abanico de dudas sobre quién ametralló al líder
socialista ese 17 de julio hace casi 36 años en una sede sindical y quién, mal
herido y agonizante después de haber sido torturado, le descerrajó un balazo en
la cabeza en un establecimiento militar, un día después.
Estimado como el político e intelectual más
brillante de su tiempo, Quiroga Santa Cruz promovió un juicio de
responsabilidades a Hugo Banzer, que entre 1971-1978 dirigió un régimen de mano
de hierro en Bolivia, septenato en que desaparecieron alrededor 200 de
personas, 14.750 fueron arrestadas, 19.140 salieron al exilio y más de 200
murieron, entre ellas un centenar de campesinos opuesto a paquete de medidas
económicas antipopulares en 1976.
La detención de Molina, identificado
"plenamente" en 1998 por el entonces juez Alberto Costa como uno de
los asesinos de Quiroga Santa Cruz, cuyas cenizas eran buscadas como aguja en
un pajar, en noviembre y diciembre últimos, en la hacienda de Banzer, en el
vasto oriente boliviano, hizo saltar otra vez los nombres de sicarios y
paramilitares que habían conseguido vivir a la sombra que proporciona el olvido
de la ley y sus operadores y una mora judicial de casi 100.000 expedientes.
No se sabe a ciencia cierta cómo ni cuándo,
Molina, un suboficial de Ejército en 1980 -que con el afán de obstaculizar las
investigaciones que realizaron desde 1983 diversas comisiones civiles y
militares, implicó a un tal Rubén Darío Fuentes, muerto en 1989- y el paramilitar
José Luis Ormachea, cuyo paradero se ignora y que en 1998 fueron a parar tras
de rejas por asesinar a Quiroga Santa Cruz, se esfumaron de la cárcel y, lo
peor, consiguieron vivir en la ciudad de La Paz como Pedro por su casa, tal
cual lo confirma el arresto del primero, horas atrás.
Según el fiscal del Estado, Ramiro Guerrero,
éstos tras de rejas, pero no se sabe cómo o en virtud de qué artilugio es que
salieron libres.
Entre ambos y otro suboficial, Franz
Pizarro Solano, alias "El Chapaco" que, se presume, vive en Japón
hace 35 años, y un tal Gerardo Sanjinés, malconocido como "El Adela",
se disputan el triste título de asesinos de Quiroga Santa Cruz.
Sanjinés fue detenido en 1998 cuando debió
someterse a un tratamiento en una policlínica local, mas no se conoce ahora
mismo que fue de él.
Según el ex diputado Wálter Vásquez Michel,
octogenario y vivo aún, que sobrevivió a las heridas que le ocasionó la ráfaga
de metralleta que un paramilitar soltó a quemarropa apenas vio descender por
unas gradas a Quiroga Santa Cruz manos a la nuca, el asesino era un hombre más
bien bajo de estatura, nariz aguileña y pelo recortado.
Molina, que apareció el lunes enmanillado
en primera plana de todos los diarios del país, flanqueado por dos policías a
los que increpó de diletantes, tiene 2 de los 3 rasgos que Vásquez Michel
describió al diario Presencia en 1998: bajo de estatura y nariz aguileña, pero
luce tan maltrecho que es difícil apuntalar cualquier extremo.
En esa acción paramilitar, quedó herido y
paralítico el diputado trostkysta Carlos Flores.
Sangrante y con el paletó deshilachado por
los disparos, Quiroga fue subido a una ambulancia, con que una columna de
paramilitares, algunos argentinos, mimetizaron la asonada que depuso a la
entonces presidente de derecho Lidia Gueiler.
Ese fue el último momento en que se vio con
vida a Quiroga Santa Cruz.
Un fotógrafo, hasta ahora no identificado
por cuestiones de seguridad, entregó en 1983 los positivos de fotografías
tomadas al cadáver de Quiroga Santa Cruz, mientras humeaban aún las pistolas
que escupieron las balas que se segaron la vida del malogrado político
boliviano, lo más probable, la madrugada del 18 de julio de 1980, dijo su
depositario, el abogado Mario Roncal, ministro de Interiores del primer
gobierno de la restauración democrática en Bolivia de 1982 tras 18 años de
dictadura militar.
Recordado por entregar a las autoridades
francesas de Lyon a Klauss (Barbie) Altmann en 1983, Roncal, muerto ya hace 3
lustros, confirmó que "los positivos de unas tomas del cuerpo
evidentemente vejado (del jefe socialista), presumiblemente captadas en el
cuartel de Miraflores", la principal sede del
Ejército
boliviano, le fueron entregadas por el anónimo fotógrafo.
En 1998, la revista alemana Stern publicó un
fixture de fotografías que revelaba inobjetablemente que el líder socialista
boliviano fue torturado antes de ser rematado.
La captura de Molina agitó un mar de
recuerdos, entre otros la versión que proporcionó la viuda de Quiroga Santa
Cruz, Cristina Trigo, mucho antes de morir en 2014.
Civiles con el cabello recortado se
acercaron a la mujer, 3 meses después de la desaparición de su esposo y le
entregaron una suerte de urna, dizqué con las cenizas de Quiroga Santa Cruz, un
aro y cadena de oro.
Enfrentadas a pruebas de laboratorio, el
polvillo de osamentas resultó no corresponder a un ser humano.
Alentado por el hallazgo de los restos del
comandante rebelde argentino cubano Ernesto Che Guevara, en julio de 1997 en el
sudoeste de Bolivia, el expresidente ultraliberal Gonzalo Sánchez de Lozada
(1993-97) conformó una comisión para investigar el paradero de los restos de
Quiroga Santa Cruz, mas al agotar su mandato entregó el cuaderno de la pesquisa
a Banzer quien le sucedió por la vía constitucional en agosto de ese año.
En la lógica prosaica del 'aquí lo puse y
no aparece', el dosier de la investigación congresal se entrepapeló y se perdió
para nunca más.
El ministro de Gobierno (Interior) del
Banzer demócrata (1997-2000), Guido Náyar, acusó a un funcionario del gobierno
saliente de Sánchez de Lozada, José Luis Harb de "llevarse a casa"
los documentos que habían sido remitidos
a la Inspectoría General de las Fuerzas Armadas.
Peritos bolivianos y extranjeros han
buscado sin éxito en las últimas 3 décadas los restos de Quiroga en los
alrededores del Cuartel de Miraflores, emplazado en la orilla de un barranco
que hoy mismo da a una transitada avenida capitalina.
Hace menos de un año saltó la versión que
las osamentas -tal vez incineradas en un turril cerca del barrio de San Jorge-
más buscadas en Bolivia desde julio de 1997 habían sido ocultas en un piano de
cola en la hacienda de Banzer, a unos 400 km de la ciudad de Santa Cruz y a más de 1.000 km de
La Paz.
"(El cadáver) nunca llegó (al cuartel
de Miraflores)", señaló inmutable García Meza, primer dictador
sudamericano recluido en una cárcel común, que en entre su celda de Chonchocoro
y la litera de un hospital militar en La Paz se ha pasado los últimos 21 años.
En el 'toma y daca' de la impunidad, García
Meza, que a principios de 2015 ofreció al entonces ministro de Gobierno, Hugo
Moldiz, información a cambio de conmutar su pena por la libertad, ha acusado a
Arce Gómez de haber mandado a matar a Quiroga Santa Cruz, a quien juró hacer
pagar su denuncia de que en 1980 el Estado boliviano invertía 17 veces más en
alimentar a un caballo de raza del Colegio Militar que en la salud per cápita
de la población.
También ha implicado un ex secretario de
Culto, Wálter Rico Toro, tío del ex jefe de
inteligencia
del ejército de entonces, Faustino Rico Toro, y
a un tal Raúl Ramallo, en el conocimiento del "asunto".
Como los Rico Toro y lo más probable, la
mayor parte de los personajes de esta historia sin fin están, por viejos o por
balas, 10 metros bajo tierra, el paradero de los restos de Quiroga Santa Cruz,
lo que la captura de Molina ha encendido, volverá a regirse al pacto silencio
en que se ha mantenido en 36 años.
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