Tinku
Verbal
Andrés
Gómez Vela
LA PAZ, BOLIVIA (ANB / Erbol).- Cuando Hernán se enteró que su segundo bebé era mujer sugirió
a su esposa regalarlo. Como todo varón erecto en una sociedad con cimientos
patriarcales, quería otro varón porque “una mujer no vale nada”. El día que su
mamá le contó ese episodio, Alina conoció las penumbras de la depresión y cada
vez que recuerda esa asfixiante frase
cruza el desierto de la rabia y sube la cuesta de la impotencia.
En
una comunidad colgada en el olvido, Fernando tuvo 10 hijas, no porque él quería
ampliar su cuota de población en la Tierra, o porque su esposa, Lourdes, tenía
una divina vocación de madre, sino porque el patriarca buscaba un hijo varón
para eternizar su ilustre apellido. Ensayó todas las cábalas posibles, desde el
desenfreno en plena luna llena hasta las más inéditas kamasútricas posiciones
sexuales, pero Dios, si tuvo tiempo para ocuparse de esta minucia, le mandó con
la soberbia del destino una preciosa decena de bebés de sexo femenino.
Fernando
es hoy un cariñoso abuelo, pero rumia en el abismo de su silencio, que aumenta
el volumen de los gritos de sus amigos, “chancletero”, “chancletero”, el hecho
de que ninguno de sus nietos lleve su apellido hacia el tiempo sin fin.
La
escuela de la vida, esa que los pobres de neuronas dicen que enseña mejor que
la universidad, tiene profesores con déficit de inteligencia porque reproducen
la arquitectura de la sociedad patriarcal, que va procreando en serie gente
como Hernán y Fernando.
En la
otra orilla de los usos y costumbres -a la que también llaman cultura algunos
generosos intelectuales para igualar a los que acumularon hora tras hora
conocimientos con los que ni lo buscaron- está la filosofía que no resuelve
problemas sino que, en contra flecha, los genera para obligar a la gente a
pensar. Sí, a pensar como condición previa para ejercer su humanidad, y no
acatar los usos como verdades irrefutables y las costumbres como reglas que
sacralizan la comunidad donde prima el poder del falo.
Justo
en un pedazo de territorio de pensamiento libre nació José Luis, en una familia
de cinco hermanos, quienes aprendieron a cocinar, lavar, planchar mientras
llegaba la hermanita, a la que esperaban contando las horas para que haga todo
lo que ellos hacían en ese momento. El día que nació la bebé dieron por seguro
que en unos años más se librarían de las “femeninas” tareas domésticas. Y lo
expresaron con la osadía de los machos que esperan las disculpas de su víctima
por haberse portado mal y haber “merecido” la golpiza.
Mas,
no contaban con la descolonizada madre universitaria, que ya tenía alas en su
pensamiento, cuando ni siquiera aquella palabra se había cristalizado como
concepto. “Ni piensen que ella nació para servirles, ella nació para ser reina
de esta casa y de su casa”, habló Mamá con la autoridad de la mujer expulsada
de la escuela de la vida precisamente por pensar que las reglas de esa
“cultura”, con cabeza de pene, era y es infiel al ser humano.
Alina
y José Luis se conocieron en un callejón sin salida de la vida. El amor trepó
por sus sangres con el desenfreno del vino. Hablaron sin aburrirse durante
horas, días, semanas, de las hormigas, de filosofía, de la universidad de la
vida, y por supuesto, de sus hogares, tan disímiles. Al doblar el día,
coligieron que la violencia contra la mujer nace en casa y debe morir en casa
para no reproducirse fuera de ella.
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