El
Chaco, Tarija, Oruro, Potosí y Cochabamba
Rolando
Carvajal, especial para Erbol *
LA PAZ, BOLIVIA (ANB / Erbol).- Entrado el año, Laguna Colorada, uno de los humedales más
singulares del país, próximo a la frontera con Chile, estaba a media capacidad
de embalse, con grave riesgo para la vida no sólo de los flamencos rosados sino
de los líquenes rojos que le dan característico color a sus aguas de 30
centímetros promedio profundidad.
Los
datos de registrados de esperada recarga, en Cochabamba para la presa de La
Angostura y las lagunas de Wara Wara y Escalerani el 6 de enero eran casi
nulos: 10 centímetros, es decir nada, lamentaban ejecutivos de la empresa local
del agua y regantes, que habían cerrado compuertas dos semanas antes, a fin de
evitar cualquier filtración.
Por
su lado, el proyecto Misicuni, que lleva décadas hinchando las esperanzas de la
capital cochabambina y sus alrededores, decidió postergar para marzo o abril su
llenado previsto para enero y febrero.
El
sábado 16 de enero, la represa de Tacagua, en Challapata, en la orilla Este del
agonizante lago Poopó, contenía sólo 28 millones de los casi 50 millones de
metros cúbicos del máximo de masa acuática disponible en ese reservorio para
regar 40 mil hectáreas de forraje destinado al ganado que enorgullece la
industria lechera local, aunque la población está sometida a racionamiento
permanente de agua, restringida a dos horas diarias, y de madrugada.
Este
último jueves 28, los gerentes de Aapos-Potosí mostraron que Chalviri,
Llakachaca y otros 22 embalses en cascada que desde las alturas de Karikari
sirven desde la colonia, están al 35 por ciento de su capacidad, pero
garantizan la provisión por dos meses sin recurrir al racionamiento, siempre
que no se repitan excesos como los del carnaval minero, el 23 y 24, donde el
líquido corrió a raudales, por dentro y por fuera.
Más
al sur, Cotagaita era un horno de día contradictorio con heladas que
destrozaron la cosecha de duraznos, súbitos granizos del tamaño de huevecillos
y racionamiento a seis horas, mientras que el río Tupiza, en la ciudad del
mismo nombre, mostraba este viernes 29 su caudal –para estas épocas lleno de
“banda a banda”, repartido entre escasos arroyuelos consumidos por la
radiación, la evapotranspiración y otros efectos del cambio climático mundial
que está dando fin con el lago Poopó.
Ya en
el municipio de Yunchará, las lagunas de Tajzara, en la alta puna de Tarija, la
deficiencia de precipitaciones pluviales persistía el sábado 30, sin que estos
reservorios pudieran remontar su estado semivacío de diciembre, aunque las
lluvias de fin de semana pudieron llenar algo los receptáculos naturales de “la
mejor agua del país”.
“Reitero,
los niveles son los mismos de cada año en temporada seca”, reducidos a 70 %,
insistió este lunes 1 Francisco Arce, director de la reserva biológica de Sama,
que esperaba verificar en el lugar, este martes 2, la capacidad del reservorio
cercano a Yunchará, punto medio de la carretera-Tupiza-Tarija.
En la
capital tarijeña, las lluvias llegaron con intensidad los últimos días, pero el
comportamiento de las precipitaciones varía de una a otra cuenca: en Tomatitas,
límite entre el municipio local y el contiguo de San Lorenzo, el torrente
renovado del río Guadalquivir, contrasta a sólo distancia de metros, con el
reseco cauce del Erquiz y otros afluentes, como muestra un video captado este
fin de semana.
En el
Chaco, donde la poca lluvia se evapora rápidamente agrietando la tierra o se
sume de inmediato, un encuentro de municipios convocado para tratar
presupuestos regionales y financiamiento para el desarrollo a consecuencia de
los ingresos en bajada de los hidrocarburos, prevé considerar también, entre
martes y miércoles próximos en Yacuiba, la emergencia de la sequía.
Este
año, las lluvias no llegaron en noviembre, cuando, en cambio, comenzaron los
retumbes de rayos y truenos proselitistas que se intensificaron en diciembre y
enero y que amenazan explosionar las próximas tres semanas, pudiendo coincidir
con los esperados aguaceros que fácilmente derivan en inundaciones y
declaratorias de desastre cono los que anualmente se registran en el Beni y
otros distritos, y que ayudan a sobrellevar la inveterada pobreza.
La
alerta presidencial sobre la sequía ocurrió el 14 de enero, días antes del
Informe sobre la década de su gobierno, pero muchos meses después de los
primeros indicios de la falta de lluvias.
Las
reacciones oficiales presentan el mismo perfil, sean subnacionales o centrales,
mientras el fenómeno de El Niño “Godzila” ya campea en el país y se aguarda
para junio la irrupción de su hermana, La Niña.
Por
primera vez en décadas, este jueves de compadres en Potosí transcurrió sin el
tradicional chubasco de los “quewua-compadres-llorones” y la exclusa de la
represa de Incachaca en La Paz se muestra cerrada, con un nivel de aguas
deficitario, sin masa en la parte superior, de mayor embalse.
Para
la EPSAS alto-paceña, sin datos recientes públicos y específicos de la reservas
en Hampaturi, (que riega Chicani e Irpavi) y tampoco de Tuni-Condoriri y
Milluni, sobre la que se cierne la contaminación que ya afecta a El Alto, el
embalse general oscila entre el 50% y 70%.
“Un
parámetro normal”, según la optimista empresa pública y social, que al igual
que otras instituciones confía en los pronósticos del Servicio meteorológico e
Hidrológico (Senamhi): mayores precipitaciones en febrero.
Y tal
vez en marzo, pero ¿Y después qué?
Pues
no se trata sólo de retrasadas y deficientes precipitaciones para las reservas
superficiales impactadas además por la contaminación minera en muchos casos,
afirman expertos hídricos, oficiales y de la sociedad civil consultados en
diversos poblados de Oruro, Potosí y Tarija
Se
trata de diversos factores que incluyen a los acuíferos subterráneos,
contaminados o no como en regiones próximas a la explotación minera; a la
intensidad de la evapotranspiración del agua y la radiación solar, al deshielo
de los glaciares que corren el riesgo de ya no ser eternos y especialmente la
pérdidas de agua por uso no eficiente o sencillamente abuso y desperdicio por
falta de información y educación públicas.
Todavía
aún más: a los derrames de “diques de colas” supuestamente erigidos para
detener las agua usadas de los desmontes mineros, el fin de ciclo de muchas
plantas de tratamiento de aguas servidas, y el vertido de ellas a los
principales cauces o la simple inexistencia de estas plantas, además de la perenne
falta de coordinación, salvo excepciones, entre políticas y estrategias
estatales, en caso de que las hubiera, con programas y proyectos de
gobernaciones y municipios
(*Rolando
Carvajal es periodista de investigación en la Consultora REDES)
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