Relaciones
diplomáticas
ESPAÑA (ANB / ABC.ES).- La operación terminó con palomitas en el avión que traía a
Washington a Alan Gross, el ciudadano estadounidense que llevaba cinco años
preso en Cuba, cuya liberación había sido la prioridad de Barack Obama en las
conversaciones abiertas con el régimen castrista. La misión había tenido un
susto de última hora: a pesar de lo convenido, La Habana no permitió despegar
el avión justo cuando aterrizó el que transportaba a los tres espías cubanos
que, también desde el principio, eran el precio puesto por Raúl Castro. Tuvo
que esperar cinco minutos que se hicieron eternos.
Era
el miércoles a las 8.45 de la mañana –la misma hora en La Habana y en
Washington; seis horas más tarde en España– cuando el piloto hizo el esperado
anuncio a Gross, su mujer Judy y quienes les acompañaban: «Acabamos de salir
del espacio aéreo cubano». Ahí comenzó la celebración.
Tan
impresionante era el operativo del intercambio de prisioneros como el hecho de
que durante los 18 meses de negociaciones directas entre EE.UU. y Cuba nunca
hubiera habido ninguna filtración de lo que estaba ocurriendo. Ni desde la
Administración Obama, ni desde Canadá, que fue el país anfitrión de al menos
nueve reuniones, ni desde el Vaticano, cuyo papel fue decisivo en permitir el
acercamiento entre dos países enemistados durante más de medio siglo.
La decisión
de tender la mano a Cuba estaba en la mente de Obama cuando en 2008 ganó la
presidencia. Nada más llegar a la Casa Blanca alivió las restricciones de los
cubanos residentes en EE.UU. para visitar a sus familiares y enviarles dinero.
Pero nuevos pasos quedaron congelados cuando en diciembre de 2009 Alan Gross
fue detenido en Cuba, acusado de introducir material de telecomunicaciones.
Cuando a principios de 2013 Obama se reunió con su equipo de colaboradores para
determinar las prioridades de su segundo mandato, Cuba pasó a uno de los
primeros lugares. La decisión del régimen castrista de rebajar las
restricciones de viaje de sus ciudadanos abría esperanzas de un cambio.
Un
equipo joven
Desde
un primer momento, Obama se marcó con condición imprescindible la liberación de
Gross. Lo que hacía converger la nueva operación diplomática desde la Casa
Blanca con los esfuerzos humanitarios que desde más atrás estaban haciendo
varios legisladores estadounidenses en colaboración con el Vaticano. En marzo
de 2012 se había producido una reunión en la Embajada del Vaticano en
Washington para impulsar la mediación de la Santa Sede. «Es algo que siempre
estuvo en el radar del Vaticano, que elevó la conversación a más altos poderes,
no sé si ángeles, querubines o serafines», ha dicho con gracia la senadora
Barbara Mikulsi, que estuvo en esa reunión en la nunciatura. Para abrir las
negociaciones diplomáticas, Obama necesitaba un canal discreto, que permitiera
un diálogo sometido a menos presión. Para eso escogió a dos jóvenes de su
equipo: Benjamin Rhodes, número dos de su Consejo de Seguridad Nacional, y
Ricardo Zúñiga, responsable del Hemisferio Occidental en ese mismo organismo.
Zúñiga, de familia hondureña, trabajó como diplomático estadounidense en La
Habana.
Durante
varios meses, Rhodes y Zúñiga estuvieron haciendo discretos viajes a Canadá
para reunirse con una delegación cubana algo mayor, pero igualmente reducida.
El Gobierno canadiense, que no participó en las conversaciones, facilitó los
lugares de reunión, en Toronto y Ottawa. Los encuentros se desarrollaron
normalmente en un solo día, aunque en ocasiones contaron con una segunda
jornada.
Al
principio los negociadores estadounidenses rebajaron su interés por la
liberación de Gross, para que los cubanos no pidieran un alto precio por ella.
Eso les habría dado margen para que cuando los negociadores de Cuba plantearon
a cambio la entrega de sus espías detenidos en EE.UU. Washington se sacara de
la manga una nueva demanda: la liberación de Rolando Sarraf Trujillo, un «topo»
cubano que había pasado información a EE.UU. y estaba en prisión desde hacía
casi veinte años. Los cinco espías reclamados por La Habana habían sido
detenidos en 1998 y sentenciados a largas condenas. Uno de ellos, acogido a
beneficios penitenciarios, recibió permiso para viajar a Cuba para visitar a su
padre moribundo. En 2013 se le concedió permanecer en la isla. Otro fue excarcelado
en 2014 y los tres restantes formaron parte del paquete negociado finalmente.
En el
funeral de Mandela
El
mundo desconocía lo que se estaba gestando cuando Raúl Castro y Barack Obama se
cruzaron en diciembre de 2013 en el funeral de Nelson Mandela en Sudáfrica. El
apretón de manos llamó la atención, pero no levantó sospechas.
En
marzo de 2014 Obama visitó al Papa Francisco en el Vaticano. En una
conversación mantenida a solas, el presidente, que obviamente conocía la
mediación de la Curia, pidió la intervención directa de Su Santidad. «Estimando
la importancia de este Papa te quedas corto. Viniendo de donde viene tiene una
gran resonancia entre los líderes de la región», indican altos funcionarios de
la Casa Blanca. Obama se valió así de la astucia mediadora del Vaticano para
lograr el deshielo con La Habana.
Durante
este verano el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, tuvo cuatro
conversaciones telefónicas con el ministro de Exteriores cubano, Bruno
Rodríguez Parrilla. En ellas le advirtió de que EE.UU. «nunca, nunca» daría el
paso si Gross moría en prisión. Kerry también trenzó sus gestiones con el
secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, con quien se reunió
en junio en la Santa Sede. Lo que propició que las delegaciones negociadoras
mantuvieran una de sus decisivas reuniones en el mismo Vaticano, el pasado
octubre, en un ambiente propicio creado por el Papa tras sendas cartas a Obama
y Castro.
El
Papa Francisco puede hacer milagros con una hoja de papel. Su carta a Vladímir
Putin unos días antes de la reunión del G-20 en San Petersburgo en septiembre
del 2013 logró frenar los bombardeos masivos contra Siria cuando los aviones
norteamericanos estaban a punto de despegar. Las cartas a Obama y Castro el
pasado verano han producido otro milagro.
"El
último muro"
En
realidad, Francisco cosecha los frutos de la semilla que Juan Pablo II plantó
en su histórica visita de 1998 a Cuba, y que Benedicto XVI regó en la del 2012.
Dieciséis años no es demasiado tiempo si al final se logra una transición
pacífica «como en Polonia, no como en Rumania», que es el objetivo del
Vaticano. El Papa polaco llegó a ver la caída del Muro de Berlín. Ahora ha
caído «el último muro».
La
superación del último vestigio de la Guerra Fría había empezado en aquel
encuentro en la nunciatura de Washington, en marzo d’el 2012, poco antes del
viaje de Benedicto XVI a Cuba.
Cuando
el Papa Francisco tomó el relevo en Roma, Cuba estaba ya en su corazón, y no
solo por su amistad con otro personaje extraordinario, el cardenal Jaime Lucas
Ortega y Alamino, quien lleva 33 años como arzobispo de La Habana, un trabajo
capaz de acabar con cualquiera. Otro antiguo amigo, el cardenal de Boston, Sean
O’Malley, llevaba muchos años viajando a Cuba para llevar ayudas.
El
"número tres" del Vaticano, Ángelo Becciu, ha sido nuncio en Cuba,
mientras que el «número dos», el secretario de Estado Pietro Parolin, era
nuncio en Venezuela cuando el Papa le llamó a Roma como su principal
colaborador y jefe de la diplomacia vaticana. Según Parolin, «el papel del Papa
fue decisivo, precisamente porque él tomó la iniciativa de escribir a los dos
presidentes para invitarles a encontrar un punto de acuerdo».
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