Análisis
de Excelsior
ESPAÑA
(ANB / www.excelsior.com.mx).- Al
crimen organizado transnacional le gustan las oportunidades y la poca
resistencia. Actualmente, Bolivia ofrece ambas y se encuentra en el corazón de
una nueva dinámica criminal que amenaza la seguridad nacional y ciudadana en
ese país andino sin salida al mar.
Esta nueva dinámica criminal
está centrada en los cambiantes patrones de consumo de drogas en la región. El
papel dominante de México en el comercio regional de drogas se debe mucho a su
ubicación, cercana al consumidor de drogas más grande del mundo, así como a su
capacidad para producir drogas como heroína, marihuana y metanfetaminas.
Bolivia está muy cerca del que
es hoy el segundo mayor consumidor de drogas ilegales del mundo: Brasil.
También limita con el principal productor de cocaína del mundo, Perú, y con el
principal productor de mariguana de Sudamérica, Paraguay. Mientras tanto,
Argentina experimenta un aumento en el consumo interno de drogas, en particular
de “basuco” o “paco”, un tipo de cocaína que se puede producir en Bolivia. En
la actualidad, incluso los mercados domésticos de drogas de Chile y Perú
presentan crecimiento.
Hoy en día, Bolivia está
literalmente en el corazón del comercio de narcóticos ilegales de Sudamérica.
Agréguese que Bolivia también produce su propia cocaína y se encontrará con una
diversidad de oportunidades criminales.
Esta dinámica en Sudamérica es
totalmente independiente de las tradicionales rutas de tráfico de drogas que
alimentan el mercado de Estados Unidos. De hecho, fuentes estadunidenses
consultadas por InSightCrime afirmaron que el análisis químico de la cocaína
incautada en Estados Unidos demuestra que sólo cinco por ciento de ella
proviene de Bolivia.
Estas dinámicas en sí mismas
podrían convertir a Bolivia en un epicentro del tráfico de drogas, pero también
hay otros factores que hacen de este país un terreno bastante fértil para el
Crimen Organizado Transnacional (COT).
Es importante señalar que
Bolivia, con una tasa de homicidios de 11 por cada cien mil habitantes, es un
país seguro para los estándares latinoamericanos. El gobierno del presidente
Evo Morales ha registrado un éxito significativo en la lucha contra el tráfico
de drogas, principalmente en lo que respecta al control de los cultivos de
coca. Sin embargo, los recursos que actualmente están siendo desplegados por el
Estado boliviano para enfrentar al COT —enfocados en los posibles beneficios
económicos del comercio de la droga— han probado no ser suficientes.
La naturaleza del crimen
Bolivia llegó a contar con sus
propios sindicatos de la droga de grandes ligas. El más notorio de éstos estuvo
dirigido por Roberto Suárez, conocido como El Rey de la Cocaína de Bolivia,
quien incluso llegó a trabajar con Pablo Escobar y el Cartel de Medellín. Hoy,
el crimen organizado en el país está limitado principalmente a los clanes
criminales, que participan en una amplia variedad de actividades delictivas,
principalmente el contrabando.
En ocasiones, estos clanes
involucrados en el narcotráfico también participan en la producción de base de
coca. Según una fuente de alto nivel en la policía boliviana, el más
sofisticado de estos clanes puede reunir hasta mil kilos de base de coca y
enviarlos a los grupos del crimen organizado brasileño. Esta base de coca
posteriormente alimentará el mercado del “basuco”.
El “basuco” es como la cocaína
crack, una forma altamente adictiva de la droga que se fuma. Es más barato de
producir que la cocaína y su efecto es intenso pero de corta duración, haciendo
que los adictos lo consuman de manera repetida y prolongada, con daño
permanente a su salud. Al igual que la epidemia del crack en Estados Unidos en
los años 80, que dio lugar a la guerra contra las drogas, Brasil, y en menor
medida Argentina, luchan ahora para contener el crecimiento de consumidores de
“basuco”. Bolivia es el principal proveedor de ambos países.
Ichilo, en el departamento de
Santa Cruz, es uno de los centros de producción de base de coca, y es hogar de
al menos cuatro de los más sofisticados clanes de la droga. En una entrevista
con el programa de televisión boliviana Sin Letra Chica, un miembro de uno de
estos clanes señaló que su organización trabaja en conjunto con otra, y que
entre las dos cuentan con unos 600 integrantes. En una buena semana los dos
clanes pueden producir hasta 800 kilos de base de coca, agregó.
Parte de esta base es
transportada a la frontera con Brasil, donde se vende directamente a los grupos
del crimen organizado brasileño; otra parte es comprada por los colombianos,
que procesan la base y la convierten en cocaína. La fuente también dejó claro
que el coronel de la policía de la cercana localidad de Yapacaní estaba incluido
en la nómina de los narcotraficantes.
Evitan la violencia
Extrañamente hay poca violencia
entre los clanes criminales de Bolivia, por lo que sus actividades atraen poca
atención. A diferencia de los colombianos, y cada vez más de los brasileños, el
crimen organizado boliviano prefiere resolver sus diferencias pacíficamente.
Parte de esto puede ser explicado desde la fuerza que tiene la cultura indígena
en Bolivia, la cual aborrece la violencia y trata de encontrar soluciones
comunes a los problemas.
Sin embargo, hay evidencia de
un incremento en los asesinatos relacionados con las drogas en Santa Cruz,
aunque esto podría estar más vinculado al COT que a las disputas entre los
clanes criminales de Bolivia. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga
y el Delito (ONUDD) ha advertido que un aumento en la violencia es casi
inevitable si Bolivia mantiene su posición como país productor y punto de
tránsito para las drogas.
En marzo de 2013, el gobernador
de Santa Cruz declaró estado de emergencia para contener una ola de crímenes en
la ciudad, culpando al narcotráfico de la violencia. El tema volvió a los
titulares en julio de este año, cuando en el transcurso de dos semanas se
cometieron cinco asesinatos en Santa Cruz, en los cuales, presuntamente, habría
participado el COT colombiano.
En 2013, el Observatorio
Nacional de Seguridad Ciudadana (ONSC) de Bolivia registró 762 pandillas en el
país, con más de 25 mil miembros. La mayor parte de ellas concentradas en La
Paz (261), Santa Cruz (169) y Cochabamba (106). Algunas de éstas son simples
pandillas callejeras; otras estarían mejor clasificadas como clanes criminales.
Costos y el “efecto cucaracha”
Con la evolución del crimen
organizado latinoamericano se han producido dos acontecimientos que ahora
afectan a Bolivia de forma directa.
A pesar de que los colombianos
han estado interesados en Bolivia durante unas cuatro décadas, su interés ha
cambiado en los últimos diez años. Pablo Escobar solía llevar a Colombia
aviones llenos de base de coca e incluso de cocaína boliviana antes de que la
droga se dirigiera a EU.
Hoy en día son los mexicanos,
no los colombianos, quienes dominan el mercado de la cocaína en Estados Unidos.
De hecho, en muchos casos, los colombianos se han convertido en proveedores al
por mayor de los mexicanos. Mientras que en los días del Cartel de Medellín los
colombianos producían un kilo de cocaína por alrededor de dos mil dólares y lo
vendían en Estados Unidos por 50 mil dólares, actualmente la mayor parte de las
ganancias terminan en manos de los mexicanos.
En Colombia un kilo de cocaína
de alta pureza cuesta alrededor de tres mil dólares. Los mexicanos compran a
los colombianos ese mismo kilo por entre ocho mil y 12 mil dólares en Honduras,
el principal punto de transferencia. Esto significa que el crimen organizado
colombiano gana, en el mejor de los casos, alrededor de siete mil dólares por
kilo de cocaína, una vez restados los costos de transporte.
En Bolivia, utilizando base
peruana, los colombianos pueden producir un kilo de cocaína de alta calidad por
menos de dos mil dólares. Ese mismo kilo en Sao Paulo o Buenos Aires alcanza un
valor de hasta ocho mil dólares. Por lo tanto, los colombianos pueden ganar más
de cinco mil dólares por kilo, pero con un riesgo mínimo de interdicción y casi
ninguno de extradición; simplemente moviendo envíos de drogas a través de la
frontera con Bolivia hacia Brasil o Argentina.
Estos dos países también actúan
como puntos de transbordo para los mercados más lucrativos de todos: Europa y
Asia. Y es ahí donde los colombianos están concentrando sus esfuerzos. En
España o en Holanda, los principales puertos de entrada a Europa, un kilo de
cocaína tiene un valor de 40 mil dólares; en Reino Unido de unos 50 mil; en
Rusia hasta 80 mil. Mientras que en Tokio ese mismo kilo de cocaína puede
alcanzar un valor superior a los cien mil dólares.
Hoy en día, el COT colombiano
está produciendo cocaína de alta pureza en Bolivia y la está enviando a Brasil
y Argentina, donde se vende una parte de la droga y el resto es transportada
hacia Europa o Asia. Los colombianos siguen siendo los pioneros en el tráfico
internacional de drogas, y la lógica actual del negocio indica que el mercado
de EU ya no es tan rentable para ellos, pues ahora está dominado por los
mexicanos, quienes ganan la porción más grande del tráfico de un kilo de
cocaína. Lo anterior hace de Bolivia infinitamente más atractiva para el COT
colombiano.
Por otra parte, el llamado
“efecto cucaracha” también ha tenido un impacto significativo sobre Bolivia.
Cuando las luces se encienden en una habitación, las cucarachas corren hacia
los rincones oscuros. El crimen organizado en gran medida actúa de la misma
manera. Las luces están encendidas en Colombia y los barones de la droga, una
vez que son identificados, tienen una vida útil bastante corta allí, por lo que
se trasladan al extranjero. Bolivia todavía no ha podido encontrar su
interruptor eléctrico.
A pesar de que durante las
redadas a los laboratorios de producción de drogas en Bolivia a menudo se
produce la captura de colombianos, la policía boliviana aún no ha conseguido
desmantelar estructuras criminales colombianas de un tamaño significativo. Un oficial
de la policía boliviana de alto nivel, que pidió anonimato, reveló que
actualmente existen tres redes colombianas principales. La más antigua tiene
sus raíces en un grupo paramilitar de los Llanos Orientales de Colombia, las
Autodefensas Campesinas de Casanare (ACC), alguna vez dirigidas por Héctor
Buitrago, alias Martín Llanos. A finales de los años noventa Buitrago envió
unos 300 paramilitares a Bolivia. En junio de 2011 la policía boliviana arrestó
a su primo, Carlos Noel Buitrago Vega, alias Porremacho, en Santa Cruz. En
febrero de 2012, Héctor Buitrago fue capturado en Venezuela.
Otros recién llegados incluyen
traficantes colombianos tanto, de los Rastrojos como de los Urabeños,
actualmente dos de las más poderosas estructuras de COT en Colombia.
También hay indicios de que en
Bolivia se han establecido “oficinas de cobro” colombianas. Una oficina de
cobro es una estructura criminal utilizada para controlar y regular el tráfico
de cocaína. La primera oficina de cobro fue la Oficina de Envigado, una
estructura que creó el Cartel de Medellín para mantener control sobre el hampa
de Medellín y asegurarse de que todos los traficantes pagaran su cuota a El
Patrón (Pablo Escobar). Las oficinas de Escobar estaban encargadas de
recolectar los pagos de los traficantes y otras deudas pendientes. Cuando era
necesario, contrataban sicarios para asesinar a aquellos que se negaban a pagar
o que ofendían a Escobar de alguna manera.
El modelo llegó a dominar el
hampa de Medellín y fue replicado a lo largo de Colombia a través del grupo
paramilitar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que manejaron la
mayor parte del tráfico de drogas en Colombia entre 1997 y 2006, cuando se
desmovilizaron.
Ahora el crimen organizado
colombiano ha establecido oficinas de cobro en Panamá, Honduras, Costa Rica,
Argentina, Venezuela, Ecuador, Perú, España y Bolivia. En julio, la policía
boliviana capturó a Alicia Lorena Vargas Muñoz, alias La Mona, una colombiana
acusada de dirigir una oficina de cobro en Santa Cruz, que fue vinculada a una
serie de asesinatos en la ciudad relacionados con las drogas.
Después de los colombianos, los
brasileños son los grupos del COT más poderosos en Bolivia. Debido a las
diferencias lingüísticas, y tal vez a las culturales, los colombianos no
cuentan con las mismas redes criminales en Brasil que en Argentina. Los grupos
brasileños alimentan el creciente mercado de drogas de Brasil, y para asegurar
el suministro de cocaína y sus derivados —y también de mariguana— el COT
brasileño ha establecido una presencia permanente en Bolivia y Paraguay.
Los más poderosos grupos de COT
de Brasil son el Primer Comando Capital (PCC) y el Comando Vermelho (CV).
Fundadas al interior del brutal sistema penitenciario brasileño, estas
pandillas ahora controlan gran parte de la venta de drogas en Sao Paulo y Río
de Janeiro, y se han extendido por todo Brasil. Estos grupos han dado el salto
al crimen organizado transnacional, y en Bolivia están ubicados principalmente
en los departamentos fronterizos de Beni y Santa Cruz.
El futuro criminal de Bolivia
Es probable que se solidifique
la importancia de Bolivia como epicentro transnacional para el tráfico de
drogas. Los mercados de drogas para la cocaína y sus derivados en Sudamérica
están creciendo y se están diversificando. Es poco probable que la producción
de drogas en Perú y Bolivia presenten un cambio drástico en el futuro cercano.
Perú está intensificando su
erradicación de cultivos y planea instalar algunos controles de radar a lo
largo de su frontera, mientras que Estados Unidos está a punto de aumentar su
ayuda antinarcóticos para ese país. Es probable que esto tenga un impacto
negativo y significativo en Bolivia. A pesar de que Morales ha tenido éxito en
contener la producción de coca en su país, si disminuye el suministro de base
barata y de alta calidad de coca de Perú, la presión de los narcotraficantes
para conseguir el producto dentro de Bolivia podría aumentar sustancialmente.
La reelección de Morales
significa que es poco probable que el estado actual de las relaciones con
Estados Unidos cambie. Actualmente no hay presencia de la Agencia Antidrogas de
Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés), y desde mediados de 2013 la
Oficina para Asuntos Narcóticos Internacionales y Aplicación de la Ley (INL,
por sus siglas en inglés) y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional
(USAID, por sus siglas en inglés) han dejado el país. Si bien Bolivia ahora
recibe apoyo antinarcótico de la Unión Europea y Brasil, ninguno de ellos
cuenta con la experiencia, los recursos o los datos para comenzar a llenar el
vacío dejado en la inteligencia estratégica, alguna vez suministrada por
Estados Unidos.
El desafío de Bolivia radica en
fortalecer sus instituciones y su capacidad policial para poder proporcionar
suficiente resistencia al COT, para que así éste se vea obligado a establecer
sus operaciones en algún otro lugar. Sin embargo, es poco probable que esto
ocurra sin un cambio radical en la estrategia de Morales, que esté acompañado
de una gran inversión en recursos.
El COT ya está en Bolivia, y
entre más raíces logre echar más probable será que consiga penetrar las
instituciones del Estado. Ya existe evidencia de que esto está sucediendo en
Santa Cruz, tanto en la ciudad como en el departamento. La ciudad está
creciendo rápidamente y se está convirtiendo en una metrópolis más grande y
sofisticada, con unos 1.5 millones de habitantes. Santa Cruz está desarrollando
hoteles de alta calidad, restaurantes, vida nocturna y departamentos de lujo,
elementos que los traficantes de drogas de alto nivel encuentran atractivos en
una base de operaciones.
Aunque los traficantes de alto
nivel todavía prefieren residir en Buenos Aires, sobre todo los colombianos,
Santa Cruz está en pleno auge.
Esto podría cambiar la posición
actual de la ciudad como epicentro para la negociación de la compra y el
transporte de alijos de droga, y convertirse en un atractivo lugar de
residencia. En el caso de que los narcos de alto nivel comiencen a vivir allí,
esto no sólo acelerará el proceso de corrupción de las instituciones policiales
y judiciales, sino que muy probablemente también buscarán influenciar la arena
política.
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