Análisis
de Boaventura de Sousa Santos
Boaventura de Sousa Santos. |
ESPAÑA (ANB / Información tomada de www.jornada.unam.mx).- A Boaventura de Sousa Santos, estudioso de los procesos
sociales y políticos de Latinoamérica, le preocupa la incertidumbre que se
cierne sobre nuestra región, ahora que el ciclo de gobiernos progresistas que
impulsaron un profundo cambio en Sudamérica la década anterior entra en crisis.
“Sí –afirma–, hay claros signos de agotamiento del modelo. Argentina y Brasil
lo demuestran claramente.”
En
una entrevista realizada en Colombia pocos días antes de los comicios
argentinos, el sociólogo portugués, impulsor del Foro de Sao Paulo en los años
90 y catedrático de la Universidad de Coimbra, ya ubicaba las dificultades que
tenía que remontar el sucesor de Cristina Fernández de Kirchner para salir
victorioso en las elecciones. Y no lo logró.
Pero
no sólo es Argentina. Venezuela, Brasil, Ecuador y Bolivia están en la misma
curva de retroceso, según su análisis.
Para
explicar el agotamiento de esos modelos de desarrollo, cada uno con
características propias, el ensayista y autor de una veintena de obras sobre la
globalización y los movimientos sociales, particularmente los latinoamericanos,
se remonta a su origen. Los gobiernos sudamericanos, recuerda, llegan a la
primera década del siglo XXI con un impulso brutal del neoliberalismo, marcados
por desigualdades profundas. Pero también por movimientos de resistencia muy
fuertes.
“No
es por casualidad que organizamos en Brasil el Foro Social Mundial, que es una
emergencia de luchas: el levantamiento zapatista, las batallas por el agua en
Cochabamba y muchas otras. Y al mismo tiempo gobiernos progresistas van ganando
elecciones. El primero fue Hugo Chávez. Con estos procesos se crean nuevos
marcos constitucionales, algunos bastante rupturistas. Además, Ecuador y
Bolivia introducen algo muy nuevo, con una marca indígena, conceptos como el
suma qamañay, sumak kawsay (buen vivir) ypacha mama (madre tierra). Hubo
voluntad política y un constitucionalismo transformador desde abajo, que no era
de las élites ni de la clase política.”
Una
oportunidad histórica que se aprovechó
Pero,
agrega, los cambios económicos no fueron tan profundos como se requería.
También pesó, naturalmente, el contexto global: Hubo lo que podríamos llamar un
relajamiento de la tutela imperial, por el involucramiento de Estados Unidos en
Irak. Y esto lo aprovecharon las fuerzas progresistas. Pero en 2009 supimos que
el imperialismo estaba de vuelta con el golpe de Honduras contra Manuel Zelaya;
le siguió Paraguay, y ahora otras formas de intervención, los llamados golpes
suaves.
Paralelamente,
China irrumpe como potencia global, sedienta de recursos naturales. Los
gobiernos progresistas vieron que vender a China sus abundantes recursos
naturales era una forma de no entrar en confrontación con el modelo neoliberal.
En
resumen, no hubo ruptura. De Sousa Santos recuerda la carta que Lula da Silva
escribió a los brasileños cuando ganó la presidencia por primera vez, en 2003.
Aseguró que iba a mantener todos sus compromisos con el Fondo Monetario
Internacional.
El
crecimiento que vivía su economía lo permitía. Aprovechó la oportunidad
histórica de mantenerse en el poder y hacer una redistribución social sin
precedente. Se crearon clases medias que no había, se aceleró el mercado
interno. Pero esa misma oportunidad histórica no fue aprovechada para regular
el capital financiero.
Agrega
que en ese periodo, desde México hasta Argentina, aumentó el número de
millonarios año tras año. Los bancos nunca ganaron tanto. La diferencia fue que
en los países con gobiernos progresistas se desarrollaron políticas sociales
sin precedente. Y en los otros (México y Colombia, principalmente) no.
Otros
países plurinacionales, como Bolivia y Ecuador, desarrollaron otra
contradicción en su seno. El Estado nacional penetró como nunca antes en todo
el territorio. Pero al mismo tiempo la Constitución pluricultural que ellos
impulsaron llegó a estorbarles.
Pone
de ejemplo el caso del Yasuní ecuatoriano, reducto amazónico prístino, no
tocado por la civilización, y con un riquísimo yacimiento petrolero por debajo.
La nueva Constitución se propuso dejar el petróleo bajo tierra si las economías
industrializadas pagaban 50 por ciento de la renta petrolera que el Estado iba
a dejar de recibir por mantener la selva virgen. Era una idea totalmente
revolucionaria. El problema es que en el fondo siempre fue un plan B, porque el
plan A fue, y es, seguir con la explotación petrolera. Lo que pasó es que se
impuso la necesidad de seguir con la redistribución social, y para lograrlo el
gobierno profundizó el modelo neoliberal de acceso a los recursos. Esto
significa expulsar campesinos, reprimir protestas, contaminar aguas. Y eso se
está haciendo en todos lados.
Oportunidad
histórica que se desaprovechó
En
suma, es una contradicción de un modelo de carácter nacionalista con un modelo
neocolonial. América Latina sigue cumpliendo la función que le asignó el
sistema colonial, que es producir recursos naturales, y si acaso mano de obra.
Esta
contradicción, agrega, no se notó mientras hubo la demanda china. Pero eso
terminó y China tuvo que hacer cambios, devaluar su moneda, proteger su mercado
interno, y disminuyó su necesidad de productos naturales. El precio del
petróleo no baja de un día para otro en 50 por ciento. Nuestros países tomaron
entonces el camino del endeudamiento.
Hubo
otra oportunidad desaprovechada por los gobiernos progresistas, según De Sousa
Santos:Transformar a sus países en la especialización industrial, lo que
llamamos el post extractivismo, para no depender de los recursos naturales. Eso
no se hizo. Y ahora no hay demanda. Por eso es extremadamente difícil mantener
este modelo. Y la derecha, que es revanchista, está resurgiendo de manera muy
fuerte. Es una derecha oligárquica, golpista, muy agresiva.
–Otros
países no pasaron por el llamado ciclo progresista, México y Colombia de manera
particular. ¿Su mirada sobre la situación mexicana?
–A
México lo veo en un contexto más amplio, el de los tratados de libre comercio.
Primero fue el TLCAN y ahora el Transpacífico. Son procesos que a la larga van
a debilitar a los países menos fuertes y van a crear estados fallidos en
cadena. Esto va a ocurrir porque los mecanismos de control mínimo de cohesión
social van a ser atacados por este tipo de acuerdos.
–¿Qué
queda de esos grandes movimientos sociales que llevaron a Evo Morales, a Rafael
Correa, a los Kirchner, a Lula, a sus victorias electorales?
–Tuvieron
un papel determinante. Pero yo diría que luego se durmieron. Perdieron
vitalidad, dejaron de presionar. Lograron conquistas importantes. No las
minimizo. Pero creyeron que teniendo amigos en el poder ya no tenían que seguir
luchando. El problema es que se confundieron: tener un amigo en el gobierno no
es lo mismo que tener un amigo en el poder. Y dejaron de presionar.
Otra
cosa que ha faltado es la reforma política de fondo. No hubo una política de
ciudadanía, sino una de integración para el consumo. Y eso llevó a que en breve
los ideales de esas clases populares pronto se convirtieran en los ideales de
las clases medias. A las oligarquías eso no les gustó. Las nuevas clases
medias, con expectativas muy altas, quieren más. Y no hay más. Hubo más
universidades públicas, pero los servicios universitarios no crecieron. Hubo
más unidades habitacionales, pero los servicios públicos no mejoraron. De este
modo los gobiernos progresistas fueron perdiendo su base social de apoyo.
–¿Cuál
es la alternativa? ¿Cómo revertir la derechización?
–Los
pueblos a veces nos sorprenden. Los portugueses no podíamos imaginar en 1974 la
revolución de los claveles. Hoy mismo, en Colombia, con este proceso de paz,
que es la buena noticia del continente, puede permitir una recomposición de
fuerzas. En México, Morena es una opción interesante. Y si no hubiera fraude en
México, quizá podríamos ver un cambio.
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