LA PAZ, BOLIVIA (ANB / Tomado de sitio carlosdmesa.com).-
Supongamos una hipótesis. Bolivia no ha
demandado a Chile ante la CIJ. ¿El problema pendiente entre ambos países ha
dejado de existir? No. El problema existió, existe y existirá hasta tanto Chile
comprenda que no hay otro camino que el diálogo para resolver la
mediterraneidad forzada de Bolivia.
¿Garantizó
Chile una verdadera disposición para encontrar una solución definitiva a la
cuestión? No, no lo hizo sobre un supuesto errado, que las condiciones del
tratado de Paz de 1904 y el tiempo terminarían por diluir la cuestión hasta
cerrar definitivamente la herida abierta en 1879.
Bien
podríamos intentar una diferencia que se mueve en una línea bastante difusa y
difícil de establecer con claridad. La línea que divide tres posiciones en
Santiago. La de quienes creen genuinamente que no hay nada que negociar y que
la cuestión se zanjó en 1904; la de quienes por razones de interés coyuntural y
de los diferentes momentos de tensión internacional que vivió Chile con sus
vecinos, entendieron que un acercamiento con Bolivia era imprescindible para
mantener el equilibrio geopolítico con Argentina y Perú y, finalmente, la de
quienes se dieron cuenta de que el costo de una solución definitiva a la
reivindicación boliviana “bien valía una misa”, y quizás más que una misa.
Si
por un minuto nos despojamos de cualquier pasión nacional y miramos el problema
en perspectiva, llegaremos a algunas conclusiones significativas. El territorio
perdido por Bolivia, equivalente al tamaño de todo el Departamento de Potosí,
mutiló su acceso al mar y su participación activa en una Cuenca fundamental, la
más importante del siglo XXI, la Cuenca del Pacífico. El Tratado resolvió un
tema instrumental, el libre tránsito, pero no la cuestión esencial, el acceso
soberano y libre al Océano. Chile es una nación con una costa gigantesca, que
se acrecentó de un modo extraordinario con la toma de la totalidad del Litoral
boliviano y una parte no poco significativa del Litoral peruano. Sus casi 5.000
kms. de costa continental, permiten pensar a cualquier observador neutral que
la cesión de una pequeña superficie de esa costa –sin relación alguna con los
120.000 kms tomados tras la invasión- no altera en lo más mínimo las
características políticas, geográfica o geopolíticas de Chile, pero sí resuelve
de manera definitiva una cuestión crucial para la integración de Chile y
Bolivia; de Chile Bolivia y Perú, y del conjunto de América del Sur.
Lo
que Chile tiene que darle a Bolivia es infinitamente menor a todo lo que ganó
en superficie geográfica, dominio del Pacífico Sur, inconmensurables riquezas
materiales y un espacio de expansión demográfica, cultural y social sin la que
sería imposible entenderla como nación hoy. Lo demandado es, en consecuencia,
razonable, posible y desata un nudo gordiano crucial del Cono Sur Sudamericano.
¿Está
todavía viva esa parte del pueblo, los intelectuales, políticos, empresarios y
elites chilenas que entendió con lucidez que el esfuerzo lo vale, o ha quedado
ahogada por la presión de un nacionalismo creciente atrapado en la lógica de
que el costo político y de orgullo nacional a pagarse es demasiado alto?
Volvamos
a la hipótesis. No hay demanda. Igual, el diálogo es un imperativo. Pero
recordemos que sí hay una demanda. Bolivia le pide a la CIJ que declare que
Chile debe dialogar. Chile dice que no quiere hacerlo porque no hay nada que
dialogar, todo ha sido negociado…Pero, ocurre que el escenario hoy es distinto
al de marzo de 2013. Bolivia ha dado un paso gigantesco, ha obligado a Chile a
decirle a la comunidad mundial que no hay nada pendiente, que lo que Bolivia
pide pone en riesgo los tratados internacionales en su esencia. ¿Pedir una
negociación a la que Chile se comprometió por iniciativa propia no cabe hoy?
¿No cabe un camino pacífico para encontrar una solución pacífica a una cuestión
cuyo costo objetivo es varias veces menor a lo que gana el propio Chile, a
partir de un arreglo definitivo con uno de sus tres vecinos?
Si
esta visión no estuviera en juego nada estaría en juego. Si la idea de
soberanía de siglo XXI no fuese una posibilidad abierta de futuro, realmente
estaríamos atascados en premisas de otro siglo. El diálogo es un mecanismo que
permite abrir una amplia puerta común. Cualquier puerta puede cerrarse por un
tiempo determinado, pero ninguna puerta está cerrada para siempre, menos aún
cuando el paso de los años y casi de los siglos demuestra que hay convicciones
que están más allá de los consuelos fútiles.
La
Corte Internacional de Justicia es el camino idóneo precisamente porque debe
despojar a las partes de toda pasión para promover una respuesta de esperanza a
ambas naciones. Ninguna respuesta razonable parece tener sentido con el ruido
seco de un portazo.
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