Estreno
internacional la semana pasada
ESPAÑA (ANB / TOMADO DE EL PAIS).- Los cholet, término originado por la combinación de las
palabras cholo –como se denomina a la población mestiza en Bolivia– y chalet,
tienen hasta siete pisos, paredes de colores surrealistas y pueden contener
desde un salón de fiestas, canchas sintéticas de fútbol hasta un cómodo
departamento. Son construcciones representativas de la nueva burguesía aimara.
Se levantan en la ciudad del El Alto, una urbe que crece a pasos agigantados
cerca de La Paz, donde estos nuevos ricos emergen con sus castillos rodeados de
todas las clases sociales que habitan el lugar.
Al
arquitecto e ingeniero Freddy Mamani, inmigrante aimara de 42 años, se le
atribuye el surgimiento de esta neoarquitectura andina. El director brasileño
Isaac Niemand sintió fascinación por estas edificaciones y todo el contexto
social, político y económico que las rodea. Así nació el documental Cholet: la
obra de Freddy Mamani, que tuvo su estreno mundial la pasada semana en el
Festival de Cine de Arquitectura de Rotterdam, en Países Bajos.
La
transición de la playa a la urbe alteña no fue fácil, admite Niemand. Trabajar
en una de las ciudades más altas del mundo, más de 4.000 metros sobre el nivel
del mar, "fue duro", al igual que seguir el ritmo de Mamani, ya que
"trabaja mucho, sin parar". El primer acercamiento del director
brasileño con la obra del arquitecto aimara fue mediante el trabajo fotográfico
de Alfredo Zeballos en el libro Arquitectura Andina de Bolivia. La obra de
Freddy Mamani Silvestre, de las autoras Elisabetta Andreoli y Ligia D'Andrea.
"Yo tenia ya formada una idea a través de las fotos, pero la sensación de
entrar a sus obras fue estupendo. Pasar del ambiente marrón y sin color de las
calles de El Alto a entrar en unos de sus salones, fue como entrar en un jardín
sicodélico en medio del desierto", precisa Niemand.
El
filme se sumerge en elementos como la identidad aimara y la creación de estos
impactantes edificios inspirados en las gamas de colores de los aguayos, tejido
utilizado por las mujeres, y la cosmovisión andina. La narrativa visual se ve
reforzada por el factor político, económico y social para la construcción del
hilo que guía el filme, elementos que para Niemand eran fundamentales.
“Entender el contexto me ayuda a colocar en perspectiva la obra y disfrutarla
mucho más. Todo lo que había visto hasta ese momento de Freddy era enfocado en
el aspecto formal y creativo. Pero hay mucho más detrás”, explica el
realizador.
Influencia
de Tiahuanaco
Niemand
muestra a través de las distintas voces del filme -Mamani, propietarios de las
construcciones, economistas, arquitectos y sociólogos, entre otros- cómo el
cholet es una de las representaciones del ascenso de una clase que se empodera
desde elementos propios de su cultura. “Es bueno que ricos y pobres vivan
juntos. Esto no es una zona residencial, la gente que prospera en el barrio con
sus comercios y sus negocios no quiere marcharse fuera. Mis obras son como
lunares esparcidos por la ciudad”, explica Mamani en una entrevista para EL
PAÍS SEMANAL.
El
documental también hace hincapié en la influencia de la arquitectura de
Tiahuanaco, una cultura preincaica que se desarrolló en los países de Bolivia,
Perú y Chile, ejerce sobre su trabajo, según explica el arquitecto. A través de
su lente, Niemand retrata cómo la reivindicación indígena, la iconografía, los
diseños y el simbolismo geométrico son parte de la creación e inspiración en la
cabeza de Mamani a la hora de construir. “Mi trabajo es una restauración de
nuestros valores. Una recuperación de nuestra identidad”, afirmó Mamani a
medios locales.
Así
como el trabajo del ingeniero tiene sus seguidores, también tiene sus
detractores. Los primeros ven en él un artista e innovador. Los segundos creen
que sus construcciones son más decoración que arquitectura. Niemand dice que
ambas opiniones son válidas, ya que ayudan a que el espectador llegue a sus
propias conclusiones. “Freddy trabaja, tiene clientes y un publico que lo
adora, eso es lo que cuenta. Una gran parte del sector académico está ahí para
velar por las instituciones y normas que perpetúan el status quo. Cuando sus
libros están impresos la realidad social ya ha cambiado”, finaliza.
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