Oración
de Viernes Santo en Roma
VATICANO, ROMA (ANB / CON TEXTOS DE
ACI-PRENSA).- Tras el Vía Crucis del Viernes
Santo presidido por el Papa Francisco en el Coliseo de Roma, donde muchos de
los primeros cristianos murieron martirizados, el Santo Padre rezó una larga y
emotiva oración dirigida a Jesús “llena de vergüenza, arrepentimiento y
esperanza” frente a los 20 mil asistentes.
“Señor
Jesús, nuestra mirada está dirigida a ti, llena de vergüenza, de
arrepentimiento y de esperanza. Ante tu amor supremo, la vergüenza nos impregna
por haberte dejado sufrir en soledad nuestros pecados: La vergüenza de haber huido ante la prueba a
pesar de haber dicho miles de veces “incluso si todos te abandonan, yo no te
abandonaré jamás”, oró el Santo Padre.
Agregó
que la vergüenza están en haber elegido a Barrabás y no a ti, el poder y no a
ti, la apariencia y no a ti, el dinero y no a ti, la mundanidad y no la
eternidad. La vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón cada
vez que nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote: “si tú eres el
Mesías, sálvate y creeremos”.
La
vergüenza por tantas personas, incluso algunos de tus ministros, que se han
dejado engañar por la ambición y por la vana gloria perdiendo su dignidad y su
primer amor.
La
vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo
fracturado por las divisiones y por las guerras; un mundo devorado por el
egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son
marginados.
La
vergüenza de haber perdido la vergüenza. ¡Señor Jesús, danos siempre la gracia
de la santa vergüenza! Nuestra mirada
está llena también de un arrepentimiento que, delante de tu silencio elocuente,
suplica tu misericordia, remarcó.
Dijo
que el arrepentimiento que germina ante la certeza de que sólo Jesús puede salvarnos
del mal, sólo tú puedes cura nuestra lepra de odio, de egoísmo, de soberbia, de
codicia, de venganza, de codicia, de idolatría, sólo tú puedes abrazarnos
devolviéndonos la dignidad filiar y alegrarte por nuestro regreso a casa, a la
vida.
El
arrepentimiento que surge de sentir nuestra pequeñez, nuestra nada, nuestra
vanidad y que se deja acariciar por su dulce y poderosa invitación a la
conversión. El arrepentimiento de David que, desde el abismo de su miseria,
encuentra en ti su única fuerza, aseguró.
Señor
Jesús, ¡danos siempre la gracia del santo arrepentimiento!. Ante tu suprema
majestad se enciende, en la tenebrosidad de nuestra desesperación, la chispa de
la esperanza para que sepamos que tu única medida de amarnos es la de amarnos
sin medida.
La
esperanza de que tu mensaje continúe a inspirar, todavía hoy, a tantas personas
y pueblos a que solo el bien puede derrotar el mal y la maldad, sólo el perdón
puede derrotar el rencor y la venganza, sólo el abrazo fraterno puede dispersar
la hostilidad y el miedo del otro.
La
esperanza de que tu sacrificio continúa, todavía hoy, a emanar el perfume del
amor divino que acaricia los corazones de tantos jóvenes que continúan
consagrándote sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de
gratuidad en este mundo devorado por la lógica del beneficio y de la ganancia
fácil, dijo el Santo Padre.
La
esperanza de que tantos misioneros y misioneras continúen hoy a desafiar la
adormecida conciencia de la humanidad arriesgando sus vidas para servirte en
los pobres, en los descartados, en los inmigrantes, en los invisibles, en los
explotados, en los hambrientos en los encarcelados.
La
esperanza de que tu Iglesia santa, y constituida por pecadores, continúe,
incluso hoy, a pesar de todos los intentos de desacreditarla, a ser una luz que
ilumine, anime, alivie y testimonie tu amor ilimitado por la humanidad, un
modelo de altruismo, un arca de salvación y una fuente de certeza y de verdad.
La
esperanza de que, de tu cruz, fruto de la codicia y de la cobardía de tantos
doctores de la Ley y de los hipócritas, surja la Resurrección transformando las
tinieblas de la tumba en el resplandor del alba del Domingo sin atardecer,
enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.
Señor
Jesús, ¡danos siempre la gracia de la santa esperanza!
Ayúdanos,
Hijo del Hombre, a despojarnos de la arrogancia del ladrón puesto a tu
izquierda, y de los miopes y de los corruptos que han visto en ti una
oportunidad de explotar, un condenado al que criticar, un derrotado del que
burlarse, otra ocasión para atribuir a los demás, e incluso a Dios, las propias
culpas.
Te
pedimos, en cambio, Hijo de Dios, que nos identifiquemos con el buen ladrón que
te miró con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza; que
con ojos de fe vio en tu aparente derrota la victoria divina, y así,
arrodillados delante de tu misericordia, y con honestidad, ganó el paraíso.
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