ELECCIONES EE UU
ESTADOS UNIDOS (ANB / El País España).- El rechazo al presidente aúpa al candidato demócrata en medio de un escrutinio agónico. El mandatario republicano lanza acusaciones infundadas de fraude y anuncia una batalla legal.
El demócrata Joe Biden ha
derrotado al republicano Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos en un
escrutinio agónico que dura ya cuatro días. Una marea de votos, con especial
peso de las mujeres, los jóvenes y las grandes ciudades, ha decidido expulsar
de la Casa Blanca al magnate neoyorquino que llevó el populismo más agresivo,
rayando en lo xenófobo, al centro del poder. La victoria de Biden, un político
moderado de 77 años, se enfrenta a un Trump declarado en rebeldía, que ha
decidido llevar a los tribunales el resultado agitando acusaciones infundadas
de fraude.
La última actualización del
conteo en Pensilvania este sábado por la mañana (hora de Washington) certificó
a Biden ganador de ese territorio clave y, con él, vencedor de los comicios.
Había sobrepasado los 270 votos electorales y Trump se acaba de convertir en el
primer presidente de los últimos 25 años que perdía una reelección.
La caída de Trump no se traduce
en el fin de las ideas y sentimientos que lo auparon, ni implica que la brecha
social y cultural que parte al país esté camino de cerrarse. Las
manifestaciones durante el escrutinio de los votos, que han incluido a trumpistas
armados con fusiles, dan cuenta de la alta tensión vivida. Lo que sí refleja el
resultado es que la unión de los votantes demócratas es más numerosa y
representativa de lo que es Estados Unidos que la derecha blanca a la que ha
apelado Trump durante los últimos cuatro años.
A Biden, el vicepresidente de la
Administración de Barack Obama, no lo ha encumbrado el entusiasmo ni el
carisma, sino una colosal ola de rechazo a Trump. Esta comenzó a edificarse con
aquella primera Marcha de las Mujeres, el día siguiente de su toma de posesión,
en Washington; con las manifestaciones por el clima o con las protestas de los
jóvenes contra las armas. En las elecciones legislativas de noviembre de 2018
cristalizó con la mayor victoria demócrata desde el Watergate, y este verano,
con la dura respuesta del mandatario a las movilizaciones contra el racismo,
subió de revoluciones. La errática gestión de la pandemia acabó de espolear a
los votantes, que este martes han cortado el paso a un segundo mandato del
republicano.
Los resultados de Trump, por otra
parte, dan cuenta de la capacidad de movilización que el magnate tiene entre
las bases republicanas. En medio de una grave crisis económica y sanitaria, y
tras cuatro años de polémicas, con impeachment mediante, el presidente ha
obtenido al menos seis millones de votos más que en 2016 (con datos del viernes
por la mañana en EE UU). El éxito del republicano no es una carambola, no es
una casualidad; Trump no es el empresario ajeno a la política que quiere
representar, es un candidato con un buen olfato político. Pero no ha bastado
para frenar el empuje demócrata.
Biden, de perfil centrista y casi
octogenario, es, con sus 73,8 millones, el candidato con más votos de la
historia de Estados Unidos. Estas cifras colosales se deben a la respuesta
masiva de los estadounidenses. Han votado unos 160 millones, lo que supone una
tasa de participación récord desde 1900.
El exvicepresidente parecía hace
un año una apuesta contraria a los tiempos, ajena a la savia nueva del Partido
Demócrata, lejana de los pujantes discursos del ala izquierda de la formación y
sin el ímpetu suficiente para hacer frente a un tigre político como Trump. Su
figura, sin embargo, es la que más consensos generó entre las diferentes
sensibilidades; su estabilidad, su moderación y sus irresistibles dosis de
empatía lo convirtieron en ese nombre en torno al que cerrar filas. En unas
primarias con más de 20 aspirantes, se erigió en ganador.
Biden es descendiente de una
familia irlandesa trabajadora, hijo de un vendedor de coches Chevrolet de
Delaware, un pequeño Estado a una hora y media de la ciudad de Washington.
Nació en 1942 en Scranton, una ciudad minera de Pensilvania, pero su padre
perdió el trabajo y, cuando apenas tenía 10 años, se mudaron. En Delaware
estudió Derecho y también allí comenzó una carrera política prometedora y
precoz. Fue elegido senador por primera vez en 1972, a los 29 años, y lanzó su
primera carrera por la Casa Blanca en 1987 con un desenlace para olvidar: se
retiró de las primarias entre acusaciones de plagio. En las de 2008, frente a
Barack Obama y Hillary Clinton, también se apeó pronto, sin opciones, pero el
joven Obama le escogió como número dos y fue vicepresidente ocho años.
Su vida está marcada tanto por la
ambición como por la tragedia. Al cumplir los 30, recién elegido senador,
perdió a su primera esposa y su hija de un año en un accidente de tráfico. En
2015 murió por cáncer otro de sus hijos, Beau, una estrella ascendente del
Partido Demócrata que siempre le animó a seguir.
Ahora ha culminado la promesa que
le hizo a Beau y el sueño que empezó a acariciar hace medio siglo. Cuando jure
el cargo tendrá 78 años y será el presidente con más edad en llegar al Despacho
Oval. Todo indica que cumplirá un solo mandato. Durante la campaña, para
aplacar recelos sobre su edad, su entorno indicó que no se presentaría a la
reelección, lo cual dirige el foco hacia su compañera electoral, la futura
vicepresidenta, Kamala Harris.
La senadora de California, de 56
años, será la primera mujer en ocupar ese puesto y, por tanto, una más que
potencial aspirante a relevar a Biden en 2024. El ascenso del número dos de
Obama al despacho más poderoso del mundo no ha dejado resuelto el relevo
generacional del partido, asignatura pendiente para la siguiente elección.
Harris, una exfiscal negra, de padre jamaicano y madre india, ya fue una de las
aspirantes de las primarias demócratas de este año.
Pero faltan cuatro años muy complicados.
El futuro presidente afronta el reto de sacar al país de una grave crisis
económica y sanitaria que nadie veía venir hace tan solo un año, y deberá
hacerlo en medio de una grave fractura política y social. Los estadounidenses
están más divididos que hace cuatro años en asuntos como la raza, el género o
las armas y la campaña se ha desarrollado de forma especialmente bronca.
Y el desgarro con el que se ha
desarrollado el propio proceso electoral empeora las cosas. Trump ya ha
advertido de que impugnará la derrota, alegando, sobre todo, que no se pueden
seguir contando los votos anticipados después del día de las elecciones, algo
legal y refrendado por los tribunales. Es el hombre que usa “perdedor” como
insulto más recurrente y suele hablar de “ganar” para referirse al progreso y
desarrollo de Estados Unidos. El martes electoral, mientras los estadounidenses
votaban, se expresó con franqueza ante un grupo de periodistas en la sede del
Comité Republicano de Virginia: “Ganar siempre es fácil; perder, no. No para
mí”, dijo.
Trump es un personaje
irrepetible, un vendaval. La confrontación es su hábitat y el rechazo lo
alimenta. Con los medios mantiene una histórica relación amor-odio: los denigra
al mismo tiempo que se muestra más accesible que ningún otro presidente que en
Washington se recuerde. Políticamente venenoso, ha echado gasolina en cada
fuego al que se ha enfrentado el país: desde mostrarse equidistante entre los
neonazis y los manifestantes antirracistas de Charlottesville en 2017, hasta
alentar revueltas contra las órdenes de confinamiento por la pandemia en los
Estados demócratas.
Al menos hasta la pandemia, el
republicano dio argumentos a sus bases para volver a votarle. Logró sacar adelante
la mayor rebaja de impuestos desde la era Reagan, impulsó la desregulación para
los negocios, sobre todo en detrimento de normativas medioambientales, y
cumplió con sus promesas de mano dura con la inmigración hasta donde el
Congreso y el Tribunal Supremo le permitieron.
En la oposición, el rechazo
demócrata a Trump va mucho más allá de la agenda conservadora que ha impulsado:
tiene que ver con el estupor que ha causado en medio mundo. Los insultos, los
guiños a la extrema derecha, las presiones al Departamento de Justicia y
medidas migratorias tan duras como la separación de niños migrantes de sus
padres en la frontera sur han dibujado una imagen irreconocible de Estados
Unidos. El Partido Republicano de Abraham Lincoln, que en los últimos cuatro años
se ha plegado a los designios de Trump, empieza ahora su particular proceso de
reflexión.
Biden significa el regreso de una
figura del establishment, un perfil de consenso para un tiempo de luto. Más de
235.000 personas han perdido la vida por el coronavirus en Estados Unidos y no
hay un horizonte claro para el regreso a la normalidad. Trump, un empresario de
calado político, lo temió desde el primer momento. Las presiones a la justicia
de Ucrania el verano de 2019 para que anunciase investigaciones por corrupción
que enfangaran al vicepresidente de Obama, derivaron en un proceso de
impeachment. Trump lo superó protegido por los republicanos del Senado. Ahora,
los estadounidenses le han enseñado la puerta.
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