DÍA DE LA CULTURA AFROBOLIVIANA
BOLIVIA (ANB / Iván Ramos - Periodismo que Cuenta).- Sentada entre neumáticos, en la bulliciosa avenida Jaime Mendoza, Isidora Pinedo Barra, conocida cariñosamente como la Tía Isis, una figura imponente y serena.
Con
su presencia inconfundible, se erguía como una de las pocas mujeres
afrobolivianas que, con firmeza y determinación, echó profundas raíces en
Sucre.
Su
figura contrastaba vivamente con el paisaje andino que la rodeaba. Había
llegado a la Ciudad Blanca desde Tocaña, desde los cálidos Yungas de La Paz, a
la tierna edad de quince años.
Desde
entonces, la ciudad, con sus cielos despejados y sus profundas tradiciones
católicas, la acogió y la transformó en su nuevo hogar, entrelazando sus raíces
con las de esta tierra que, aunque lejana, supo recibirla con los brazos
abiertos.
Con
su pollera colorida y su sombrero de copa baja, la Tía Isis entrelazaba la esencia
africana con lo más autóctono de los Andes.
No
era una combinación cualquiera; cada detalle que portaba en su vestimenta
contaba una historia, marcando la fusión entre dos mundos.
Las
trenzas que caían sobre su espalda parecían contar relatos de sus ancestros,
aquellos que cruzaron el océano, pero cuya alma permaneció intacta a lo largo
del tiempo.
Melina
Avendaño y Silvia Andrade, su hija y sobrina, se sientan conmigo, evocando el
legado de la "Mamita Isis", o la "Tía Isis", como todos la
conocían. Melina, con una sonrisa llena de ternura, deja entrever en su mirada
el peso de la nostalgia. “No voy a bailar más la saya”, decía a menudo la Tía
Isis. Sin embargo, confesaba que, cada vez que la música comenzaba, sus pies se
movían por sí solos y, de pronto, se encontraba rodeada de sus hijos, nietos y
“mis negros”, decía, bailando como si el tiempo jamás hubiera pasado.
Para
Isis, la saya era más que una danza; era el alma misma de su identidad
afroboliviana. Era la cuerda invisible que unía su corazón con el continente
africano, una promesa de que, aunque nacida en Bolivia, África siempre estaría
en su piel y en su sangre.
En
2022, la comunidad afroboliviana de Sucre se reunió para darle un último adiós
a la Tía Isis, aunque no fue una despedida triste, sino un hasta luego. El
ritmo de los tambores africanos inundó las calles; el djembe, la conga y el
güiro resonaban con una fuerza que parecía venir desde las raíces más profundas
de su historia.
Los
cantos y las danzas celebraban la vida de una mujer que, aunque lejos de su
tierra ancestral, había sabido preservar su identidad con dignidad y orgullo.
Hoy,
la saya no solo es una danza; se ha convertido en el alma de la cultura
afroboliviana en Sucre, una ciudad que, con sus casas blancas y sus tradiciones
mestizas, ha aprendido a abrazar esta expresión cultural.
Durante
la Entrada Folklórica de la Virgen de Guadalupe, la saya se alza con majestad,
inundando las calles con su vibrante energía. Los bailarines, ataviados en
blanco y adornados con líneas rojas que evocan la sangre ancestral de sus
antepasados, marcan el ritmo con cada paso.
Estas
líneas no solo embellecen su vestuario, sino que también reflejan una conexión
profunda y emocional con la herencia afroboliviana, fusionando tradición e identidad
cultural en cada movimiento.
Cada
gesto y cada paso laten con la historia, recordándonos que, a pesar de las
distancias y las diferencias, la esencia de la cultura afroboliviana permanece
firmemente arraigada en el corazón de Sucre.
"Nosotros
nos llamamos 'Negro' con cariño, con orgullo", dice Melina, recordando las
enseñanzas de la Tía Isis sobre la importancia de mantener viva la identidad
afroboliviana. "Somos descendientes de africanos, no de esclavos",
recalca con fuerza. Cada palabra de Melina es un eco de la sabiduría que Isis
dejó en su comunidad, una comunidad pequeña en número, pero vasta en historia y
cultura.
Hoy,
mientras las abarcas de los bailarines golpean el pavimento de las calles
sucrenses, la saya sigue viva.
El
legado de la Tía Isis resuena en cada paso, en cada sonrisa, en cada mirada
orgullosa que cruza las calles.
La
Tía Isis puede haber dejado este mundo, pero su espíritu, su risa y su danza
continúan vivos en los corazones de quienes la conocieron, y en cada nota de la
saya que llena el aire de Sucre.
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