SATÉLITES
ESPAÑA (ANB / El País de España).- Un estudio identifica la migración masiva de 5.000 artefactos, tras el intenso evento cósmico del pasado 10 de mayo, que volvió impredecibles sus trayectorias durante varios días.
La
mayor tormenta geomagnética en más de 20 años dejó entre el 10 y el 12 de mayo
un espectáculo natural muy inusual —auroras boreales en países como España— y
provocó un fenómeno artificial que nunca había sucedido antes. Por primera vez,
la llegada de una intensa ráfaga de viento solar a la Tierra desencadenó la
migración de la mitad de todos los satélites activos, según un estudio
preliminar realizado por científicos estadounidenses del Instituto Tecnológico
de Massachusetts (MIT). Como el Sol se encuentra en su fase de mayor actividad,
es posible que tormentas como aquella se repitan este año o el siguiente.
Los
autores de la investigación advierten de que tal cantidad de movimientos
imprevistos inutilizó, durante los días de la tormenta y los siguientes, los
sistemas de seguridad destinados a prevenir las colisiones en la órbita
terrestre baja. En esa zona del espacio que rodea nuestro planeta, hasta una
altura de 1.000 kilómetros, se encuentran tanto las dos estaciones espaciales
—en las que viven permanentemente astronautas occidentales y taikonautas
chinos— como multitud de satélites de observación científica, navegación y
telecomunicaciones. Entre ellos, los más de 6.200 satélites Starlink de la
compañía SpaceX de Elon Musk, destinados a dar cobertura global de internet de
alta velocidad sin cable.
La
rápida proliferación de ese tipo de artefactos es el gran cambio en el espacio
que rodea la Tierra desde la anterior supertormenta solar, sucedida en octubre
de 2003, cuando apenas había 850 satélites activos frente a los 10.000
actuales. Su lanzamiento en masa comenzó en 2019, y desde entonces están
cambiando el aspecto del cielo nocturno a simple vista; además, los astrónomos
han advertido de que interfieren con investigaciones tan relevantes como la
detección de asteroides peligrosos que se dirigen a la Tierra.
Y
ahora, las megaconstelaciones de satélites han protagonizado un fenómeno
inédito, para el que no están preparados los sistemas de vigilancia del tráfico
en el espacio. Así lo advierte el nuevo estudio, que acaba de ser aceptado para
publicarse en el próximo número de la revista Journal of Spacecraft and
Rockets. William E. Parker, autor principal de la investigación, explica a EL
PAÍS que “cuando suceden eventos inesperados, como una tormenta geomagnética
que arrastra miles de satélites [hacia la Tierra], nos es casi imposible
anticipar cuáles van a ser las posiciones futuras de los satélites. Eso nos
deja ciegos frente a potenciales colisiones a corto plazo. Es como conducir un
coche con tráfico en sentido contrario y con los ojos cerrados”.
Parker
explica en el trabajo que cuando el viento solar de una tormenta geomagnética
llega a la Tierra, además de que las partículas cargadas interactúan con la
magnetosfera y generan las auroras, también se produce otro fenómeno que no es
visible ni tan conocido: las partes altas de la atmósfera se calientan y se
inflan como un suflé. Eso aumenta el rozamiento sobre los satélites; y estos,
al verse frenados, pierden altura (hasta casi 200 metros al día, durante la
última supertormenta).
Por
eso, la tormenta solar de mayo provocó una caída generalizada y bastante brusca
—con respecto a su ritmo normal— en los satélites de la órbita terrestre baja.
Parker y su supervisor en el departamento de Aeronáutica y Astronáutica del
MIT, Richard Linares, observaron este arrastre hacia la Tierra utilizando los
datos públicos de seguimiento de todos los 10.000 satélites activos, que
proporciona la Fuerza Espacial de EE UU. Y, a continuación, su análisis reveló
lo nunca visto: unos 5.000 de los satélites que habían sido arrastrados por la
tormenta solar comenzaron a ascender. La mayor parte de esas maniobras inesperadas,
según explican en su artículo Parker y Linares, correspondían a satélites de la
constelación de Starlink, capaces de impulsarse de manera autónoma hasta
recuperar su órbita normal. De ese modo, los satélites decidieron por sí mismos
maniobrar tras la perturbación sufrida.
SpaceX
presume de esta capacidad, que le permite mantener su servicio frente a
incidencias. Pero los autores de la nueva investigación destacan que tal
cantidad de movimientos no planeados, y realizados en pocas horas, invalidó los
pronósticos para la siguiente semana de encuentros cercanos —a menos de 100
metros— entre satélites y otros objetos en órbita —incluidos pequeños
fragmentos de basura espacial de a partir de 10 centímetros—, que viajan a
cerca de 30.000 kilómetros por hora. Tras el paso de la tormenta y la migración
masiva, Parker y Linares explican que hubo que reiniciar los sistemas
anticolisiones espaciales con las nuevas efemérides de los satélites, para
poder recalcular las probabilidades de encuentros en los siguientes días.
David
Galadí, investigador de la Universidad de Córdoba que estudia el efecto de las
megaconstelaciones de satélites en la astronomía, señala un dato preocupante:
“Desde que SpaceX empezó a lanzar los satélites Starlink, la ESA ha duplicado
el número de maniobras de evitación de colisiones”. Para minimizar riesgos,
estas maniobras se producen cuando se estima una probabilidad de impacto mayor
que 1 entre 10.000. Pero Galadí pide no caer en el alarmismo y recuerda que las
colisiones, aunque ya han sucedido, siguen siendo algo muy poco probable en la
órbita terrestre baja.
Para
Alejandro Sánchez, astrofísico de la Universidad Complutense de Madrid, más
preocupante en sí que el actual riesgo de colisión es la falta de regulación.
“Necesitamos más estudios para poder cuantificar el riesgo, pues hay personas
ahí arriba, en las estaciones espaciales. Esto está avanzando demasiado rápido
y sin planificación”, afirma este científico, quien denuncia que ningún
operador que pone en órbita un satélite está obligado a que funcione a prueba
de tormentas solares o a dotarlo de un sistema para evitar colisiones; y que
las agencias que autorizan los lanzamientos tampoco les exigen cumplir con una
normativa común de seguridad espacial. “Quienes hacen algo, como SpaceX, lo
hacen por su cuenta para proteger sus dispositivos y su negocio”, concluye
Sánchez.
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