EDUCACIÓN
COLOMBIA (ANB / BBC Mundo).- Esta es la historia de un éxito muy improbable.
Ocurrió en el Huila, la región
más cafetera de Colombia, el país que produce uno de los cafés más ricos y
populares del mundo.
Allí, en la zona de San
Francisco, como en cualquier otro territorio rural de ese país, ser niño, niña
o adolescente y estudiar para obtener el diploma de bachillerato es toda una
hazaña.
De acuerdo con un estudio
reciente de la Universidad Javeriana, el 79,8% de las sedes educativas en las
zonas rurales colombianas no cuentan con internet, el 18,1% ni siquiera tienen
servicio de energía eléctrica y el 61,5% de los estudiantes rurales tienen que
desplazarse a sus colegios a pie y en medio de territorios que suelen ser muy
extensos.
Por eso no es extraño que hoy, la
Institución Educativa Montessori, sede San Francisco, no tenga biblioteca ni
sala de profesores.
Lo que sí es extraordinario es
que con los pocos recursos que opera haya logrado ganar más de 30 premios
nacionales e internacionales por su propuesta educativa.
Y lo que resulta casi milagroso
es que recientemente haya recibido US$50.000 por ganar el premio de mejor
escuela del mundo en acción ambiental, superando a colegios de países como
Emiratos Árabes, Filipinas, China, Argentina y Canadá.
Este premio ha sido un logro en
el que ha trabajado la comunidad educativa por más de seis años y bajo el
nombre de CafeLab, un innovador laboratorio inspirado en la naturaleza cafetera
de las familias de sus 380 estudiantes.
BBC Mundo habló con el director
del proyecto y con una de las estudiantes para entender cómo han logrado hacer
su ambicioso sueño realidad.
El profe Ramón y el problema del
café
Ramón Majé Floriano tiene 39 años
y es docente de matemáticas y física. Llegó a trabajar a la vereda (zona rural)
San Francisco en 2017.
Lo primero que entendió cuando
llegó, es que la Institución de la que empezó a hacer parte y que lleva la
palabra Montessori en su nombre, no está afiliada ni practica el famoso método
de educación italiano que actualmente se pone en práctica sobre todo en
colegios de clase alta.
“Pregunté y me dijeron que no
tenía nada que ver con el método y que le habían puesto ese nombre porque era
bonito”, explica.
Luego, Ramón conoció a sus
estudiantes de los últimos grados de bachillerato. Ellos le contaron muy
orgullosos que esa región, el Huila, es la que produce más café en el país.
De hecho, se ha mantenido en el
primer puesto al menos hasta 2022, según un informe de la Federación Nacional
de Cafeteros de Colombia.
“Aquí en el Municipio de Pitalito
(en donde se encuentra San Francisco) 10.800 familias viven del café, el
municipio tiene 21 hectáreas cultivadas con el grano y la producción alcanza
poco más de las 220.000 cargas de pergamino seco al año”, añade.
Así que la mayoría de los
estudiantes han crecido en fincas cafeteras, pertenecen a familias dedicadas a
la recolección del café o están cercanos a alguna actividad económica basada en
el grano del café.
Y ese fue el punto de partida del
proyecto del profe Ramón, como lo llaman en la escuela.
“Yo empiezo a desarrollar un
ejercicio de aprendizaje basado en proyectos, pensando en que lo que se le
enseñe al estudiante tenga un sentido para él. De nada sirve enseñarle al niño,
por ejemplo, el número complejo si él no lo va a usar en su vida cotidiana
porque luego lo olvida”.
El profe y sus estudiantes
empezaron entonces con una primera fase de observación, hicieron salidas
pedagógicas y se enfocaron en entender las prácticas de producción de la
comunidad.
“Así empezamos a encontrar que
detrás de esa producción de la taza de café de buena calidad hay un impacto
ambiental del que no se habla en Colombia. Se habla del mejor café del mundo,
pero detrás de ese café hay un problema enorme de contaminación.”
En concreto, se dieron cuenta de
que en toda la cadena de producción cafetera hay cinco tipos de residuos
naturales que al desecharse contaminan y alteran el medio ambiente y los
ecosistemas nativos.
El tallo de la mata, la cáscara
del fruto que en la zona le llaman pulpa, el recubrimiento gelatinoso que tiene
la semilla y que se llama mucílago, la cascarilla que queda luego de que se
tuesta el grano de café y por último el residuo que queda en el fondo de la
taza de café.
“Alguien puede decir que al ser
residuos naturales y orgánicos se pueden arrojar sin problema para que se
descompongan, pero el problema es que el ecosistema no está preparado para una
alta carga de esos desechos orgánicos, 20.000 hectáreas generando por ejemplo
la pulpa (cáscara) que es altamente ácida, van a alterar la acidez del suelo y
por tanto el ecosistema. Además, varios residuos terminan en las quebradas y
ríos de la zona, contaminando el agua”.
CaféLab
Con el problema identificado, el
profesor y los estudiantes empezaron a trabajar en posibles soluciones.
Su idea era crear una relación
directa entre la escuela y la comunidad y entre la comunidad y el territorio.
Cada propuesta de solución se ha
trabajado como un proyecto en sí mismo que debe cumplir tres etapas: inmersión,
transferencia y comunicación.
“Empezamos a hacer inmersión.
Haciendo lectura de antecedentes y trabajos de campo. Es decir, vamos a zona y
encuestamos, entrevistamos, medimos con sensores, le enseñamos al estudiante a
programar sensores para que mida calidad de agua, calidad del aire, de ph, del
suelo, la humedad. También le enseñamos a utilizar el dron para que haga
medición de perímetros”.
Pero conseguir esos equipos y
herramientas que menciona el profesor no ha sido nada fácil, los pocos que
tienen los han adquirido con mucho esfuerzo.
“A veces la gente comenta que
quizás hemos ganado los premios con suerte pero no se imaginan todo lo que
hemos tenido que hacer. La institución hoy no tiene sala de profesores, no
tiene biblioteca y hasta hace ocho meses no tenía conexión a internet”.
En el camino han participado en
varías ferias de ciencia locales, nacionales e internacionales y han ganado 30
premios.
Esas ferias suelen ser eventos en
los que se presentan proyectos clasificados en diferentes temáticas y se premia
a los mejores, algunos premios son el reconocimiento y la posibilidad de viajar
a la feria y otros pueden llegar a ser equipos o recursos económicos.
Lucía, una estudiante de décimo
grado que hoy tiene 16 años, pudo viajar a Brasil junto a un compañero para
representar a la escuela en Expo Milset, una feria de ciencias.
“Viajamos el año pasado a
Fortaleza. Competimos con aproximadamente diez países y más de 30 proyectos y
nos ganamos el primer lugar a nivel internacional”.
Esa oportunidad representó
también su primer viaje en avión y su primera salida de Colombia.
“Fue demasiado impactante, cuando
me dijeron que viajaría me puse a llorar de la emoción, no me la creía porque
yo ni siquiera tenía pasaporte … Me encantó Brasil, ahora me gustaría tener la
experiencia de vivir y exportar nuestro café allá”.
Hoy en día Lucía trabaja en un
proyecto de jabón a base del residuo que queda en la taza de café.
“Yo quise generar un jabón
exfoliante. Lo pensé, consulté y pasé por las tres fases del proyecto CaféLab.
Luego hice el prototipo, el diseño, la prueba y la evaluación. Pasé un año
intentándolo hasta que me salió porque uno tiene que trabajar hasta que llega a
la meta, si se lo propone lo logra", cuenta.
Pero esa es sólo una de varias
soluciones que se han ido creando y perfeccionando a lo largo de estos casi
siete años de trabajo en el laboratorio.
“Con la pulpa (cáscara)
realizamos bebidas aromáticas, vinos, dulces y harinas. Con el mucílago estamos
generando energía capaz de encender una bombilla. Con el tallo de la planta,
por su alta densidad y resistencia, elaboramos muebles. El salón de matemáticas
donde nos reunimos en ese momento tiene mesas y sillas de tallos de café, por
ejemplo”, explica el profesor Ramón.
Además, el proyecto ha apostado
por tener un enfoque de género que aporte a reducir la brecha de desigualdad.
“Generalmente se decía como usted
es mujer, sirva de secretaria o como usted es mujer hágase responsable de traer
los materiales, así que dijimos vamos a darle la vuelta a esa situación y vamos
a dar el espacio para que sean las mujeres las que dirijan y coordinen los
grupos de trabajo”.
Es por eso que estudiantes como
Lucía han tenido acceso a diversas oportunidades que no suelen estar
disponibles para las mujeres en contextos rurales.
“Cada equipo de trabajo tiene
roles definidos, pero apoyamos que quien dirija el equipo sea una mujer porque
el porcentaje de mujeres que ingresan a carreras stem (ciencia, tecnología,
ingeniería y matemáticas) es muy bajo”, agrega,
Lucía, por ejemplo, se gradúa el
año entrante y sueña con pertenecer a la Fuerza Aérea para tener un ingreso
económico estable y quiere crear su propio emprendimiento.
“Yo quiero profesionalizarme y
generar ingresos económicos para exportar mi propia marca de café. Me gustaría
que la finca de mis papás, de mis abuelos y de mi familia se convierta en un
punto central de café de alta calidad con conciencia ambiental”.
La mejor escuela del mundo
El 3 de noviembre de este 2023 la
escuela rural de San Francisco se llenó de gente.
Fue por primera vez la ministra
de educación de Colombia y llegó acompañada de periodistas de diferentes medios
locales, nacionales e internacionales.
La visita se dio porque la
plataforma global T4, con base en Londres, anunciaría a los ganadores del
premio de educación que entrega cada año en cuatro categorías distintas y la
institución rural estaba entre los finalistas.
“En esta sede somos 16
profesores, somos pocos pero estamos haciendo un ruido ni el berraco que ya es
internacional.”
Así explica el profesor Ramón el
hecho de que ese día se anunciara que la Institución Educativa Montessori con
sede en San Francisco era la ganadora del premio por su acción ambiental,
dejando atrás a otros dos finalistas de Filipinas y Emiratos Árabes.
El Premio “reconoce y celebra a
las escuelas que desempeñan un papel activo en la lucha contra la crisis
climática, a través de la educación de sus estudiantes y de la comunidad en
general, para ayudarlos a tomar medidas para proteger su futuro”, según explica
T4 en su página web.
Esta vez, además del
reconocimiento internacional que ha atraído la atención de diversas
instituciones y que ha puesto los reflectores en esta pequeña población ubicada
en el sureste colombiano, la escuela recibió US$50.000 que le ayudarán a
mejorar el laboratorio.
“Esperamos poder crear tres salas
especializadas que funcionen para cada etapa del proyecto: Un laboratorio de
ciencias, un taller de agro industrialización y un espacio para trabajar
competencias de comunicación. Esperamos usar esos recursos para empezar a dotar
las aulas”, explica el profesor.
El proyecto ya tiene varias
líneas de acción en diferentes temas ambientales como energías renovables,
materiales, alimentación y recursos agrícolas. Y uno de sus mayores logros es
haber logrado cambiar el plan de estudios de todas las sedes de la institución
educativa.
“Ya no solo impactamos a los 380
estudiantes de esta escuela sino a los 3.300 de toda la institución y el nuevo
currículum es para que lo trabajen 126 profesores, todos estamos siguiendo las
tres fases de inmersión, transferencia y comunicación. Es un logro inmenso
porque ha roto un paradigma de educación tradicional, no ha sido fácil pero se
está logrando”.
El profesor y los estudiantes no
han permitido que la precariedad los limite.
“Yo estoy muy orgullosa de
estudiar aquí, después de que me gradúe voy a seguir viniendo a mi colegio y
espero verlo convertido en referente para otros colegios y que los estudiantes
lleguen con toda la confianza y digan soy parte de CaféLab Colombia, tengo
conciencia ambiental y estoy contribuyendo a disminuir la contaminación”,
concluye Lucía.
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