Eugenio
Rojas cuenta su infancia
Por: Aldo Gutiérrez*
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Eugenio Rojas. Foto de archivo: Página Siete. |
LA PAZ, BOLIVIA (ANB / Erbol).- Eugenio Rojas viste una camisa amarilla y pantalón
café en una mañana otoñal de La Paz. Es el Presidente del Senado y llega a su
oficina acompañado de sus guardaespaldas, todos agitados por un día ajetreado.
Habla con serenidad y puntualiza las cosas con las manos. Antes de
comenzar la entrevista pide un mate y sugiere a sus invitados hacer lo mismo.
Toma asiento y se dispone a la charla.
Comienza hablando de su nombre y se detiene en su
niñez, recuerda que tenía un cariño especial por las viboritas. Confiesa que se
enamoró a los ocho años de una niña Afroboliviana y que no se interesó por
verse bien ante un espejo hasta que entró a la Alcaldía.
¿Le gusta su nombre Eugenio?
No me lo he preguntado. Más bien parece que no memorizan
y se olvidan (de) mi nombre. Mucha gente que no me conoce sólo me recuerda por
Rojas y porque estoy en el Senado. En mi pueblo no hay ningún problema. Pero a
nivel nacional, para los ministros, para los políticos mi nombre difícil parece
que es. Siempre me recuerdan por Senador Rojas.
¿Cuál es el recuerdo más grato que tiene de su
niñez?
Dos cosas. Uno, me gustaban mucho los animales. No
les tenía miedo para nada, sea ratón, víbora, lagarto, yo los cuidaba. Llevaba
a los lagartos en la mochila y amarraba a las víboras. Quería criarme las
víboras pequeñitas. (Un día) una (viborita) se perdió, me he asustado, (se)
había entrado al fogón, donde se hacía la comida con leña y con algunos
arbustos pequeños que había en el altiplano esa vez, ahora parece que no hay, o
hay poco; con eso se cocinaba en época de lluvia porque todo estaba mojado. (La
víbora) se había salido de un trapito donde estaba amarrado y en el que yo
llevaba mi merienda.
Al día siguiente asustó a mi madre, la víbora estaba
en la casa. Y nunca avisé a mi madre que había llevado.
Tras este episodio, el Presidente del Senado,
rememora su infancia en tierras Yungueñas, donde sufría castigos.
(La segunda cosa) Desde mis ocho años me he alejado
de mi padre y madre. A mí me ha criado otra gente en los Yungas. No
recuerdo bien los lugares. Mucho tiempo he vivido criado por otra gente porque
mi papá mi mamá eran pobres pues, no tenían suficiente dinero para hacerme
estudiar. Entonces me entregaron y me hizo estudiar esa gente.
Yo era un travieso igual. He vivido esas aventuras
porque he vivido alejado de mi padre y madre, pero nunca me sentí mal,
fácilmente me acomodé a trabajar con la gente. Me pegaban, me castigaban pero
no sentían ese castigo, alguna vez lloraba, pero no, he tratado de acomodarme
en esas situaciones.
Los recuerdos de Rojas saltan del tropical Yungas a
la fría ciudad de El Alto, donde cuenta que vendía salteñas y helados.
Desde los 12 años comencé a vender helado. (También)
vendía salteña. A las cinco de la mañana sacaba salteñas. ¿Dónde vendía? Donde
había fila para comprar querosén desde las cuatro. Antes no había gas, todo era
anafre. Había surtidores en El Alto, en Alto Lima. Yo iba a las cinco de la
mañana cargado de mi salteña, terminaba hasta las nueve de la mañana. Luego sacaba
helado, había una heladería, tenías que llevar guardapolvo y un cajón. Antes
era obligatorio que un heladero tenga su guardapolvo blanco, su gorra blanca y
cajón de helado y yo vendía todo el día helado, sábado y domingo.
Lunes en la mañana me iba a mi casa, volvía al
campo, yo soy de Warisata. Ya tenía plata (dinero), mi mamá mi papá estaban
enfermos y yo tenía que dar plata. Llevaba un poco de arroz, un poco de azúcar,
querosén porque el querosén era importante en esa época. Entonces yo atendía a
mis 11 años a mi padre y madre. Yo sabía (solía) dar plata, a veces faltaba
algo para comprar. Recuerdo que desde mis 11 años no pedía plata a mi padre, ni
para mi cuaderno, ni para bolígrafo, ni para mi ropa. Yo me compraba todo, más
bien aportaba a la casa con plata y víveres.
La cabeza de Eugenio sigue exponiendo imágenes
mentales de su infancia como si fuera un rollo de película
A mis 14 años mueren mis padres. Yo me quedé
huérfano con mis dos hermanas, que son menores que yo por cinco años y ellas
todavía no sabían cocinar, yo tenía que cocinar. A veces cocinaba salado,
a veces (con) poco sal, a veces se quemaba, la comida era sopa nomás. Algún
momento hemos cocinado sin sal porque no podíamos conseguir. (Comíamos) harina
amarilla nomas, no había otra (cosa) porque ni cebolla podíamos conseguir,
alguna vez sí. No conocíamos nada, carne peor, ni huevo, ni queso. Mis hermanas
abandonaron la casa (no había quién los atienda), yo no podía comprar ropas
para mis hermanas porque yo también estaba estudiando. Me dejaron solo y así yo
terminé de estudiar secundaria.
De grande ya caminaba a pie, iba a los yungas a la
mina, he trabajado en la mina. Llevaba queso de mi provincia a La Paz para
vender en los centros mineros, a las tiendas o casa por casa. Sólo lo hacía en
vacaciones. En otro momento me dedicaba a estudiar y otros trabajos. Salí como
maestro de matemáticas, trabajé en Beni y en La Paz. En radio San Gabriel
trabaje como profesor de matemáticas y física. Luego estudié sociología,
trabajando en La Paz terminé todos mis estudios en el año 2000.
¿Alguna vez sufrió discriminación?
Mucho, en la misma escuela, como yo no tenía nada,
iba con abarquitas de goma. Yo creo que unos dos años no me cambié de ropa, la
misma ropa utilizaba porque no tenía con qué comprar. El profesor me
preguntaba: ¿Por qué no te cambias? En los desfiles me decían: ¿Por qué
con eso nomás? Una chamarra negra que ya estaba descolorida, dos o tres años
tenía, era mi única chamarra. A veces me querían botar porque no cambiaba ropa.
Eugenio Rojas narra que vio su cara por primera vez
en un espejo cuando ya era joven.
Nunca me he fijado, yo casi no he conocido “Espejo”.
¿Cómo era mi cara? Rara vez. Parece que no me cortaba el cabello, eran grandes,
no me peinaba bien y las chicas no me querían porque era totalmente malatraza.
No tenía posibilidades de comprarme muchas cosas porque era huérfano. “Este
pobrecito qué va a hacer”, decían. Ahí sentí que cuando estas abandonado,
pobre, no tienes nada, no te dan importancia. Pero esas cosas poco a poco hay
que superar. Hay que ser perseverantes. Yo decía: “Voy a salir de esto, voy a
ser mejor”. Y hemos superado, aunque lloramos. Un día que tenía que marcharme
de mi pueblo, me di cuenta que he vivido una frustración, humillación y (dije)
me voy y me fui.
Las discriminaciones, (el) aislamiento te enseñan
mucho a superarte, te da más fuerza. Si pierdo en algo, nunca me rindo. De no
comer dos, tres días, no puedo comer, pero puedo superar.
El Presidente del Senado da un
ejemplo de su perseverancia
Yo era presidente de curso, de la promoción, me
dedicaba a los compañeros. No he dado mucha importancia a matemáticas y (un
día) el profesor me dijo que estaba reprobado y yo dije: “a la macana, no puede
ser esto”. Estudie día y noche y he resuelto el examen en 20 minutos, el
profesor no lo creía, revisó y todo bien. Nunca hay que rendirse.
¿Cuándo se enamoró por primera vez?
Parece que es a mis ocho años, cuando mi padre me
entregó (a otras personas para) que me vaya a los Yungas. En la escuelita había
una “negrita”, afroboliviana; no recuerdo cómo nos enamoramos, no recuerdo si
la besé. El chiste es que había una casa amurallada, era una tienda de
cooperativas, pero abandonada, era las ocho de la noche, (y ella y yo
estábamos) agarrados. Ahí la abrace, la chiquita cayó en el suelo, yo me encimé
ahí, encima nomás yo estaba. Había alumnos grandes y me han visto, al día
siguiente me han gozado. Fue como un juego, eso recuerdo, me enamoré, no sé si
es enamorar, pero no recuerdo si he besado, no creo.
(Desde esa vez) me he vuelto muy bandido, molestaba
siempre a las chicas grandes, mayores que yo. Las punzaba con palo desde atrás,
las agarraba, queriendo abrazarlas.
¿Fue su primera novia?
Ya viejo. Hasta los 12 ó 13 años era travieso. Entré
a la etapa de seriedad a los 23 años. Mi hermana mayor me exigía: “¡Ya eres
viejo, enamórate pues!”. Recién he reflexionado y me preguntaba: “¿De verdad
debo enamorarme?” Pero no era mi preocupación. Mi preocupación era terminar mis
estudios. Por eso no conocía el espejo, no me peinaba, tenía una chamarra de
tres años, mis pantalones viejos ¡Huevada pues! Y tampoco no tenía voluntad de
enamorarme y tampoco llamaba la atención de las chicas porque era un desastre.
Ya estaba terminando la normal y recién las chicas
pensaron y vieron que iba a ser profesor de matemáticas y empezamos a enamorar.
Con la primera mujer que enamoré, me casé. Esa ha sido mi debilidad, como si no
hubiese existido nada más, como era primera, para mí no había otra. Me separé.
Por eso no había sido bueno ser cerrado, hay que ser abierto. Esto me ha
llevado a divorciarme, tal vez debería haber esperado un poco más pero me
enamoró a ojo cerrado.
¿Cuándo comenzó a querer verse bien?
Cuando ingresé a la normal, a mis 23 años, pero no
me interesaba (mucho.) Cuando era alcalde sí. “Tú eres alcalde tienes que
vestirte bien” o “Tienes que comer un lugar donde se debe comer” (me decían).
Yo decía no, nunca. Yo como en la plaza, en la calle y me gusta. No voy a la
pensión y la gente me observaba: “¿Por qué va usted a la calle?, es el alcalde,
tiene que vestirse bien”. No hermano, soy así, es mi vida. A veces como con los
compañeros de seguridad (en la plaza), me da pena y reniego porque me
persiguen. Yo quiero ir a comer aquí al mercado lanza, a los mercados que hay
aquí. A las cinco ya están vendiendo comida, en la ceja, para bajar a la
ciudad. Ahí hay lindas comidas, ají de lenteja, ají de fideo sopita, todo. Y
son más ricos que en la pensión.
¿Cuál es su plato preferido?
Pescado, Wallk’e. Cuando voy a Achacachi sí o sí
tengo que comer.
¿Le molesta que su personal de
seguridad esté ahí?
Mal para ellos. A veces yo los hago comer. Les digo:
Allá hay pensión, pero no vamos a ir a la pensión, ahí hay carpita, ahí vamos a
ir. Y comemos ahí, aunque no les guste tienen que comer. Así es la vida, con la
misma humildad.
¿Le cae bien algún político de la oposición?
No (son) tan serios. Tal vez una nueva generación.
Los viejos Doria Medina, Juan Del Granado, son de la década del 90. Rubén
Costas tal vez, es más joven, tal vez un poco. Pero los demás son viejos que
tienen mucho pasado, han militado en otros partidos, no es gente sana, han
hecho daño al país. No veo mucha esperanza en ellos. Por ahora no veo gente
nueva que quiera salir, por ahora no veo con mucha claridad.
*Aldo Gutiérrez es estudiante de la carrera de
Comunicación Social de la Universidad Católica Boliviana (UCB)
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