Una
larga historia de asentamientos humanos
-Rolando Carvajal * rcarvajal05@gmail.com.
Torre funeraria o chullpa en alto Achumani. Foto: GAMLP. |
LA PAZ, BOLIVIA (ANB / Erbol).- La transición de la marka prehispánica del Chuquiabo al
español Pueblo Nuevo de Nuestra Señora de La Paz, comenzó probablemente en
diciembre de 1533, a un mes de la toma del Cuzco. Señala en muchos sentidos el
momento en que el pequeño poblado cruza el final de su vida precolombina para
ingresar en el umbral de la más temprana
colonia.
Quince
años antes de la fundación de la ciudad, los cuatro primeros exploradores de la
avanzada de Francisco Pizarro que subiendo al altiplano co-descubrieron, para
la mirada europea el lago Titicaca, abrieron también al resto del mundo el
espacio del Collao, entre Ayaviri y Sicasica, entre los canche y los pacaje,
que ocupaban también, igual que los colla y otras etnias generalmente con
núcleo establecido en la vasta meseta andina, diversos valles encajonados
detrás de las montañas nevadas, al este de los Antis.
En el
sur inmediato, a partir de Caracollo, el extenso territorio de los charca y
qaraqaras sería igualmente recorrido con la misma intensidad rumbo al rìo de la
plata y Chile.
Esa
primera exploración hispana al Collao incluyó en busca de oro, mano de obra y
otros valiosos recursos gratuitos, la hondonada que desde las cumbres del
Huayna Potosí, habían allanado por milenios el río Choqueyapu y su afluente
principal, el Chuquiaguillo/Orkojauira/La Coya, antes de bajar por el sur del
Illimani, rumbo a la selva y el Amazonas.
Esta marca o cabecera de pueblos indígenas, fue
inicialmente conocida por los españoles como “pueblo de Chuquiabo” y no como “Pueblo Nuevo”, término que se
empleó para la creación de la ciudad, según lo precisó en septiembre de 1548 su
autor intelectual, el gobernador La Gasca, en sus instrucciones fundacionales a
Alonso de Mendoza, sobre un planteamiento que ya en 1542 había enviado Vaca de
Castro, su primer antecesor.
El
pueblo nuevo pudo albergar una primitiva pero singularmente histórica capilla
de barro, similar a la descrita en el acta inaugural de Laja aquel sábado 20 de
octubre de 1548.
Que
tres días después Mendoza decidiera por sí mismo realizar una segunda y
visionaria cuanta estratégica fundación –posiblemente en la explanada de
Churubamba–, solemnizada con el ritual de instauración del “rollo y la picota”
y de “quitar piedras” –en Chuquiabo como señalan las Actas del Cabildo– y que
meses después ampliara la ciudad o mandara a trazar su sector español de
manzanas cuadriculadas sobre la ribera izquierda del Choqueyapu con tope en el
río Mejahuira, concreta uno de los momentos cruciales de la transición local
del siglo XVI en la futura metrópoli convertida hoy en la mayor del occidente
boliviano, el sur del Perú y el norte de Chile.
UNA
PRIMITIVA CAPILLA DE BARRO
¿Por qué la importancia de tal capilla? La
investigación más reciente de Marti Pärssinen sobre la cuadripartición aymara
en Chuquiabo a la hora en que aparecieron los españoles, encontró que tres
secciones eran mitimaes (aman y ruin de la parcialidad amansaba y aman de la
orensana, es decir incas o de otras etnias altiplánicas) y la cuarta era nativa
(ruin del ruin). El emplazamiento de la primitiva capilla, por ejemplo en la
parcialidad de inca, correspondiente a San Sebastián, confirmaría que el Pueblo
Nuevo de Nuestra Señora se asentó, al menos por un año en Churubamba.
Pero
¿y si tal asentamiento fue en la parcialidad del Sol/la Coya, hacia el actual
barrio de Miraflores? ¿O en la parcialidad de Santiago, al parecer enfrente de San
Pedro, pero más allá de Poto Poto miraflorino con extensión a la zona sur? ¿O
en esta misma parcialidad sanpedrina de indígenas locales pasando el río
Karawichinca, en la margen derecha del Choqueyapu?
De
todas maneras, hacia 1560 los ayllus todavía reclamaban compensación por sus
tierras tomadas para fundar la ciudad, dado el compromiso de “darles otras y no
se les han dado”, según el pleito de Juan Remón.
Por
el mismo rumbo, la posibilidad de que los caciques Quirquincha y Uturuncu
recibieran a los españoles no está confirmada ¿Existieron realmente? A partir
de Aranzáes (1915), todos, historiadores o no,
repitieron después lo mismo, o casi lo mismo.
Las
versiones primigenias de Crespo en 1906 y Acosta en 1880 con base en la
topografía descrita por Lanza 1876 aluden a los “caserones” de Quirquincha o el
“campo” del Uturuncu, incluso barrio o callejuela, pero no a los curacas
mismos. Y la a referencia base sobre estos dos personajes en el imaginario
local corresponde al rescate de la memoria oral efectuado por una sola fuente
que data de 1911 pero publicada en 1955, versión que fue recogida por el
entrañable Saignes en 1985 y desde entonces también es repetida por los autores
de los últimos 30 años.
La
marca era desde tiempos preincaicos un importante centro multiétnico de ayllus
locales y regionales que ocupaban y transitaban este singular cruce de diversos
caminos e intercambios, sobre todo de coca, no sólo para la extracción de oro o
la agricultura, sino para el pastoreo de camélidos en apreciados pastizales de
sus laderas: Ovejuyo, Purapura, Achachicala, Sopocachi, Munaypata, Kallampaya,
Chijini.
Articulaba
también, como otros enclaves étnicos del altiplano, a uno y otro lado de la
Cordillera –tal vez precisamente para rebasar la enorme meseta, diferentes
niveles ecológicos a la manera de archipiélagos poblacionales sobre los que
tenían derechos ayllus lejanos con núcleos incluso al otro lado del Titicaca y
emplazamientos productivos trabajados por mitimaes trasladados por el Inca
desde el Chinchaysuyo y la provincia Cañar del Ecuador (cañares y
chinchaysuyos), conformando un sistema que desde la etnohistoria del siglo XX se describiría como
zonas transversales de complementación o control vertical de diversos pisos
ecológicos.
Desde
1450, con la conquista inca y el consecuente reordenamiento de la tierra y los
grupos poblacionales, la futura La Paz
albergó así el doble enclave de los intereses del estado inca y de los señoríos
aymaras que sobrevivieron a la debacle de la cultura Tiwanaku hacia el siglo
XIII, especialmente de los lupaca, collas y pacasas/pacaxes/pacajaquis,
perteneciendo Chuquiabo a estos últimos.
EL
PASADO MÁS REMOTO
La
excavación arqueológica halló desde el siglo XIX en cerámica, orfebrería,
escultura y vivienda, vestigios de las primigenias culturas que desde hace
3.000 años (Wankarani y Chiripa entre 1500-1200 aC., y luego Tiwanaku hasta 1.200 dC) ocuparon el altiplano
central, extendiéndose chiripas, tiwanacotas (y sus sucesores aymaras) en busca
de oro a valles de altura como Chuquiabo, donde dejaron evidencias materiales
de su presencia en sectores como Achocalla, Llojeta, Tembladerani, Pampajasi,
Miraflores y otras riberas del Orkojahuira y más abajo, en Achumani donde
esperan mejor conservación una chullpa o torre funeraria pacaje y los restos de
una kocha o laguneta artificial para regar maizales y cultivos de papa o
haba. (La foto que acompaña a esta nota
es de una torre funeraria en Chijipata, Kellumani, un sector de la cuenca del
Achumani).
Lo anterior existente a la presencia nativa,
se pierde en la niebla de lo glacial y diluvial de la información geológica
existente para el último millón de años.
“Sólo
la cuenca de La Paz ofrece la oportunidad de observar las cuatro épocas
glaciales”, concluyeron en 1960 Federico Ahlfeld y Leonardo Branisa en torno a
enormes sucesos de erosión que conformaron la hoya paceña.
Para la era del Pleistoceno en Achocalla,
dieron cuenta de un deslizamiento de colosales masas sedimentarias
precipitándose desde la meseta altiplánica hasta la profunda quebrada del río
de La Paz, debajo de Aranjuez: “Por un corto tiempo, el cauce de río estaba
cerrado, formándose aguas arriba un lago que llegó hasta la parte alta de
Obrajes. Sus terrazas todavía son bien visibles en varios puntos”.
Miles
de años después, las orillas de los grandes lagos Ballivián y Minchín,
precursores en su desecación, del eje acuático Titicaca-río Desaguadero-lago
Poopó y los salares, fueron recorridas
después por cazadores y recolectores nómadas en tránsito a lo pastoril,
agrícola y sedentario, caracterizando a las edades de piedra y metales en el altiplano,
protagonizadas por población de los horizontes Viscachanense y Ayampintin del
periodo precerámico, según los estudios de Ramiro Condarco, 1975; Montes de
Oca, 1989; Huidobro, 1984, y
Lemuz/Aranda, 2009.
En lo
que sería Chuquiabo, desde el momento geológico en que los deshielos del Huayna
Potosí y las alturas de Chacaltaya cambiaron de curso, ya no bajando hacia el
declive de Batallas, rumbo al Titicaca, sino abriéndose curso este hacia el
embudo de Aranjuez
Y mientras el Chuquiaguillo-Orkojahuira
escarbaba su propia cuenca miraflorina hasta la cumbre de entrada a los Yungas,
en Chicani y sus alturas de Hampaturi se formaba la del río Irpavi, alimentado
en su final por la cuenca del Achumani en Calacoto, confluyendo todos, junto
con el Ovejuyo-Hayñajahuira, en el último tramo del Choqueyapu, en un sistema
de cuatro cuencas que aún hoy reúnen y drenan las aguas de 200 arroyos.
En
vasto arco, desde el noroeste se mostraba el Huayna Potosí (el antiguo Kaka-Aaka con sus 211 millones de años) , luego la serranía
Murillo, seguida por el Mururata y el Illimani
(la wak’a Hillemana para los originarios), separados por el abra de
Pacuani/Uni, distinguiéndose la afloración volcánica del Chiarjaque/Muela del
Diablo, y más al sur el bloque rojo de Aranjuez, que desde el altiplánico Kenko
fijó límite con Achocalla.
LA
OCUPACIÓN INCA
Hacia
1450, sin embargo, había comenzado la expansión del naciente estado incaico
rumbo al Collao y Charcas, atribuida, por Garcilazo (1609) y Guamán Poma (1612)
al cuarto inca, Mayta Capac. Pero cronistas más tempranos como Cieza (1553) y
Sarmiento (1572) refieren, con base en información local de indígenas ancianos,
que éste no salió del Cuzco, salvo a una
guerra con sus vecinos alcabizas y no pudo estar en o fundar Chuquiabo.
En su
estudio sobre Caquiaviri y Pacasa, Pärssinen planteó que se le acreditaron a
Mayta (1290-1320) “las conquistas que aparentemente tuvieron lugar en la época
de Pachacuti”, noveno inca (1438-1463).
Errada
o no, la incierta presencia de Mayta Capac en Chuquiabo se registró en historiografía paceña desde 1880, siendo
repetida el IV centenario de La Paz y décadas siguientes, incluso hasta el
2013.
De
aquellos años datan las imaginativas versiones sobre su reinado hacia 1181, su
creación de Chuquiabo y hasta la construcción de “un templo para el Sol, la
casa de Escogidas y casa de fundición, a la cual dotó de mayordomos y obreros
para labrar ricas piezas de oro”. (Aun hoy se “advierte”: “no hay que olvidar
que el cacique Quirquincha se halla enterrado en esta iglesia”, San Sebastián y
se habla de un remoto “templo inca dedicado al sol”, se axueHuidobro el 2009
y Ramos el 2015), con motivo de la
extracción de cerámica prehispánica que no da cuenta de una estructura mayor
según el reporte 2007-2009 de Rendón y Mencias)
Si
bien una de las tres estrechas calles arriba de la explanada triangular de
Churubamba lleva el nombre de Mayta
Capac, contradictoriamente hasta hace un siglo se la conocía como la calle del
“caserón” de Huayna Capac.
La
cronología de la presencia inca es más precisa a partir del hijo de Pachacuti,
Topa, quien co-gobernó con su padre entre 1463 y 1471. Los
Quipucamayos-administradores de los quipus (chinus, en aymara: cordones
anudados en los que se anotaban cifras y aun sucesos) informaron en 1542 a Vaca de Castro que
después de tomar los reinos colla y lupaca al norte del Lago, Pachacuti
conquistó Charcas y en consecuencia Pacajes, aunque otras fuentes (Cieza,
Murúa, y Cobo) asociaron tal ocupación a Topa.
Todavía
en 1582 los curacas de Charcas reivindicaban haber sido soldados desde el
tiempo de “Topa Inga Yupanque y Guaynacna y Guascar Inga”.
El
cambio de siglo advino precisamente con Huayna Capac, emperador entre 1493-1525, a sólo años del descubrimiento
español del Collao y Chuquiabo por parte de los cuatro “corredores” pizarristas
a la cabeza de Diego de Agüero.
Tras
el avance de Pachacuti hasta los collas y linderos de Pacajes, lo conquistado por Topa comprendió la mayor
parte del imperio inca. Sarmiento narra que si bien Pachacuti instituyó el
sistema de los mitimaes, indígenas traspuestos, mudados, para la colonización incaica, fue Topa quien
amplió las facultades de los mitmaqunas y ordenó visitas para empadronar todas
las etnias agravando el peso de los tributos.
Fue
también Topa quien reingresó al otro lado de los Andes con sus capitanes Otorongo Achachi y Challco
Yupanqui, y avanzó hasta los Chunchos, al norte de Larecaja, enviando a un
tercero, Apo Curimache, a encontrar el legendario río Paytite del oro, “por el
camino de Camata”, Larecaja.
Sin
embargo, Challco Yupanqui no era sólo un capitán más: apu/gobernador del
Kollasuyo, con mando desde el centro ceremonial de Copacabana, llevaba en la
guerra “la imagen del Sol” (Sarmiento, 1572). Y ya maduro fue el mismo que probablemente
acompañó a Almagro en la primera entrada a Chile (Roberto Santos, 1966) y fue
eliminado por Tizoc, lugarteniente del rebelde Manco Inca antes de la batalla
de Cochabamba, de 1538, durante la segunda oleada invasora de los Pizarro en la
región.
Al
igual que con Challco Yupanqui, diversos testimonios dan cuenta de jefes y
gobernadores con predominio en el norte del Collao, eventualmente extendido a
Pacajes y Chuquiabo:
Para
los tiempos de Viracocha, Cieza alude al
gobierno de Cari y Zapana, entre los lupaca y los colla,
respectivamente. Con Pachacuti, Sarmiento enumera hasta cuatro incursiones
contra los collas, la mayoría contra su líder Chuchi Capac, pero también contra
Chucachuca y Coaquiri, cuyos pellejos terminaron alisados en los tambores del
inca.
Basado
en Martín de Morúa (1590, en Bouysse-Cassagne, 1987) Choque Canqui nombra a Javilla, Tocaicapac y Pinancapac,
como gobernantes del Collao, incluso antes que el inca.
Aunque
hay versiones entusiastas sobre la presencia de Huayna Capac en el mismo
Chuquiabo, sí está documentada la visita
que hizo al Kollasuyo para reordenar el trabajo en tierras de pastoreo y minas y trasladar
14.000 mitmas al valle de Cochabamba y otros enclaves estatales en Larecaja, Chuquiabo, Zongo, cocales del sol y
del Inca (John Murra, 1991), Yungas e Inquisivi, además del poblamiento ritual
de Copacabana por 42 panacas de otras
tantas naciones.
Choque
Canqui encontró en la relación de Mercado de Peñaloza (1585) y otros autores,
que Huayna Capac separó Sicasica de Pacajes, otorgándoles tierras en
Cochabamba, manteniéndoles su acceso a otros pisos ecológicos.
Con
la conquista inca, estimó Saignes, “el
nombre de la mayor mina, llamada Huayna Capac (Guanarcabo 40 brazas), da a
suponer que podría pertenecer a su momia”, custodiada por su panaca en el
Cuzco, a la que se remitía el oro.
Precisamente
con los datos de fines de 1533, llevados por Agüero y sus tres compañeros a
Pizarro y Sancho de la Hoz, este escribano y secretario del conquistador
escribió en 1534 la primera descripción de Chuquiabo.
Al
breve retrato de Sancho se sumarían hasta fin de siglo una decena de
descripciones sobre Chuquiabo y Nuestra Señora, desde la valiosa información de
los encomenderos Vizcaino y Morales en
1586, suscrita por Cabeza de Vaca, hasta las menos conocidas de Cristóbal de
Miranda en 1578, Balthazar de Ramírez en 1580 y la del poeta petrarquista Diego
Dávalos y Figueroa, vecino de Chuquiabo en 1590 con su esposa Francisca Briviesca, viuda del rico Juan Remón, que
hasta su muerte detentaba ocho encomiendas
entre Machaca, Zongo y Chuquiabo,
incluidas las de Alonso de Alvarado en Zongo y Simaco, que fueron de
Alonso de Mendoza.
Párssinen
ha dado apenas un bocadillo del Anónimo de 1568 y los legajos del pleito de
Juan Remón en 1563, todos en el Archivo de Indias. Ariel Morrone, que ha
estudiado a encomenderos y caciques de
la temprana La Paz, sorprenderá aún más en diferentes facetas. * Versión
completa de un resumen publicado en La Razón. Periodista e historiador. Parte I
de “De Chuquiabo a Nuestra Señora”, en edición.
Chuchiabo/Chuquiabo
Así
figura el nombre en la traducción italiana de Ramusio, única subsistente, de la
Relación de Sancho de la Hoz, en 1534.
En las Actas del Cabildo, 1548, se lee Chuquiavo y Chuquiapo, como también se
vulgarizó después. Para Cieza en 1549 es Chuquiabo. En cambio, según Saignes,
Chuquiago es una versión degradada de las anteriores. Raúl Calderón y otros
historiadores prefieren Chukiyawu. La traducción convencional es sementera de
oro. Para Garcilazo en la interpretación más antigua es: “lanza principal”,
aunque mejor precisada es “señora lancera”, según Zacarías Monje, que hablaba
aymara, por el vocablo chuqui/lanza, que también evoca a Chuquisaca y otras
toponimias. El pacaje castellanizado –la x que igual que en México cambia en
j−, se remonta quizá a una difícil pronunciación del pacajsa aymara, que los
españoles abreviaron como pacaxa, pacassa o simplemente pacasa. En dos barrios
del municipio paceño subsiste el nombre: Alto y Bajo Pacasa; y en el de
Cupilupaca es referencia directa a los lupacas del Lago.
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