“Es
un rasgo de reivindicación racial”, señalan
ESPAÑA (ANB / EL PAÍS) .- “El padre de mi hijo me despreciaba. Me decía que yo no valía
nada porque vestía pantalón”, recuerda Rosmeri Fernández (41), migrante aimara
de la comunidad de Tablachaca (La Paz) que llegó a Santa Cruz, la capital
económica de Bolivia, siendo una adolescente. Sus inicios en la ciudad fueron
difíciles: empezó como vendedora ambulante de dulces, luego cayó enferma y
finalmente encontró un puesto como niñera que le dio estabilidad económica.
Alejada de su familia, Rosmeri comenzó a frecuentar los domingos fraternidades
folclóricas en las que podía conectar con la música, el baile y la comida de la
tierra que había dejado atrás. Allí conoció a Ernesto (seudónimo), un
carpintero que la abandonó dejándola embarazada, pero también entró en contacto
con otras mujeres migrantes que reafirmaban su identidad vistiendo la pollera,
vestimenta distintiva de las mujeres mestizas, o cholas, y de las indígenas
aimaras y quechuas.