LA PAZ, BOLIVIA (ANB / Erbol).- Mi respiración levantaba pequeñas tormentas de polvo con mi nariz raspando la tierra. El brazo de un niño de mi edad, apenas 6 años, se enredaba en mi cuello y mi brazo hacia lo mismo con el suyo. Me dolía todo pero sospechaba que a él también.
Escuchaba los gritos de los compañeros de clase que hacían apuestas y gritaban en apoyo de alguno de los dos. Teníamos 15 minutos de dar el espectáculo de pelea callejera que parecía que hacía de la calle un circo y de todos, la diversión. Nos pegamos por todos lados hasta caer enredados en la calle de tierra y justo allí con escaso ángulo de visión apareció de pronto, generando un silencio repentino, la cara de mi madre.
Nadie soltó a nadie, pero los dos hicimos una pausa y dejamos escuchar su voz que me preguntó: "¿Vos provocaste la pelea?" "¡No!", contesté con dificultad. De inmediato se puso de pie y con voz pausada dijo: "¡Entonces defiéndase mijo!" Así era, nadie tenía más convicción que ella incluso cuando se equivocaba. Su fortaleza era impenetrable. Jamás se le dieron las relaciones públicas ni las mentiras piadosas.
Nunca causó una primera buena impresión pero al final todos terminaban queriéndola y por sobre todo admirando su manera de ser y queriendo ser un poco como ella.
Jamás escuché de la boca de mis padres frases como "TIENES QUE GANAR" o "TIENES QUE LLEGAR PRIMERO", solo se remitieron a dejarme ser testigo de las tantas y tantas veces que le ganaron las batallas a la vida hasta que la muerte se los llevó.
Los vi vencer al presupuesto una y otra vez desde que me asiste la razón con los métodos más inverosímiles, jamás vistos y siempre sin quejarse. Jamás los vi pretender ser mejor que nadie pero jamás los vi rendidos ante nada ni venderse ante nadie y siempre listos a luchar.
Cuando el salario del viejo no alcanzó los vi vender radios de transistores por abonos en aldeas guatemaltecas y hacer las de cobradores en moto hasta que un camión los estampó y casi les quita la vida.
Todos sus ahorros fueron a dar al hospital y a empezar de nuevo. Nunca dejaron de ser incluso lo que no era bueno que fueran. Lo inclaudicable de su postura nos hizo saber a mis hermanas y a mí que con ellos no habían pactos ni negociación. Que así eran ellos y así seguirían siendo, por algo que se llama convicción y que redunda siempre en la fortaleza de sus cachorros.
Hoy, en la noche más triste de mi vida, vi partir frente a mis ojos a la mujer más franca y fuerte que conocí. No encontré una igual ni en las películas ni en los realísimos mágicos macondianos que vaya si tenía mujeres con fortaleza.
A mis padres se los llevó un mal que les atacó justo el cerebro, quizás gastados de tanto soñar, convulsionaron un día por el único órgano que les podía fallar porque el corazón lo tenían demasiado grande y fuerte para claudicar.
Mi madre se me fue hace unas horas ante mis ojos de manera insospechada pero justo como ella quería que sucediera. Días antes, me llevó a donde descansa mi padre y me señaló el lugar exacto donde quería estar y a los tres días ya le hacía compañía.
Desde que mi padre faltó, lo mencionó mil veces, no quería otra cosa que estar con él. No sé bien que habrá después, pero espero que en lo incierto exista un lugar donde pudieran darse un beso más. Solo un beso más para que les alcanzara para muchas muertes con la misma posibilidad.
Doña Mimi, quiero imaginarte joven otra vez. Trepando árboles de mango y subiendo palos de coco con la facilidad que solo vos tenías. Quiero verte de nuevo feliz porque desde que el viejo se fue tu felicidad eran ráfagas escasas. Te extraño Mimi, aunque sé que te viene mejor la compañía del viejo que la de tantos que te amamos aunque nos condenes a no verte más.
No volveré a cantar nunca tu canción, te lo prometo, para que desde hoy te la cante Don Ricardo que bien sabemos todos, la cantará mejor que yo. (www.misionesonline.net)
Ricardo Arjona
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