AFRICA (ANB / Información
tomada de internacional.elpais.com).- Unos 4.500 invitados han asistido esta mañana al
funeral de Estado de Nelson Mandela en la localidad de Qunu, en la pobre
provincia de Eastern Cape. Finalmente, su amigo el arzobispo emérito de Ciudad
del Cabo y uno de los activistas anti apartheid más destacados, Desmond Tutu,
ha venido al último adiós después de que ayer anunciara que causaría baja y el
posterior aclarado del Gobierno.
Completan la lista de personalidades los ex primer ministros franceses
Alain Juppée y Lionel Jospin, la periodista Ophra Winfrey, el Príncipe de
Mónaco y su mujer, la sudafricana Charlene, o el reverendo Jesse Jackson que
llegaron a la enorme carpa instalada en terrenos propiedad de la familia
Mandela para atender los servicios.
El día se ha levantado soleado y con bancos de niebla sobre esta pequeña
aldea encima de suaves laderas verdes en la que Mandela se crió y volvió a
pasar temporadas vacacionales una vez cumplió 27 años de prisión y fue
liberado, en febrero de 1990.
El cuerpo de Mandela llegó ayer por la tarde a Qunu y pasó la noche en su
residencia, velado por su familia, que esta mañana celebró en la intimidad una
homilía, antes de que el ataúd fuera trasladado en la parte posterior de un
camión militar hasta el lugar de las exequias.
Con los primeros acordes de la tradicional canción xkosa (la etnia de
Mandela) Lizalis' idinga lakho, entró el ataúd llevado por mandos militares y
escoltado por su nieto mayor y actual jefe del clan familiar, Mandla, su viuda,
Graça Machel, y ex mujer, Winnie, vestidas de riguroso negro y con un tocado en
la cabeza del mismo color, así como el presidente, Jacob Zuma. La caja quedó
instalada delante del escenario, rodeado de grandes velas blancas y un enorme
mosaico de un Mandela sonriente. Un coro mixto de góspel entonó también el
himno nacional y será el encargado de la parte musical durante todo el sermón.
La ceremonia ha contado con los parlamentos de un nieto de Mandela, su
viejo camarada Ahmed Kathrada, con el que coincidió en los 27 años de
encarcelado, y, como ya pasó en el acto de Soweto, ha cerrado el turno de
palabras Zuma. El ataúd ha salido de la carpa para dirigirse en procesión de
nuevo al mausoleo familiar de Mandela, en el jardín de su residencia y donde
yacen tres hijos suyos.
Los vecinos de Qunu recuerdan al ex presidente paseando por los prados y
saludando a cualquiera que se encontraba a su paso. “Siempre tenía una sonrisa,
una palabra amable”, explica Zola, que recibió algún regalo de manos del propio
Mandela las navidades que éste acostumbraba a pasar en la aldea con sus hijas y
nietos o Machel.
Las fuerzas de seguridad han tomado este pequeño pueblo, que hasta la
llegada de Mandela a la presidencia en 1994 no contaba con electrificación ni
agua potable. También en la única carretera de acceso se han multiplicado los
controles y cortes al tráfico para facilitar la llegada de los numerosos
invitados.
La organización vetó la participación de los vecinos de toda la vida de
Mandela, que al saber la noticia de que no podían acercarse a la carpa para
decir adiós a su vecino Tata quedaron decepcionados ya que sólo podrán acceder
a su tumba una vez abandonen el pueblo las personalidades invitadas. El único
consuelo es que pueden seguir la ceremonia a través de una pantalla gigante
instalada cerca del Museo Nelson Mandela, lo mismo que se espera que hagan
miles de sudafricanos en estadios y plazas. La televisión pública sudafricana
retransmite en directo la señal de la ceremonia desde primera hora de la
mañana. Sudáfrica pondrá hoy fin a 10 días de luto decretados el pasado 5 de
diciembre cuando falleció el primer presidente negro del país, a los 95 años en
su mansión de Johannesburgo.
Miles de sudafricanos se han volcado literalmente en los actos organizados
por todo el país. En los lugares más emblemáticos para la vida de Mandela, como
Soweto la gente se reunió para cantar y bailar en memoria del hombre que
desmanteló el apartheid. Durante los tres días de la capilla ardiente abierta
en la sede del Ejecutivo sudafricano en Pretoria hubo tanta gente que el
viernes, el último día, la policía cerró el acceso antes del horario previsto
porque no podía asumir más público. Sudáfrica, como dijo Zuma la noche que
anunció la muerte, se ha quedado un poco huérfana al perder al “padre” de la
nación y al héroe.
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