MUERTES EN LOS CUARTELES
Más de 60 jóvenes murieron en cuarteles bolivianos entre 2011 y 2023. ILUSTACIÓN: ADRIANO LENAZ |
REPORTAJE PUBLICADO EN EL DIARIO OPINIÓN
COCHABAMBA, BOLIVIA (ANB / Erbol).- El soldado Edwin Veizaga Peredo, de 23 años, estaba a dos semanas de recibir su libreta de servicio militar y regresar a su hogar en Vueltadero, una comunidad en Ivirgarzama ubicada en la región del Trópico de Cochabamba (centro de Bolivia). Sus padres lo esperaban orgullosos y confiando en la promesa de que regresaría a trabajar en el chaco y estudiar Mecánica Automotriz. Pero los planes de esta familia, de origen modesto y vocación campesina, se hicieron añicos cuando el instructor de Edwin, el sargento Milton García, lo castigó poniéndole un trapo húmedo en la boca, le echó agua fría encima y lo asfixió hasta matarlo.
Los
padres de Edwin, Inés Peredo y Eliseo Veizaga, aún lloran la violenta muerte
del joven, al igual que sus cuatro hermanos. Tres de ellos viven en otros
sitios con sus familias y el menor, de 20 años, lo hace en el cuartel en Río
Blanco, Puerto Villarroel, la población capital más próxima a su chaco, adonde
fue trasladado tras la muerte de Edwin. Hasta entonces recibía instrucción
militar en el mismo regimiento que su hermano, a 957 kilómetros y más de 17
horas de viaje por tierra. “Ya no quería perder a mi otro hijo, por eso hemos
hecho el traslado”, explica la mamá.
Desde la muerte de Edwin, ocurrida el 26 de diciembre de 2023 en el Regimiento de Infantería 14 de Florida de San Matías, en Santa Cruz (al extremo este del país, en la frontera con Brasil), el hermano menor aguarda para concluir el cuartel, los progenitores enfrentan dificultades económicas para mantener su terreno agrícola y la familia toda aún se aferra a la búsqueda de justicia. Pese a que el sargento de Ejército Milton García ya había sido sentenciado a 20 años de prisión por el homicidio de Edwin, un juez dejó “sin efecto el mandamiento de condena” y concedió al acusado prisión preventiva, lo que para la familia supone un estado de impunidad por el crimen.
Edwin Veizaga. |
Bolivia
es uno de los cuatro países de Sudamérica donde el servicio militar es aún
obligatorio. Este, que podría ser un dato anecdótico, no lo es para los bolivianos. El entrenamiento en cuarteles es
un “trámite” de elevado riesgo, que cuesta vidas humanas, como la de Edwin
Veizaga. Solo entre 2011 y 2023 murieron 62 conscriptos mientras hacían el
servicio militar en circunstancias aparentemente abusivas o violentas, según la
investigación documental realizada para este reportaje. La ausencia de datos
judiciales no permitió establecer las causas de todas las muertes ni a sus responsables.
El número de decesos determinado por esta investigación es mayor a los 53 que
reconoce un reciente informe de la Defensoría del Pueblo.
La
cifra que revela este trabajo de OPINIÓN y CONNECTAS se desprende de una
revisión de publicaciones (periodísticas e institucionales) en sitios web
bolivianos entre 2010 y 2023. Las denuncias de muertes de soldados, reportadas
durante el año que dura el servicio militar o premilitar para los conscriptos,
aparecen en informes de medios y de organizaciones de derechos humanos.
Las
muertes identificadas por este trabajo van desde fallecimientos por asfixia y
golpes de calor a causa de entrenamientos excesivos, hasta disparos de armas de
fuego y violaciones sexuales. Si bien todas se dieron por diferentes razones,
muchas aún sin dilucidar, la mayoría de casos demuestra tres problemas
estructurales con la estructura militar boliviana. En primer lugar, una cultura
violenta en donde se confunde la rigurosidad castrense con la ejecución de
castigos físicos y abusos que rayan en la tortura. Esto se suma además a la
discriminación de los soldados de origen rural e indígena, que componen la
mayoría de las víctimas. Y finalmente, la impunidad en la justicia militar
frente a los casos públicos: solo dos han terminado en condenas.
Una
cultura violenta
Las
muertes de conscriptos registradas para esta investigación revelan el alto
grado de violencia en el que se desarrolla el servicio militar en Bolivia.
Algunos decesos se dieron a raíz de golpes infligidos por instructores que
produjeron a las víctimas hemorragias severas y daños permanentes de órganos
vitales, como pulmones y riñones que estallaron por las palizas. Otros soldados
perecieron a causa de disparos deliberados de armas de fuego o por asfixia
derivada de torturas, como en el caso de Edwin Veizaga. En los reportes
militares también se consignan muertes por ahogamientos y a consecuencia de
enfermedades preexistentes. Sin embargo, no todas han sido esclarecidas.
Detrás
de estos datos hay lo que expertos en seguridad consultados para esta
investigación caracterizan como un clima de violencia estructural en las FFAA,
institución que administra y ejecuta el servicio militar y premilitar en el
país. “Una cosa es la rigurosidad que debe haber dentro de la formación del
carácter de los chicos y otra cosa es el abuso personal que hacen los militares
(contra los conscriptos)”, aclara el investigador boliviano Samuel Montaño, quien
sigue denuncias de abusos en los servicios militares desde 1984.
La
violencia a la que alude Montaño se expresa, entre otros factores, en una
mentalidad discriminatoria hacia soldados de origen rural e indígena. “No puede
ser que oficiales, que en su mayor parte han tenido una formación elitista y
vienen de familias acomodadas” no sepan lidiar con el “shock de que, cuando son
destinados a unidades militares, se encuentran con que la mayor parte de los
conscriptos son indígenas, campesinos que apellidan Mamani, Quispe, lo que los
violenta”, dice.
Montaño
señala que, antes de la creación del premilitar (un servicio al que se acude
solo los sábados y para el que hay que pagar), los hijos de los militares de
alto rango iban al Colegio Militar, un sitio con muchos privilegios, para ser
caballeros cadetes y posteriormente ser designados para administrar los
cuarteles. En su criterio, esta sería la causa por la que muchos militares de
alto rango ejercían y ejercerían aún violencia contra los conscriptos como un
método de desfogue, una “tradición” que persiste hasta hoy. “(Los oficiales) no
tienen mejor forma que desahogar esa frustración que golpear y maltratar al
soldado, para así mostrarse a sí mismos que son poderosos, y eso es un defecto
psicológico”, insiste.
Los
soldados que se someten al servicio militar obligatorio suelen ser de
extracción rural, ascendencia indígena y economías modestas, ya que el
premilitar exige alta solvencia de los padres: cuesta actualmente 850 bolivianos (unos 122 dólares) solo la
inscripción, a lo que hay que sumar el pago de uniforme, alimentación y
transporte, entre otros gastos.
Pero,
a pesar de sus “privilegios”, el premilitar tampoco exime a los jóvenes de la
violencia que reina en los cuarteles de Bolivia. Óscar Márquez Jiménez, de 16
años, murió el 11 de noviembre de 2023 cumpliendo este servicio en la Fuerza
Naval de Puerto Villarroel, un poblado rural de la zona tropical de Cochabamba.
Narda
Jiménez, su madre, cuenta que aún no encontró justicia para su hijo, quien
habría muerto a raíz de un “golpe de calor” que le provocó una falla
multiorgánica, según el informe de la autopsia realizada por el Instituto de
Investigaciones Forenses (IDIF) . A ello se sumó que no recibió atención médica
oportuna, según confirmaron testigos del cuartel citados por el abogado de la
familia.
La primera noticia que Narda recibió aquel 11 de noviembre fue de un amigo de su hijo, quien le contó que Óscar se había desmayado y estaba siendo atendido en un centro de salud. Al llegar hasta el lugar, el joven estaba intubado. La madre recuerda que los camaradas de su hijo le contaron que Óscar comenzó a sentirse mal durante una rutina de ejercicios, pero que, en vez de parar, recibió el castigo de seguir, a casi 40 grados de temperatura.
“Me
pregunté qué ha pasado. Yo lo envié sanito. Sus amiguitos me dijeron que ese
día habían hecho mucho ejercicio y Oscar se sentía fatigado. Había puesto mala
cara y se hizo castigar con más ejercicio. Puedo decir que seguramente ha hecho
más ejercicio mi hijo en esas tremendas temperaturas y no ha sido hidratado.
Eso le ha dado un golpe de calor. Le dio un shock”, contó la madre a OPINIÓN
pocos días después de la muerte de su hijo.
Frente
a la denuncia que presentó la madre ante la Fuerza Especial de Lucha Contra el
Crimen (FELCC), policías y fiscales llamaron a declarar a algunos militares.
Sin embargo, no todos se presentaron y quedaron algunos vacíos en la
investigación, que aún sigue en curso, según relató la madre. A decir del
Ministerio de Defensa, la de Óscar fue una “muerte natural fuera del recinto
militar”.
La
“explicación” de la muerte natural aparece, con variaciones, en buena parte del
reporte que la Dirección General de Derechos Humanos del Ministerio de Defensa
hizo llegar a este equipo periodístico a manera de descargo sobre los decesos
de conscriptos en respuesta a una solicitud de información pública. Así, por
ejemplo, sobre el caso del soldado Luis Miguel Marca, muerto a los 18 años en
el Batallón III de Cochabamba, en marzo de 2023, el informe puntualiza:
“Soldado fallecido en actos de servicio por broncoaspiración según autopsia de
ley. Se instauró sumario informativo militar. No presenta ningún tipo de
maltrato físico”.
Este
tipo de respuesta es la que, en criterio del investigador Samuel Montaño, lleva
a tipificar las muertes de soldados como accidentes, lo que impide una efectiva
investigación judicial que establezca la verdad de los hechos y eventuales
sanciones contra los agresores. “El argumento que utilizan los militares para
liberar a los señores que matan a los chicos toda la vida es accidente,
accidente, accidente”, apunta. La calificación de las muertes de soldados en
servicio militar, añade el especialista, es propia de los tribunales de
justicia militar en los que mayormente se ventilan los hechos de violencia
contra subalternos que involucran a superiores comúnmente liberados sin llegar
a someterse a la justicia ordinaria
boliviana. “La mayor parte de los militares que han matado a los
conscriptos, y digo matado porque hay pruebas de eso que yo he visto, quedan
impunes por la justicia militar”, sostiene.
Coincide
con Montaño el abogado Santistevan, quien reconoce las deficiencias de la
justicia militar en Bolivia. “El asunto está en que la justicia militar no
funciona, [porque] no hay fiscales, no hay un sistema organizativo penal,
solamente en cuadro, es decir, en gráficos, pero en la realidad esos tribunales
no funcionan porque están también politizados al amparo de gente interesada”,
afirma.
Y
en cuanto a los tipos de sanciones establecidas por la justicia militar,
Santistevan precisa que son “básicamente disciplinarias” y van de los arrestos
a la baja definitiva, la cual recién habilitaría la apertura de un proceso
ordinario. “Entonces se castigan las faltas leves y graves, y los jueces
sumariantes castigan con días de arresto hasta la baja definitiva”,
complementa.
Esa
justicia militar, que favorece la impunidad, es precisamente a la que el
informe de Derechos Humanos del Ministerio de Defensa alude en el caso de Luis
Miguel Marca, al mencionarse un “sumario informativo militar”. Una muerte por
la que su familia aún busca justicia.
El
certificado de defunción que “habló”
Más
allá de los casos de estos últimos jóvenes, al menos el 50% de las muertes de
conscriptos en los cuarteles fueron por violencia física. Es el caso de
Mauricio Apaza Guaraní, un marinero alteño de 22 años que, en enero de 2021, se
despidió de sus seres queridos antes de tomar un bus y les dijo, emocionado:
“Pronto volveré con mi libreta”. No pudo cumplir con su promesa, ya que murió
seis meses después en el Distrito Militar de Santa Rosa de Abuná, en Pando
(norte de Bolivia), un paraje amazónico fronterizo con Brasil.
Su
cuerpo “habló” a través de su certificado de defunción. El documento reveló que
falleció producto de un shock hipovolémico hemorrágico, laceración del bazo y
trauma abdominal cerrado. Esa versión fue corroborada por el Ministerio de
Defensa, al afirmar que, a raíz de la muerte del marinero “en actos de servicio
por shock hipovolémico”, se “instauró un sumario informativo militar y el caso
pasó a disposición de la justicia ordinaria”.
Las
condiciones descritas por el médico forense Henry Torrejón no coincidieron con
la versión informada por sus superiores, que aseguraron que el conscripto
habría perdido la vida tras cumplir con ejercicios y sufrir un presunto golpe
en la cabeza. Su familia sostiene hoy que se trató de un homicidio y que el
alférez Pedro P., a quien le dieron detención preventiva de dos meses en el
penal de Villa Busch, sería el aparente responsable. Luego de pagar una fianza
de 30.000 bolivianos (4.329 dólares), el militar consiguió detención
domiciliaria en octubre de 2021.
Tras
la tragedia, los padres de Mauricio, comerciantes de verduras de El Alto,
sufrieron un shock que hizo mella en su salud. El papá fue el más golpeado:
dejó de comer, su diabetes se agravó y perdió parte de la audición.
“Nuestro
sufrimiento va a ser hasta la muerte. Como papás sufrimos, nos sentamos y
decimos, ‘¿ahora qué haremos?’. Así nos preguntamos con mi esposo y nos ponemos
a llorar los dos. Mi hijo era como una planta que estaba creciendo. Todos sus
sueños le han roto. No creo que podamos vivir como antes”, relató doña Pascuala
a OPINIÓN en 2021.
Luego
de que una de las hermanas asistiera a la reconstrucción de la muerte de
Mauricio, el alférez Pedro P. le pidió “perdón”. Ella lo increpó y puso en duda
la versión que apuntaba a que su hermano habría muerto accidentalmente. De
acuerdo con su relato, el militar habría ofrecido comprarle una casa o un auto,
pues “ya nada se puede hacer”.
La
violencia también fue protagonista en la muerte de Nicolás Pardo, un joven de
18 años que cumplía su servicio militar en el Regimiento de Infantería 26
General Barrientos Ortuño, en la población rural de Colomi, Cochabamba. El 15
de agosto de 2016, Nicolás realizó su guardia, de 22:00 a 00:00, junto con su
camarada. Sin embargo, cuando debía volver a su puesto, a las 02:00, no se
presentó. Según las investigaciones policiales, entre la noche del 15 y la
madrugada del 16, algunos militares consumieron bebidas alcohólicas en el
interior del cuartel.
Aquella
mañana, la familia Pardo Pinto recibió de autoridades militares la noticia de
que el joven había desertado del regimiento y que estaba siendo acusado del
robo de un fusil FAL, por el cual sería procesado. Luego de unas horas, en la
noche, los militares dijeron que uno de sus camaradas recibió un mensaje de
Nicolás diciendo que estaba en el cerro Jatun Chanca, cerca del cuartel. Allí
fueron a buscarlo, sin tener resultados.
Finalmente,
el 17 de agosto, antes de las 8:00, policías informaron a la familia que habían
hallado el cuerpo de Nicolás sin vida. El joven estaba con un uniforme
camuflado que llevaba el apellido Delgado, sujetando un fusil FAL, cubierto con
una frazada en el suelo y con dos disparos, uno en la cabeza y otro en el
abdomen. Además, tenía lesiones de defensa en ambas manos. Según la Fiscalía de
Cochabamba, los orificios hallados en la ropa camuflada que vestía el
conscripto no coincidieron con los orificios de su cuerpo y se determinó que el
cerro Jatun Chanca no fue el lugar del crimen.
Luis Miguel Marca. |
Si
bien en principio se dijo que fue suicidio, la Fiscalía acusó del crimen al
subteniente Wilder V. O. y a la sargento Flora C.R. En 2020, la justicia los
declaró absueltos de pena y culpa del delito de asesinato. Sobre este caso, el
Ministerio de Defensa señaló a este equipo de investigación que el soldado
falleció “fuera del recinto militar” y que su procesamiento “fue puesto a
disposición de la justicia ordinaria”.
En
un contacto que se hizo un allegado a la familia Pardo en abril de 2024, este
contó que durante varios años intentaron hallar a los culpables de la muerte de
Nicolás. Sin embargo, solo lograron más daños emocionales y económicos, por lo
que decidieron dejar la investigación.
“Hay
militares que cometen excesos”
A
finales de marzo de 2024, el defensor del Pueblo de Bolivia, Pedro Callisaya, hizo público el
registro de 53 fallecimientos de conscriptos en los últimos 10 años. En el
mismo periodo, se recibieron 362 denuncias de violencia en cuarteles. La
Defensoría del Pueblo lleva un registro de casos a través de un sistema, pero
no cuenta con información respecto a cuántos han logrado sentencia.
Entrevistado
para esta investigación, Callisaya aclaró que, aun sin tener el detalle del
estado judicial de los casos, la impunidad en ellos es evidente debido a que
muchos no se tipifican bajo el delito de tortura, asesinato u otros delitos
graves y que, por el contrario, con el paso del tiempo cambian a lesiones leves
y graves que conllevan penas menores.
“Definitivamente, no hay sentencias por tortura y los fallecimientos que
emergen de esta situación en cuarteles, en muchos casos, (…) no están vinculados a tortura ni tampoco
cuentan con sentencia”, precisa Callisaya.
Al
margen de la identificación de muertes, la investigación de la Defensoría del
Pueblo incluyó una encuesta con cadetes y conscriptos para conocer el clima de
adiestramiento en los cuarteles. De 1.500 encuestados, el 79% dijo que no fue
víctima de violencia; no obstante, el 77% afirmó haber presenciado algún hecho
de agresión que tuvo como víctima a algún camarada.
Tras
la publicación de los datos de la Defensoría del Pueblo, se buscó al Ministerio
de Defensa, cartera ejecutiva de la que dependen las Fuerzas Armadas en
Bolivia, para conocer su criterio. En declaraciones a OPINIÓN, el ministro de
Defensa, Edmundo Novillo, informó que se evalúan ajustes a la normativa del
servicio militar. “Nosotros tenemos la Dirección de Derechos Humanos en el
Ministerio de Defensa, que hace un trabajo preventivo, de capacitación
fundamentalmente, para que el trato a los soldados en los cuarteles sea
respetando la vida”, dijo Novillo.
Reconoció
que “hay militares que cometen excesos” y que se debe trabajar con las Fuerzas
Armadas para reducir esos hechos. Sobre los cambios que harían en la normativa
del servicio militar, expresó que “se ha avanzado” y que “van a ayudar al trato
cuartelario”, aunque no puntualizó en qué consistirían las modificaciones.
El
ministro manifestó, por otro lado, que el acceso al servicio militar implica un
requisito previo: que la persona tenga las condiciones físicas para hacerlo.
“Se ha podido advertir que muchos de estos soldados tienen problemas muy
serios, que han traído enfermedades de base. Ya que están dentro el servicio
militar, no es posible después abandonarlos, sino que se hace cargo
prácticamente su fuerza. En ese sentido, les hemos recomendado que el proceso
de admisión de todos los soldados sea siempre cumpliendo este requisito”,
detalló.
Una
sensación de impunidad
Además
de la cultura violenta y discriminatoria que rige la instrucción militar, el
investigador Samuel Montaño advierte que la impunidad rodea las muertes de
soldados en cuarteles, sobre todo cuando se procesan en la justicia militar. El
experto asegura que, en la mayoría de las muertes registradas, “la mayor parte
de los gobiernos permite” que los casos “pasen a la justicia militar”, pese a
que “deberían ser tratados por la justicia ordinaria”. Al no tener formación
profesional en leyes, añade, los tribunales militares favorecen a los acusados,
otorgándose libertad o penas menores.
Además
de la de Edwin, la otra muerte en un cuartel que ha llegado a una sentencia es
la de Carmen Rosa Mollo Ayllón, de 17 años, quien perdió la vida a manos de los
militares Ángel Reynaldo Mamani Huallpa y Cidal Chávez Quispe, tras una serie
de hechos que se prolongaron del 29 de agosto al 2 de septiembre de 2014. Fue
en el Regimiento Ayacucho de Achacachi, una comunidad altiplánica de la zona
rural paceña.
Carmen
Rosa estaba haciendo el premilitar.
Según las pesquisas del proceso, ambos instructores militares abusaron
sexualmente de ella y de su prima luego de darles bebidas alcohólicas y antes
de matar a la primera, en el dormitorio de uno de los hombres. Los uniformados
las habían citado expresamente con el propósito de violarlas. Las bebidas que
les hicieron tomar las dejaron a su disposición, pero Carmen Rosa habría
opuesto resistencia, lo que llevó a sus victimarios a golpearla en la cabeza
hasta matarla. Para intentar esconder su crimen, la enterraron en Pucarani, a
unos 66 kilómetros del cuartel de Achacachi.
A
la solicitud de información para este reportaje, el Ministerio de Defensa
respondió que “la premilitar falleció por violación seguida de homicidio por
dos instructores” y “el caso fue puesto a disposición de la justicia
ordinaria”. En ese escenario, Mamani Huallpa y Chávez Quispe fueron condenados
a 30 años de cárcel por el delito de feminicidio, aunque absueltos por la
supuesta violación.
Montaño
reafirma que la impunidad se refuerza porque existe amedrentamiento hacia los
familiares y los mismos conscriptos que son testigos de estos actos de
violencia, que no denuncian por temor a represalias. Eso por hablar de los
casos que son denunciados, porque muchos ni siquiera llegan a esa instancia.
“Muchos soldados que sufren maltrato no se quejan, porque los amenazan con (no
darles) la libreta militar, los amenazan con cualquier cosa”, añade Montaño.
Este
equipo de investigación procuró comunicarse con funcionarios de la justicia
militar y de la ordinaria, así como de otras reparticiones. Se enviaron 29
cartas a las fiscalías y tribunales departamentales de justicia de los nueve
departamentos de Bolivia, así como a ministerios de Defensa y de Justicia; a la
Defensoría del Pueblo; a la Fiscalía General del Estado; al Tribunal Supremo de
Justicia; al Comandante General de la Fuerza Aérea Boliviana; al Comandante
General del Ejército de Bolivia; al Comandante General de la Armada Boliviana,
y al Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. En las cartas se solicitó
información sobre las muertes de conscriptos registradas entre 2010 y 2023, el
estado de los casos militares y judiciales y las eventuales sentencias los
responsables.
Del
total de solicitudes oficiales enviadas, solamente se recibieron 11 respuestas,
la mayoría sin la información solicitada. Por ejemplo, el Tribunal
Departamental de Potosí y la Fiscalía Departamental de Tarija solicitaron los
códigos de identificación judicial para conocer la situación en la que se
encuentran los casos de esos departamentos. La Fiscalía Departamental de Oruro
respondió que la información debe ser otorgada por la Máxima Autoridad
Ejecutiva (MAE), que sería la Fiscalía General del Estado, institución que no
atendió a la solicitud de este medio, pese a haber hecho llegar el pedido de
forma escrita y verbal.
Por
su lado, la Séptima División del Ejército aseguró que “esta instancia no tiene
competencia para otorgar mencionada información por la estructura que tiene el
Ejército establecida en la Constitución Política del Estado”.
El
Tribunal Supremo de Justicia también aseguró no contar con una base de datos
que recaude la situación legal de las muertes ocurridas en cuarteles,
asegurando que son otras instituciones las que tienen esa atribución. La única
respuesta recibida de una institución militar nacional fue de la Fuerza Aérea
Boliviana (FAB). En ella, indica que la información solicitada “es clasificada
y tiene carácter secreto e inviolable”.
El Ministerio de Defensa fue la única instancia ejecutiva que aportó datos a la investigación. Según la Dirección de Derechos Humanos de esta cartera estatal, entre 2010 y 2023 recibieron el reporte de 33 decesos de soldados, marineros y premilitares.
Sobre
las denuncias de violencia contra conscriptos al interior de cuarteles de
Bolivia, reconocen 80 casos, a los cuales se “realizó el seguimiento
correspondiente”, dijo la repartición del Ministerio de Defensa en su
respuesta.
El
equipo de investigación acudió también a los tribunales departamentales de
justicia de La Paz, Santa Cruz y Cochabamba (eje troncal de Bolivia) para
revisar el estado de los casos. En La Paz, de los 17 fallecidos, solo tres
aparecen en el sistema de seguimiento de casos del tribunal. En Santa Cruz, no
hay ningún registro judicial de las 10 muertes contabilizadas. En Cochabamba,
de los 10 casos, solo se encontró que tres fueron tipificados y siguieron una
investigación hasta llegar al tribunal; sin embargo, dos siguen en
investigación y el otro falló a favor de los acusados.
Por
lo visto, encontrar justicia ante estas muertes en los cuarteles se ha vuelto
una faena irrealizable para las familias. Incluso, cuando todo parece que está
resuelto, las heridas se abren nuevamente. Así lo siente la familia de Edwin
Veizaga.
Luego
de tener que enfrentar la noticia de que el joven murió trágicamente asfixiado
por un trapo húmedo, sus padres y hermanos siguen peleando para que el culpable
del crimen, quien ya había sido sentenciado por la muerte a 20 años de cárcel,
pague su pena. El fallo judicial que anuló la sentencia movilizó al Ministerio
Público, que volvió a apelar la decisión tomada por el juez para que se dé
cumplimiento a la prisión. Mientras tanto, sus padres siguen sin poder curar
las heridas emocionales y materiales que les dejó la muerte, y su hermano menor
aún no ha vuelto del cuartel en el que cumple su servicio militar obligatorio.
*En
los días previos a la publicación de esta investigación se conoció de la muerte
de una adolescente de 17 años, que realizaba el servicio premilitar en Sucre.
*Esta
investigación fue realizada por Opinión de
Bolivia y la plataforma latinoamericana de periodismo CONNECTAS.
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