Los
recibió en el Vaticano
Foto: Observatorio de Roma. |
VATICANO (ANB / Texto: Radio Vaticana).- “Mientras su Familia religiosa entra en el tercer siglo de
vida, que el Señor les conceda escribir nuevas páginas evangélicamente
fecundas”, como las de sus hermanos que, a lo largo de los doscientos años
transcurridos, han testimoniado, incluso a veces con la sangre, su gran amor a
Cristo y a la Iglesia. Es el deseo que el Papa Francisco manifestó a los
participantes en el Capítulo General de la orden de los Misioneros Oblatos de
María Inmaculada, a quienes recibió en audiencia el primer viernes de octubre.
Al
saludar con especial alegría a los representantes de esta Familia religiosa
misionera dedicada a la evangelización en la Iglesia, el Santo Padre aludió a
la celebración del bicentenario de su fundación, por obra de San Eugenio de
Mazenod, joven sacerdote deseoso de responder a una llamada del Espíritu.
Tras
destacar que al inicio de su historia, la Congregación se dedicó a volver a
encender la fe que la revolución francesa estaba apagando en el corazón de los
pobres de las campiñas de Provenza, arrasando también tantos ministerios de la
Iglesia, y que bastaron pocos decenios para que se difundieran en los cinco
continentes, para continuar el camino que indicó el Fundador, hombre que amó a
Jesús con pasión y a la Iglesia sin condiciones, el Papa Francisco les dijo:
“Hoy
están llamados a renovar este dúplice amor, haciendo memoria de los doscientos
años de vida de su Instituto religioso. Este jubileo, por una feliz y
providencial coincidencia, se inserta en el Jubileo de la Misericordia. Y, en
efecto, los Oblatos de María Inmaculada han nacido de una experiencia de
misericordia, que vivió el joven Eugenio un Viernes Santo ante Jesús
crucificado. Que la misericordia esté siempre en el corazón de su misión y de
su empeño evangelizador en el mundo de hoy”.
Después
de recordar que el día de su canonización San Juan Pablo II definió a su
Fundador, “un hombre del Adviento”, dócil al Espíritu Santo para leer los
signos de los tiempos y segundar la obra de Dios en la historia de la Iglesia,
el Pontífice añadió:
“La
Iglesia está viviendo, junto al mundo entero, una época de grandes
transformaciones, en los ámbitos más diversos. Tiene necesidad de hombres que
lleven en el corazón el mismo amor por Jesucristo que habitaba en el corazón
del joven Eugenio de Mazenod, y el mismo amor incondicional por la Iglesia, que
siempre se esfuerza por ser cada vez más casa abierta. ¡Es importante trabajar
por una Iglesia que esté dispuesta a acoger y acompañar a todos! El trabajo que
hay que cumplir para realizar todo esto es vasto; y también ustedes tienen que
ofrecer su contribución específica”.
Hacia
el final de su alocución el Obispo de Roma les indicó tres actitudes para su
vida religiosa:
“Que la
alegría del Evangelio resplandezca ante todo sobre su rostro, volviéndolos
testigos gozosos. Siguiendo el ejemplo del Fundador, que la caridad entre
ustedes sea su primera regla de vida, la premisa de cada acción apostólica; y
que el celo por la salvación de las almas sea consecuencia de esta caridad
fraterna”.
Por
último, el Santo Padre les deseó que el nombre que llevan, “Oblatos de María
Inmaculada”, que San Eugenio había definido “un pasaporte para el Cielo”,
represente para todos ellos un empeño constante en la misión. Y formuló votos
para que la Virgen sostenga sus pasos, especialmente en los momentos de la
prueba.
Naturalmente,
el Papa Francisco se despidió pidiéndoles, por favor, que recen por él, a la
vez que les aseguró que su camino irá acompañado por su Bendición Apostólica,
que de corazón les impartió a los presentes en esta audiencia y a la entera
Congregación.
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