Por
Coco Cuba
COBIJA, PANDO (ANB / ABI).- El Río Acre, que marca la frontera más septentrional de
Bolivia con Brasil discurría calmo el martes diametralmente distinto al que
hace pocas semanas, furioso, desbordado como nunca en 50 años, se tragó, entre
otras, la barriada de Puerto Alto, en uno de los extremos de la ciudad de
Cobija, donde María, una de sus víctimas recientes, lo mira con recelo.
Diera la impresión que nada o muy poco ha
pasado en la Cobija que hoy, que a diferencia de una década atrás, muestra
facha de ciudad, tiene pinta de urbe en proyección. Se parece, salvo tiempo y
matices, a la Santa Cruz de mediados de los '70 del siglo pasado o quizás poco
más.
Cerca del río, a más menos 300 metros y del
limítrofe Puente de la Amistad, en la calle Litoral, emplazada en una
hondonada, el agua obscura ya insumida ha marcado las paredes de los frontis de
las casas, como, ex profeso, para que el lugarejo cuente la posibilidad de mostrar
hasta dónde se metió el turbión.
Una advertencia a tiempo salvo vidas pues
el turbión llegó de noche.
Los propietarios de ésa y otras calles han
barrido ya el lodo y el polvillo ingobernable que deja el fango seco, han
recogido la basura, miles de botellas pet y latas de cerveza y gaseosa, han
pasado el trapo por los entresijos y los que más daño sufrieron han mudado la
oficina, "a la vuelta" o más allá.
"Se comunica a los señores asegurados
y público en general que por motivos de inundación la Caja Petrolera se
traslada a la Calle 15 de Julio..." se lee en un impreso de una hoja
tamaño oficio echada en horizontal en una de las puertas de la calle Litoral.
El agua en masa amorfa y rugiente
damnificó a unas 1.000 familias o tal vez menos en Cobija que limita con dos
ciudades brasileñas gemelas: Epitazolandia y Brasilea.
Fue tan duro que el golpe de agua llegada
del Perú quebró por el lado más vulnerable la península de Brasilea, que el
Acre contorna, y se puso, tras tirar abajo el dique, en el lado boliviano. Eso
nunca había pasado, recuerdan los más viejos que han visto al río cambiar de
humor de un momento a otro.
Este fenómeno imprimió más volumen de agua
en el lado boliviano y Puerto Alto, donde habitan en comunión extraordinaria,
bolivianos y brasileños, se cubrió hasta la copa de los árboles.
Leny Baptista Figuereido, nacida en hace
décadas en Brasil pero vinculada sentimentalmente con boliviano y avecindada en
Cobija "hace ya tanto tiempo", es una de ellas.
Madre de 3 hijos, todos de uniones
meteóricas con el empresario ése, Leny, delgada, piel cobriza, cabello rizado
pintado por algunos canos, es una de los cientos de damnificados que, ahora
mismo, vive en una tienda de lona instalada en una cancha de cemento cerca de
donde el agua zarandeo su vivienda de hojas de madera.
Debe frisar los 40, aunque ella admite 38.
Dice que "en un caso" se sacó el primer vástago y en otros tantos los
demás. La mujer que se gana la vida "haciendo brochetas" para que
otro las venda, vive con Felipe, el segundo de sus 3 hijos, un rubicundo pícaro
como él solo en los umbrales de la adolescencia. La mayor de sus hijos vive con
sus parientes en Belho Horizonte y la otra en Santa Cruz.
"No les gusta vivir aquí porque,
dicen, hay 'mucha pobreza', reseña esta mujer que como todos sus vecinos pasa
los últimos días bajo el tinglado, donde las autoridades de Pando le dieron
albergue a muchos de los evacuados de febrero, cuando el Río Acre cobró tamaño
y se mandó sin salvoconducto por la tierra más septentrional de Bolivia.
Las aguas ya bajaron y las familias de este
Puerto Alto tratan de recobrar el estado de cosas antes de la inundación que
las sacó del terreno, más o menos 2.000 m2 que ocupan en las veras de Río Acre,
cerca del barranco.
Se trata de una suerte de canchón donde
estos bolivianos y brasileños han levantado sus 'apartamentos' en propiedad
vertical.
Sin cimientos, lo que supone piso de tierra
apisonada, bien nomás mientras no haya agua cerca, y paredes de hojas de madera
cualquiera, que es lo que más abunda, las casas quedaron maltrechas tras el
embate de las aguas del río que en 2012 se enfureció y les puso de patitas
aquella vez a la calle.
Con enormes pedrones se dan formas para
aplanar la tierra aún blanda de lo que será el living, la sala de estar, la
cocina y los dormitorios, pues el 'toillete' está un poco alejado: una
improvisada letrina en la corona de un pozo ciego lleno de insectos, de esos
que fagocitan estiercol. De cal, ni hablar.
El agua dejó enclenques o desvencijadas las
casas de madera. Los vecinos se ufanan en demostrar al forastero hasta dónde
llegó el agua. Para ello emplean largas ramas de toronjal, de copuazó o de
bambú y se paran sobre las puntas de los pies y estiran hasta no más los brazos
y el cuello. Arriba, cerca de las copas, líneas descritas por trazas de lodo
seco evidencian que el agua se elevó hasta 15 metros del lecho y se metió en el
20% de Cobija.
A mediados de febrero, desde el Perú habían
avisado que el río se hubo desbordado y que el agua corría rápido.
Hubo tiempo de sacar los muebles, los
enseres y salvar la familia y las mascotas.
El agua llenó de un momento al otro y tapó
todo. El barranco desapareció y la avenida Luna Pizarro y hasta la cancha
comenzaron a anegarse.
A un mes de la inundación, cerca del
barranco, el suelo está blandito y cubierto por las horas secas de bambú.
Más abajo, el Acre no ruge ni amenaza. Esta
sociego. Apenas se le escucha.
María, una de las evacuadas, quiere
cobrarle el daño inferido, el hecho de haberla puesto en la calle durante 30
días y darle más trabajo que el esperado en la casa revuelta de piso a techo:
"!Mírelo, si se hace el opa (tonto)!".
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