MINERÍA
SORATA, BOLIVIA (ANB / Erbol / Liliana Carrillo V. / Yani- La Paz).- El ataque comenzó hacia la una de la madrugada del jueves 3 de abril. “Casi una hora han durado los disparos de metralleta hasta que ha explotado la bomba”, coinciden los sobrevivientes del último conflicto entre cooperativas mineras en el cantón Yani, en la provincia paceña Larecaja. La detonación, aparentemente de un explosivo manejado remotamente, destruyó parte del campamento “Hijos de Ingenio” y se llevó consigo cinco vidas: tres jornaleros, una mujer y un bebé de un año.
No
fue el primero. Enfrentamientos violentos y muertos se reportan en la región
aurífera de Yani desde hace un lustro. Sólo en 2024, los conflictos entre
cooperativas que operan en el cantón dejaron dos policías fallecidos y una
decena de heridos de bala.
¿Por
qué, habidos los antecedentes, no hubo acciones de prevención? ¿Por qué se
perdieron cinco vidas en un ataque que hasta ahora no tiene responsables? ¿Es
Yani apenas la punta del iceberg de la criminalidad que se oculta tras la
extracción aurífera cooperativista?
“Ante
la falta de normativa, la falta de capacidades interinstitucionales para
establecer mecanismos de control que entiendan que la lucha contra la minería
ilegal es transversal y los beneficios que tiene el sector cooperativista,
Bolivia corre el riesgo de generar un modelo propio de minería ilegal en el que
la figura del cooperativismo sea utilizada por actores criminales. Y un ejemplo
de aquello es lo que sucede en Yani, donde operaciones de tipo militar están
siendo ejercidas por actores productivos mineros”, expone el abogado Jaime
Cuellar, especialista en temas mineros.
Cumbre
de cooperativas
El
camino que lleva al cantón Yani desde Sorata es serpenteado como el katari. Se
asciende entre la yunga hasta ver en plenitud al Illampu y a su hermano mayor
pero menos famoso: el Ancohuma. Se trepan dos cumbres nevadas, se baja por una
montaña oscura y se recorre un tramo de tierra; dos cumbres, una montaña, un
tramo de tierra.
Tras
una hora de viaje aparece el primer campamento minero con dragas, camiones y
techos de color naranja de la Cooperativa Minera Aurífera Unión Progreso RL.
Hay que ascender hasta los 4.300 metros de la cumbre Calacruz para divisar,
entre recuas de llamas, el letrero de la Cooperativa Minera Aurífera Yani RL: “Prohibido
el ingreso de vehículos públicos y personas no autorizadas”, advierte.
El
descenso desde la cumbre está sembrado de otras cooperativas auríferas, muy
cercanas unas de otras: San Vicente, Entre Ríos, San Pablo, La Suerte, Ximena,
24 de junio, Coronación, San Mateo, San Lucas (con llamativa cancha de fútbol
de pasto sintético), Milenio, 2 de mayo, Nueva Fortuna, Norah, Ingenio, Señor
de Mayo, Hijos de Ingenio… Estas dos últimas, las protagonistas de los
recientes enfrentamientos.
Las
cooperativas proliferaron en Yani, como en todo el país, desde los años 80
hasta consolidarse como el mayor actor en la minería boliviana debido a la
subida de los precios de los minerales, especialmente del oro, pero también
gracias a las facilidades legales e impositivas otorgadas por el Gobierno. En conjunto,
las cooperativas generan el 58,1% de la producción minera del país y aportan el
0,2% de los impuestos, según datos del Ministerio de Minería y Metalurgia y del
INE.
De
acuerdo a datos del Viceministerio de Cooperativas Mineras, en el país operan
2.300 cooperativas que registran más de 130.000 socios en la Federación
Nacional de Cooperativas Mineras (Fedecomín). De éstas aproximadamente el 70 %
son auríferas, están concentradas en La Paz y cubren el 99 % del oro que se
produce en Bolivia.
Las
cooperativas nacieron con un sentido comunitario de solidaridad y trabajo
conjunto, pero en los hechos se han convertido en empresas dirigidas por pocos
socios fundadores o kajchas que emplean a miles de obreros o jornaleros sin
contratos legales ni beneficios laborales.
“Las
copes más antiguas son las más fuertes. Ahí puedes entrar como jornalero, pero
imposible que llegues a ser socio. No se permite que ningún foráneo sea socio,
aunque tengas plata, tienes que ser lugareño”, explica Pedro C., minero,
agricultor, futbolista, chofer afiliado a un sindicato de Sorata y a la postre
el guía del viaje.
En
las listas de socios de las afiliadas a la Central de Cooperativas Mineras Yani
Liguata R.L. hay apellidos que se repiten incluso en auríferas en pugna: Quito,
Limachi, Quispe, Panti… “Hay familias lugareñas que se juntaron y consiguieron
una concesión; luego sus hijos también lograron otras y como no hay límites
claros aquí, terminan peleando”, añade Pedro mientras, entre construcciones y
maquinaria minera, ya se divisa Yani, el pueblo de piedra.
“Señor
de Mayo” vs “Hijos de Ingenio”
Vecinas
al pueblo de Yani y con no más de 500 metros de distancia entre sí, las
cooperativas “Señor de Mayo” e “Hijos de Ingenio” mantienen una disputa de
larga data por las áreas mineras “San Ernesto” y “Protectora”, además de una
zona libre que no cuenta con autorización para labores mineras. Los conflictos
se remontan al año 2000 con procesos judiciales por supuestos títulos de
propiedad y denuncias de avasallamientos.
Desde
2023, las inspecciones técnicas de la Autoridad Minera confirmaron explotación
ilegal de oro en áreas libres o francas en el cantón Yani y determinaron la
paralización de actividades en al menos tres oportunidades. Para entonces la
violencia campeaba en la zona.
El
23 de abril 2024, un enfrentamiento entre mineros de “Señor de Mayo” e “Hijos
de Ingenio” dejó a un adulto y a un niño con heridas de bala; el 24 de julio
otro conflicto derivó en la muerte de dos policías que eran parte de la tropa
que acudió a una inspección en el cantón Yani tras una denuncia por minería
ilegal de la cooperativa “Señor de Mayo”.
El
25 de julio de 2024, la AJAM La Paz emitió una nueva Resolución de Suspensión
de todas las actividades mineras ilegales en el área libre de Yani y solicitó apoyo
a la Policía Nacional para su ejecución.
No obstante, el 12 de marzo de 2025, la AJAM nacional anuló la
Resolución de Suspensión departamental debido a “inconsistencias” en el
expediente administrativo. Tres semanas después se produjo el ataque que dejó
cinco muertos en el campamento “Hijos de Ingenio”.
Erbol
envió cartas de solicitud de información y petición de entrevistas sobre el
tema tanto a la AJAM nacional como a la departamental de La Paz. Pero hasta el
cierre de esta edición no recibió respuesta.
Pueblo
de piedra y oro
Los
niños de la Unidad Educativa Yani acaban de salir al recreo y se amontonan en
el puesto de “sopitas” de fideo frente a la escuela. Sólo sus risas rompen el
silencio en este pueblo incrustado en la montaña y orgulloso de sus
construcciones de piedra laja que se remontan a tiempos antiguos. Puestas una
sobre otra, las rocas oscuras arman casas con ventanas y puertas pequeñas
envalentonadas por sus pesadas aldabas.
Yani
es Patrimonio Cultural de Bolivia por Ley 729, del 18 de marzo de 1985, debido,
precisamente, a esas viviendas macizas y a la iglesia de piedra del Señor “Sal
si puedes” que sale en procesión con el rostro cubierto cada 3 de mayo. No
obstante, la carta de presentación del pueblo es el oro.
“Antes
más bonito era Yani. Todas las casitas eran de piedra con techo de paja. Ahora
ya usan ladrillo y calamina”, recuerda doña Clementina Huerta, nacida en el
pueblo hace siete décadas. “Ahora quedamos pocos vecinos de antes; los hijos se
han ido a la ciudad y sólo vienen para la fiesta. Otros también llegan para
trabajar en las cooperativas”.
Desde
abril las operaciones de las cooperativas auríferas vecinas a Yani – “Ingenio”,
“Señor de Mayo” e “Hijos de Ingenio”- están paralizadas. “Cuando trabajan hay
más movimiento para venderse. Ojalá no pelearan tanto porque nosotros queremos
mejorar. Necesitamos posta médica, si alguien se enferma debe ir hasta la
comunidad Ingenio o al hospital de Sorata. Lindo sería tener cancha, una buena
sede”, dice doña Clementina desde su tienda de carne y abarrotes.
Los
disparos, la explosión, los muertos
Una
volqueta quemada, maquinaria patas arriba y una enorme mancha de ceniza son los
vestigios del terror que vivió la aurífera “Hijos de Ingenio” la madrugada del
pasado 3 de abril. Un mes después, en el campamento no hay mineros, ni ruidos,
ni puertas abiertas. Silencio, un río de aguas negras y un largo duelo, sólo
eso. “Nos están mirando -advierte el guía- y aquí no les gustan los extraños”.
El
“ataque” a “Hijos de Ingenio” comenzó a la 1:00 de aquel jueves, con disparos
de arma de fuego. Una hora después se produjo la explosión que segó cinco
vidas. Los heridos -entre ellos, uno de bala- fueron llevados al hospital de
Sorata, donde los cooperativistas también lloraron a los muertos entre pedidos de
justicia.
“Se produjo una explosión de gran magnitud que
afectó la integridad física de muchas personas; cinco de ellas,
lamentablemente, producto de la onda expansiva han perdido la vida. Se presume
que el artefacto fue detonado a distancia, lo que revela un nivel de
preparación técnica. Estamos ante un delito de homicidio, pero no descartamos
tipificarlo como terrorismo y explotación ilegal”, declaró al día siguiente el
viceministro de Régimen Interior, Jhonny Aguilera. Un contingente de 350 policías
fue enviado a la zona.
La
Federación de Cooperativas Mineras Auríferas del Norte de La Paz (Fecoman)
denunció que se trataba de “un atentado” en el que se usó “material bélico”.
“En horas de la madrugada del jueves 3 de abril la cooperativa minera Hijos de
Ingenio R.L. habría sufrido un atentado por parte de la cooperativa minera
Señor de Mayo R.L. con uso de material bélico, causando el destrozo total del
campamento minero”, dice el pronunciamiento de la organización.
La
AJAM determinó la suspensión de actividades mineras, hubo un detenido, los
uniformados se fueron. “Vienen policías y se quedan unos días, igual fue el año
pasado. Después nos olvidan y otra vez hay peleas”, lamenta María, vecina de
Yani, quien pide no dar su nombre real: “Si hubiera visto esa noche la bomba,
los disparos, los gritos, los muertos... ¿Cómo no va a haber miedo?”.
Minería
ilegal “modelo boliviano”
Aunque
fue el más trágico, el conflicto minero cooperativista de Yani no fue el único
en lo que va del año. El pasado 8 de mayo, en la comunidad Santa Rosa de Lima
(Nor Yungas, La Paz), un grupo de choque atacó con dinamita y armas de fuego a
comunarios que se movilizaban contra la minera ilegal ocasionando la muerte por
disparo de bala de Nicanor Velásquez, padre del diputado masista Freddy
Velásquez. El 29 de enero, 20 personas resultaron heridas en un violento
enfrentamiento entre cooperativistas en el municipio de Caiza D, Potosí. Hechos
similares se registraron entre mineros auríferos de Yanacachi, Tipuani y Guanay
(La Paz) con denuncias de participación de ciudadanos extranjeros.
“Los
recientes casos registrados, sumados a investigaciones de instituciones
internacionales como Insightcrime, permiten vislumbrar un nuevo escenario de
minería ilegal generado con un modelo boliviano. Es decir, Bolivia se está
volviendo el epicentro de la minería ilegal en la región a partir de la figura
del cooperativismo que está siendo utilizada por actores criminales”, alerta el
especialista Jaime Cuellar.
Las
causas que incubaron esta situación se hallan en el poder que han adquirido las
cooperativas frente al Estado. “En Bolivia las políticas mineras han sido
definidas por las cooperativas, que han hecho una legislación a su medida, en
desmedro de los actores mineros privados y estatales. Entonces, los
cooperativistas pagan impuestos mínimos, tienen subvención en insumos como el
diésel y tienen acceso preferente sobre áreas de explotación; es inverosímil
que las cooperativas que funcionan como empresas gocen de tantos privilegios
con el pretexto de trabajo comunitario que en los hechos pocas realizan. Otro
de los problemas esenciales es la cooptación institucional generada por el
suprapoder cooperativo: ministerios, direcciones no tienen libertad ni recursos
para hacer el control y la fiscalización; a lo que se suma que las sanciones
por minería ilegal son ínfimas”, asegura el experto en minería.
Este
panorama fomenta la ilegalidad: “Cualquier actor criminal ve un terreno fértil
en la minería ilegal: No voy a tener una persecución penal adecuada, no existe
una institucionalidad fortalecida con medios ni normas y tiene los insumos
necesarios para realizar esta actividad a precios subvencionados pagando
impuestos mínimos. Es una situación más favorable para la criminalidad que la
que tuvieron países como Perú, Ecuador, Colombia o Brasil, donde bandas
criminales tienen el control territorial y ejercen la minería ilegal. En el
caso de Bolivia -analiza - se va a generar un modelo propio de minería ilegal
desde una lógica de uso de las cooperativas”.
En
esta situación, al daño ambiental que genera la minería ilegal se sumaría la
criminalidad y el consiguiente desplazamiento de comunidades. “Eso es lo que
podría suceder en el peor de los escenarios, si es que no se fortalecen las
instituciones, si no se modifica la ley minera y si no se establecen cuerpos
normativos específicos de lucha integral contra la minería ilegal y delitos
conexos. Porque la minería ilegal no solamente está ligada a la actividad
propia de explotación sino a la violación de derechos humanos, explotación
laboral, explotación infantil, trata y tráfico, legitimación de ganancias
ilícitas, narcotráfico y eso es algo que debemos entender como país y ojalá
haya propuestas electorales sobre este tema”.
¿Hay
esperanza ante este desalentador panorama?
“Es una decisión ante todo política y no se trata de estigmatizar a toda
la minería, responde Cuellar: “Bolivia tiene una vocación minera que es
fundamental para su recuperación económica y hay buenos ejemplos de minería
privada y formal que cumple con la protección del medio ambiente y el respeto a
comunidades indígenas; pero hay una ilegalidad que crece con violencia ante la
negligencia de políticos y autoridades. No estamos entendiendo la magnitud del
problema, ojalá no tengamos que hacerlo cuando llegue al centro del poder
político y tengamos que establecer mecanismos coercitivos que también podrían
generar monopolio de la fuerza y generar violación de derechos”, advierte el
abogado.
En
este contexto, urge la formalización de las actividades mineras, con normas que
apunten a una minería social y ambientalmente responsable que brinde trabajo
digno y aporte al desarrollo de las comunidades. “Bolivia está aún a tiempo”.
“¿De
dónde has venido, tía?”, me pregunta curioso Luisito este miércoles nublado de
mayo cuando llegamos Yani, utilizando esa forma coloquial típica con la que los
lugareños se dirigen a los foráneos. Tiene nueve años y camina cada día 20
minutos desde su comunidad para ir a la escuela. “Yo de grande voy a ser
minero, pero no como mi papá que es jornalero. Yo voy a ser kajcha, voy a tener
mi auto y voy a construir aquí un estadio de oro”, dice al despedirse y su risa
disipa fugazmente el miedo que asola en este pueblo de piedra, preso de la
disputa violenta por el oro.

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