No
irá a tradicional gala
ESPAÑA (ANB / Fuente: El País.- Hay una fiesta que Donald Trump se va a saltar pese a lo
mucho que le gustan las galas. Según ha anunciado el presidente republicano
este sábado, no asistirá a la cena de corresponsales de la Casa Blanca, uno de
los eventos sociales más esperados del año en Washington y que se viene
celebrando desde comienzos del Siglo XX. Su decisión se ha conocido un día
después de que su equipo provocara enérgicas protestas de esos mismos
corresponsales por denegarle el acceso a un encuentro de prensa a varios medios
nacionales e internacionales.
“No
participaré en la Cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca de
este año. Por favor, manden mis mejores deseos a todos y pasen una estupenda
velada”, tuiteó el republicano.
El
presidente de la Asociación de Corresponsables de la Casa Blanca que organiza
el evento anual, Jeff Mason, ha respondido diciendo que la organización “toma
nota” del anuncio de Trump. Aun así, ha agregado, los planes siguen adelante
para un evento que “ha sido y seguirá siendo una celebración de la Primera
Enmienda (que defiende la libertad de expresión) y el importante papel
desempeñado por medios independientes en una república sana”.
Es la
segunda vez en 24 horas que Mason se tiene que pronunciar por una decisión de
la Casa Blanca, después de la protesta que emitió desde que, el viernes, la
Administración Trump diera el inédito paso de impedirle la entrada a un
encuentro con el portavoz de prensa, Sean Spicer, a cinco grandes medios
nacionales, incluidos The New York Times y CNN, frecuente objetivo de los
ataques del presidente republicano.
El
boicoteo a la fiesta que reúne cada año en abril en Washington a los grandes
medios y sus estrellas, así como a políticos y celebridades, incluido el propio
magnate antes de entrar en política, supone así un paso más en la creciente
tensión entre la Administración Trump y el “cuarto poder”. Además, rompe con
una tradición respetada por sus predecesores, por muy enfadados que estuvieran
con los que cuentan y vigilan cada uno de sus pasos.
Pero
supone en cierto modo también una medida preventiva. Hace semanas que se
cocinaba un creciente boicot por parte de la prensa a la versión política de
los Oscar que tiene lugar en el hotel Washington Hilton de la capital estadounidense
y que, hasta ahora, era una de las fiestas más codiciadas en la poco fiestera
Washington. Las revistas The New Yorker y Vanity Fair decidieron hace varias
semanas que no organizarán este año las fiestas que solían acompañar a la gala
de los corresponsales. Poco después Bloomberg, que solía ser la co-organizadora
de la velada de Vanity Fair, también decidió abandonar el plan de organizar la
fiesta que venía celebrando tras cada cena de corresponsales.
En
los últimos días, habían crecido también los rumores acerca de que medios como
CNN o MSNBC estaban estudiando la posibilidad de no participar en la cena de
corresponsales en la que hasta ahora siempre habían tenido un lugar
preferencial.
En
enero, la popular comedianta Samantha Bee anunció además su intención de
celebrar una gala alternativa la misma noche de la cena de corresponsales, el
29 de abril, en otro hotel de la capital. La presentadora del programa Full
Frontal, en el que Trump suele ser objeto de ácidas críticas, anunció que los
fondos que se recauden con su fiesta, la “No Cena de Corresponsales de la Casa
Blanca”, serán entregados al Comité Para la Protección de Periodistas (CPJ),
una organización que también está en alerta máxima ante los ataques de Trump a
la prensa, a la que ha tildado de “deshonesta”, de “partido de la oposición” y
hasta de “enemigos del pueblo”.
La
Cena de Corresponsales es una tradición que comenzó en 1920. Cuatro años más
tarde, en 1924, Calvin Coolidge se convirtió en el primer presidente invitado
al evento. Desde entonces, todos los inquilinos de la Casa Blanca han acudido
en algún año de su mandato a la cada vez más popular fiesta, que ofrece además
una ocasión única al presidente de mostrar su lado más humano y humorístico, ya
que suele pronunciar un discurso lleno de bromas contra otros y contra sí
mismo.
Quizás
es sin embargo el problema de Trump, que en el pasado ha demostrado poca
capacidad de autocrítica, aunque sea en tono humorístico. Quedó patente en
octubre cuando, poco antes de las elecciones, participó, junto con su rival
demócrata, Hillary Clinton, en la gala benéfica de la Fundación Al Smith, que
reúne a los más poderosos de la ciudad de Nueva York. Mientras que Clinton
demostró ser capaz de reírse de sí misma, los chistes más personales que hizo Trump
fueron a costa de su esposa, Melania, que asistía tan incómoda como muchos
otros de los asistentes al discurso ácido y agresivo de su marido.
Paradójicamente,
fue una de estas cenas de corresponsales en Washington la que, al parecer,
decidió a Trump a dar el salto a la política. Fue la de 2011, en la que, para
su indignación silenciosa, tuvo que sufrir ser el blanco de las bromas de
Barack Obama que se vengó desde el podio con sus bromas de los intentos de
Trump por poner en duda que el presidente hubiera nacido en EE UU y que llegó a
obligar a la Casa Blanca a publicar el certificado de nacimiento del demócrata.
Aunque en 2016 ya no estuvo como invitado en la gala, Trump volvió a ser la
diana de los ácidos dardos de Obama en su última cena ante los corresponsales
que lo siguieron durante ocho años, aunque su pronóstico de que en la próxima
cita habría una mujer, Clinton, en su lugar han demostrado ser completamente
errados.
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