COCHABAMBA
LA PAZ, BOLIVIA (ANB / Erbol).- El 22 de mayo de hace 25 años, un terrible terremoto sacudió el centro de Bolivia, dejando a su paso una estela de destrucción y desolación. Llegamos a Aiquile esa misma mañana y presenciamos el impacto devastador en primera fila. Sus calles se convirtieron en improvisados velatorios al aire libre, y pronto aparecieron los ataúdes, una triste procesión interminable de féretros.
Las modestas viviendas de adobe
con techos de teja habían sido reducidas a escombros, y las calles estaban
cubiertas de polvo y escombros. Era difícil ver a pocos metros de distancia
debido a la suspensión de tierra en el aire, que cubría los rostros de las
personas con una capa de polvo y cal. Los ojos secos reflejaban una mirada
perdida en aquellos que habían sobrevivido milagrosamente o por azares del
destino. La confusión y desesperación se apoderaba de todos los rincones a los
que te dirigías.
En aquellos años finales de la
década de los 90, las comunicaciones eran precarias, y aunque la ayuda
comenzaba a llegar, resultaba insuficiente para cubrir todas las necesidades.
La plaza del pueblo se convirtió en un punto de encuentro para organizar carpas,
y las filas de personas en busca de agua, alimentos, ropa abrigada y frazadas
parecían no tener fin. El teléfono de emergencia, único en funcionamiento,
también generaba una larga fila de personas ansiosas por comunicarse con sus
seres queridos.
El sismo, de una magnitud de 6,6
grados en la escala de Richter, se considera el peor terremoto del siglo XX en
Bolivia. El epicentro se localizó en el centro del país, a 150 kilómetros de la
ciudad de Cochabamba. Las localidades más afectadas fueron Totora y Aiquile,
donde aproximadamente el 80% de las viviendas colapsaron. Se estima que
alrededor de 15 mil personas resultaron damnificadas. El 23 de mayo, el país
declaró tres días de duelo nacional por la magnitud del desastre.
Hoy, 25 años después, el
fotógrafo Víctor Hugo Bellido Terán nos muestra a través de sus imágenes cómo
Aiquile y Totora se han levantado y se han aferrado a su pasado para contar su
historia como patrimonio. Estos pueblos han demostrado una resiliencia
admirable y se han convertido en un testimonio viviente de la fuerza y el
espíritu de su gente.
Aunque el desastre del terremoto
y la corrupción gubernamental asociada al caso del Beechcraft merecen capítulos
aparte en la historia, hoy queremos destacar la valentía y la determinación de
estos pueblos, que han logrado reconstruirse y mantener viva su identidad a
pesar de las adversidades.
Aiquile y Totora nos enseñan que,
incluso en los momentos más oscuros, la esperanza y la perseverancia pueden
hacer que un pueblo se ponga de pie. Es un ejemplo inspirador para todos los
bolivianos, recordándonos que, a pesar de las tragedias y los obstáculos,
siempre existe la posibilidad de reconstruir, crecer y mantener vivas nuestras
raíces.
Por Iván Ramos - Periodismo que
Cuenta
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