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sábado, 11 de mayo de 2019

SOLIDARIDAD Y ESPERANZA ANTE EL DESASTRE DE KANTUTANI

Breves historias
LA PAZ, BOLIVIA (ANB / Erbol).- Tuvieron que salir apresurados por sus vidas. Tuvieron que ver cómo se derrumbaban sus sueños y sus ahorros de toda la vida. Tuvieron que ver cómo sus casas quedaban reducidas a escombros. Tuvieron que buscar entre esos  escombros los restos de algo que pudiera servirles porque se habían quedado sólo con la ropa puesta. Mucho de ellos tuvieron que perder animales. Algunos, incluso tuvieron que perder seres queridos, cuyos cuerpos hasta hoy no han podido ser hallados por las dificultades del terreno. Tuvieron…y en pocos minutos ya no tenían casi nada.

Perdieron. Sufrieron. Lloraron. Desesperaron… pero no se han rendido. Los damnificados del megadeslizamiento acaecido cerca de un fatídico mediodía paceño están dispuestos a comenzar de nuevo. A mirar hacia adelante. Estas son algunas de sus palabras y sus historias en medio de la tragedia y al mismo tiempo de la solidaridad. Ambas siguen conmoviendo a todo un país

Solidaridad efectiva en acciones

Desde los campamentos de los afectados, que tienen nombres curiosos como Libertad y Fígaro, la esperanza renace a través de la solidaridad colectiva en las vidas de la gente y el destino les empieza a devolver lo que parecía haberles quitado de repente.

Danitza Cabrera, es una joven estudiante del Colegio San Calixto de La Paz. A su corta edad parece entender el significado de la solidaridad puesta en práctica. “Tenemos que tener el corazón amplio y ayudar a las personas que necesitan, en enfermedades y desgracias”, afirma con convicción y nos recuerda que “nadie se libra de desgracias, lamentablemente, pero tenemos que estar pendientes de los niños de las familias”.

Grisel González es una de las voluntarias que atienden el desayuno para los damnificados junto a 20 de sus compañeras de la empresa donde trabaja. Desde las 6 de la madrugada, en el frío otoño paceño, ellos sirven café, té, mates, chocolate,  acompañados de sándwiches de mantequilla y/o mermelada.

Ella está feliz de que todavía se sienta la solidaridad y el compañerismo en estos difíciles momentos. A Grisel esto le da esperanza porque puede ver “que todavía existen valores”  y no se está perdiendo la solidaridad entre los bolivianos.

¿Qué es lo más sorprendente que le tocó vivir en los campamentos de los damnificados? “Lo más bonito es que las personas vienen y comparten. Nuestra satisfacción como empresa es llevarnos la sonrisa”. Así nos comparte su recompensa.

Inquilinos de la desgracia

Se ha hablado mucho de los dueños de casa que aparentemente lo han perdido todo, pero poco se ha escuchado de los afectados que eran inquilinos o anticresistas.

“Yo no tenía idea de que esto era un botadero municipal”, confiesa Pedro, un vecino que alquilaba un cuarto en la zona de la tragedia.

Pedro cree que los dueños de las casas sí sabían que la zona era inestable pero no lo advirtieron a tiempo a los demás. Por esa misma razón, el inquilino cree que los dueños son “más culpables” de la tragedia.

“Los más afectados ahorita son los anticresistas y los inquilinos”, lamenta Pedro, hablando también de su propia situación.

Pero también se anima a revelar un dato que corre como un rumor silencioso: “Los dueños de casa la mayoría tiene casa en otro lado”, asevera. “Unos tienen casa en El Alto y otros por Playa Verde”, señala.

Pedro también siente el dolor de los otros de los que parecen haber perdido más que él. “Han perdido tiendas de barrios, carnicerías, talleres. Un taller tenía como 10 motos”, lamenta.

“Yo estaría conforme si nos dan un terreno y una casa”, dice Pedro con la determinación de reiniciar su vida en un nuevo lugar.

Alfredo, un representante de los anticresistas, asegura que ellos perdieron más que los dueños, porque según él, los propietarios tendrán el dinero de la expropiación que pagara el municipio, tendrán el nuevo departamento, además del dinero que le entregamos los anticresistas.

“Uy, es bastante”, dice el anticresista cuando se le pregunta sobre lo que tuvo que perder en la tragedia. “Había renovado varios enseres de la casa, como cocinas, televisores, equipos de sonido, mueblería…es difícil de cuantificar”. 

Alfredo relata que los dueños les dijeron que las estructuras estaban bien elaboradas, que les dijeron que la del edificio amarillo, cuya caída circuló por todo el mundo, fue construido con cálculo antisísmico. “No conocíamos que esto era un botadero municipal, no un relleno”, dice el anticresista que también es ingeniero civil.

Luis no se rinde

Jorge Luis Condori es un joven profesional de la comunicación que alquilaba una habitación en la zona donde ocurrió el deslizamiento. Luis estaba en la ciudad de Sucre ayudando a sus padres cuando ocurrió el desastre

“Nunca me imaginé que iba a llegar hasta mi casa”, dice Luis todavía impactado por la tragedia. “Mi hermana me llamó llorando diciendo que el derrumbe estaba cerca de la casa donde yo vivo”.

Luis tenía varios equipos especializados de filmación y edición para video en el cuarto donde vivía. Todo se perdió. Cuando bajó a la zona donde todo quedó para ver qué se podía rescatar, dice que encontró sólo basura.

Pese a la tristeza de lo sucedido, la voz de Luis se escucha firme y optimista cuando asegura que “hay que volver a empezar, no hay que retroceder”.

Lecciones del capitán que se conmovió con un oso que lloraba

 “Era el gesto del muñeco”, recuerda al borde de la emoción el efectivo militar. El capitán de navío dice que tiene muchas historias que contar pero que esta fue la que más le marcó: “Cuando bajamos a la zona de impacto, ayudando a las personas a recuperar sus enseres, pudimos encontrar un osito de peluche, abandonado, que parecía que estuviera llorando”.

¿Por qué le conmovió?

“Le saqué una foto y la publiqué en las redes” confiesa y revela sus motivos:   “porque era más o menos un símbolo de lo que ha pasado”.
Para el efectivo militar que colabora en las diferentes necesidades de los damnificados  el desastre deja varias lecciones que aprender. “Este terreno era un botadero municipal, entonces no era buena tierra para construir”, reflexiona.

Señala además, según su parecer, otro pesado error: “Las casas eran de cuatro o cinco pisos. Se ha recargado demasiado en un terreno que no era apto para construir”.

El marinero en tierra da un consejo sencillo pero clave: “Sabemos que en La Paz no hay mucho espacio para construir pero hay que construir donde se debe construir”.

“Tenemos que ser cumplidores de la norma”, advierte y reconoce que “es complicado pero hay que intentarlo”.

Sus palabras finales, acaso puedan resumir la tragedia: “Esto es, en muchos casos, una crónica de un desastre anunciado”.

Sin embargo, el marinero en tierra transmite el sentimiento de esperanza. “La ventaja es poder pensar que a partir de eso nos podemos levantar y empezar de nuevo”, asegura con optimismo Álex Segovia  


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