20
mil personas se movilizaron
Manifestaciones en Dresden. |
ESPAÑA (ANB / Fuente: El País).- Las dos Alemanias se enfrentaron este lunes en las calles de
Dresde. Dos días después del atentado xenófobo contra la nueva alcaldesa de
Colonia, unas 20.000 personas celebraron el primer cumpleaños del movimiento
islamófobo Pegida con un discurso endurecido que pide “deportaciones masivas
inmediatas”. Separados por un millar de policías, en torno a 15.000
manifestantes proasilo reclamaban “corazón en lugar de odio”. Pegida vuelve
reforzado por la oleada migratoria que preocupa a todo el país. “¡Merkel, fuera!,
¡Merkel fuera!”, rugían.
Hace
justo un año que unos cuantos ciudadanos de Dresde —la capital de un Estado que
tiene solo un 2,2% de extranjeros— salieron a la calle hartos de lo que
consideraban un proceso evidente de “islamización de Occidente”. En su apogeo,
los autodenominados “patriotas europeos” de Pegida llegaron a reunir a 25.000
hombres y mujeres furiosos. Protestaban contra las élites políticas y por
asuntos como las políticas de género, pero sobre todo les unía un rechazo
radical a la política de asilo alemana, especialmente si beneficiaba a
musulmanes.
Tras
una época de declive, vuelven más radicalizados. Sus proclamas antiinmigración
son más directas que entonces. A la marcha de ayer —en la que la proporción de
grupos de hombres jóvenes con caras de pocos amigos había aumentado respecto a
un año atrás— acudieron representantes del partido xenófobo italiano Liga Norte
y de fuerzas análogas británicas y checas. Y, sobre todo, Pegida vuelve en una
coyuntura mucho más inflamable. Sus impulsores sienten que la llegada masiva de
refugiados ha confirmado las tesis que ellos defendían. Tommy Robinson, de la
Liga de la Defensa Inglesa, alerta a los oyentes de que las “invasiones
musulmanas” actuales suponen un reto para la civilización europea a la altura
de las cruzadas.
Nadie
sabe a ciencia cierta cuántos refugiados llegarán este año a Alemania, pero sea
la cifra que sea —800.000, un millón o incluso 1,5 millones, según los cálculos
más alarmistas—, la ola de refugiados ha situado al país ante un desafío
histórico. Y frente a la tesis de la canciller Angela Merkel —que sostiene que
Alemania es un país fuerte que va a saber salir de esta— las 20.000 personas
que ayer llenaban la plaza de la Ópera de Dresde, según las primeras
estimaciones aún no oficiales, exigían acabar con “el cuento de hadas
romántico” que cuentan los políticos; y aplicar de inmediato “deportaciones
masivas”, según el decálogo de peticiones con el que convocaron la marcha.
La
protesta frente a la ópera donde Richard Wagner estrenó, entre otras obras,
Tannhäuser, es solo un síntoma. Quizás sea su parte más ruidosa y menos
estética, pero refleja una intranquilidad que afecta a capas mucho más amplias
de la población. Distintas encuestas mostraban en 2014 que entre un tercio y la
mitad de los alemanes compartían algunos postulados de Pegida.
Y la
situación desde entonces ha empeorado. Solo así se explica que la hasta ahora
intocable Merkel caiga en las encuestas por debajo de colegas que muestran un
perfil mucho más duro contra los refugiados. O que el partido populista de
derechas Alternativa para Alemania, que hace unos meses parecía consumido por
sus luchas intestinas, sea el gran beneficiado de la crisis migratoria que
monopoliza el debate político en Alemania. Si hace unos meses caía por debajo
del 5% —el umbral necesario para obtener representación parlamentaria—, algunas
encuestas le dan una intención de voto superior al 7%.
“La
punta del iceberg”
Antes
de la protesta, desde su despacho de la Universidad Técnica de Dresde, el
politólogo Werner Patzelt aseguraba que las manifestaciones de Pegida
constituyen tan solo “la punta del iceberg” de lo que está ocurriendo en
Alemania.
“Una
parte importante de la población respalda algunas de sus ideas. No apoyan a sus
líderes relacionados con la ultraderecha ni sus proclamas más radicales, pero
sí ideas como que Alemania debe mantener su esencia o no es viable seguir
acogiendo a todos los refugiados que lleguen”, asegura este politólogo, un gran
crítico de la política de puertas abiertas de la canciller Merkel. Según una
investigación que elaboró su departamento, un cuarto de los participantes en
las marchas de Pegida se identificaba como de extrema derecha o radical. Los
tres cuartos restantes se veían a sí mismo tan solo como ciudadanos furiosos
con la evolución del país.
El
apelativo de “extrema derecha” lo usó el domingo por la noche el ministro del
Interior alemán, Thomas de Maizière, para referirse a los que acuden a las
llamadas de Pegida. El titular de Justicia, Heiko Maas, añadió ayer que el
movimiento xenófobo “siembra el odio que después se convierte en violencia”,
días después de que un militante de ultraderecha atacara con un cuchillo a la
candidata a la alcaldía de Colonia, Henriette Reker, la víspera de las
elecciones que ganó el domingo. “¿Cree que tengo cara de nazi? Estoy aquí
porque creo que la política del euro y de refugiados es una locura. No tengo
nada que ver con la ultraderecha”, respondía Torsten Knesse, uno de los pocos
asistentes que aceptó ayer hablar con EL PAÍS.
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