Cocina, cría
animales y camina sin dificultades
POTOSÍ (ANB / Erbol).- Asomé
la cabeza sigilosamente por la puerta entreabierta para ver si estaba en casa
doña Juana Jankjoña Tumiri. “¿Pitaj (quién, en quechua)?”, preguntó inmediatamente
con su voz aguda. Pero… si no hice
ningún ruido, ¿cómo se dio cuenta que alguien la observaba? “Sus oídos son
finos como los de un niño a pesar de sus 110 años”, se apresuró en explicar su
hijo Luis Paco. ¡Wuau, sorprendente¡ Y no necesita lentes para caminar, aunque
sí para leer. Es diminuta, mide casi un metro y medio, y calza 34. Tiene una
memoria privilegiada y nunca jamás tomó ningún medicamento para nutrir sus
neuronas.
“Nací en la Fiesta de la Cruz”, cuenta ella, es decir, un 3 de mayo, en
Pleno Tinku en la población de Pocoata, Potosí, Bolivia. Lo que no recuerda es
el año. El carné que le proporcionaron hace tiempo dice que tiene 98 años; es
decir, según las autoridades nació en 1914, le fijaron el año al cálculo como a
mucha gente de esta región del país debido a la falta de documentos. Si fuera
así, ella se habría casado a los 20 años con su primer esposo, Sergio Paco
Gareca, quien murió el 16 de marzo de 1940, después de haber retornado de la
Guerra del Chaco. Sin embargo, doña Juana recuerda que se casó a los 33 años
(“a la edad de Cristo”, repite), antes de la contienda bélica, lo que significa
que llegó al mundo a principios del Siglo XX. Su hijo mayor nació en 1935, tras
ser concebido en 1934. Tal vez una prueba científica pueda dirimir su edad, que
por ahora está definida en función de un papel con valor legal, pero no real,
pues algunas evidencias empíricas señalan que doña Juana ronda o rebasa los 110
años, entre ellas las de la gente que la conoce y que puede decir de ella
que en 1952, durante la Revolución Nacional, ya era una cincuentona.
Doña Juana tuvo ocho hijos, cuatro con su primer marido (Sergio Paco
Gareca) y cuatro con el segundo (Vicente Vigabriel Huanca). Tiene nueve nietos
y 10 biznietos. Y sabe el nombre de cada uno de ellos, aunque a ratos se olvida
de alguno, pero los reconoce tras procesar en su mente por algunos segundos
como una computadora que busca una información compleja.
¿Cuál la fórmula para ser longeva?
Juana Jankjoña no aplicó ningún consejo de longevidad ni de nutrición,
comió y sigue comiendo los alimentos que consumía desde niña: mote de maíz;
haba verde y choclo (en tiempo de cosecha), papa, chuño, carne (fresca o
charke), algo de leche y queso (cuando las ovejas tienen crías), tostado de trigo,
haba, pito, arveja, y, por supuesto, llajwua. “Mi Sergio (su primer esposo)
traía del campo, en las mulas cargadas, choclo, haba, leche, repollo y otras
verduras, también traía una oveja para ser carneada”, recuerda esta mujer
centenaria de facciones delgadas, rostro anguloso y mentón casi filoso.
Por supuesto, otro secreto de su larga vida es que sigue haciendo las cosas
que hacía de wawa: cocinar, caminar, pastar a sus burros, sus ovejas, dar de
comer a sus gallinas, recoger los huevos, venderlos y otras actividades
cotidianas. “Ella se cocina solita, además cocina rico, no acepta que le demos
nosotros (su familia)”, comentan sus nietas. “Sí, me cocino, aunque a veces
pongo los ingredientes a la olla sólo por cálculo, a ratos no veo bien”, certifica
Juana con su voz inconfundible de Ch’uta Paceño, aunque ella es pocoateña.
Tiene un sentido del humor típico pocoateño. Cuando hacíamos la entrevista
colectiva en quechua y la interrogaban acerca de su segundo esposo (Vicente),
ella se puso seria y dijo: “¿por qué quieren saber tanto de mí? ¿Para qué es?
(risas)”. Entonces su hijo Luis, más conocido como Lucho, le explicó: “son
periodistas, te van a pagar, te va a llegar otro sueldo desde La Paz”. Ella
sonrió y dijo: “sólo cómprenme con ese dinero un cajón para que me entierren”.
Memoria impecable
Definitivamente, a doña Juana no se le va (escapa) ni un detalle. Recuerda
a la perfección rostros, anécdotas, ademanes, hechos y oraciones. “Mi marido,
Sergio, era un buen boliviano, se murió el 16 de marzo de 1940, pasadito
carnaval, fue enterrado con banderas porque defendió a la Patria en la Guerra
del Chaco, el cura lo acompañó hasta el panteón”, recuerda.
“Por entonces, dice, no había vehículos, todos íbamos a pie a cualquier
parte del país. Llegábamos a Llallagua, población ubicada el norte de Pocoata a
más de 60 kilómetros, caminando en grupos; llevábamos la carga en mulas,
burros, caballos, tardábamos dos días”, apunta, sin dejar de parpadear sus
ojillos que, seguramente, cuando era jovencita se notaba lo achinados que eran,
pues, no por nada aún hoy le dicen “chjusa” Juana (de ojos rasgados en
quechua).
En Pocoata hay un templo Colonial, barroco-mestizo, con una nave y una
cúpula imponentes, el cual fue declarado monumento nacional; está en etapa de
reconstrucción desde hace casi 20 años, va de retraso en retraso debido a los
obstáculos que ponen algunos de los mismos pobladores. Juana recuerda que “ese
templo era hermoso, imponente, grande, donde se celebraban misas con armonio y
asistía mucha gente. Alrededor del templo no había casas, como ahora, sólo
estaban sentadas las panaderas que ofrecían su producto en canastas con
manteles blancos”, señala.
Y por supuesto, en la charla-entrevista no sólo el periodista es el que
pregunta, también lo hace ella y con fino humor: “¿Tú eres del Emilito (Emilio
Gómez López) su hijo? ¿Verdad? ¿Cuántos son? ¿Ya te casaste? ¿O sigues soltero
como mi hijo Lucho (de 77 años, en realidad viudo)?” (risas. “Aún no auelay”,
respondo. Procesa otra vez la información y recuerda: “Tu mamá y tu papá se
casaron aquí abajo, en la casa del Simón Gómez (ya muerto hace años), ahora
sólo vive en esa casa Mario, tu abuela Susana se fue a Cochabamba, nunca más
volvió”. ¡Vaya memoria¡ Y claro, recomienda, con toda la experiencia de la
vida: “No te vas a casar con mujeres celosas o mujeres que se van después de
una pelea, esas no sirven, tienes que vivir bien con ella, tienes que respetar
a tu Papá, a tu Mamá, ¿cómo les habrá criado, con qué sacrificio? Y tienes que
rezar al dormir y al despertar”.
Y se pone a rezar: “¡ay justo ahora me olvid! (bromea y causa risas otra
vez). Ya, ya recordé: Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, creador,
redentor mío…”
Fiestas
Uno puede hablar con ella horas, días, porque tiene tanto que contar,
recordar. “Antes las fiestas eran muy buenas, como la fiesta del patu (pulseta
entre dos personas montadas en sus caballos, quiénes de por medio tenían un
lazo y perdía quien soltaba el lazo ante la fuerza del vencedor; los jinetes
por no terminar derrotados se dejaban arrastrar, metros y hasta kilómetros tras
haber caído del caballo; el premio era una gallina, y, por supuesto, el honor),
donde participaban mulas y caballos gordos, bien alimentados”.
Durante la charla se abre una ventanita en su mente y recuerda los
nombres de sus padres: “Soy hija de Marcelino Jankjoña Villanueva y Juana
Tumiri Arteaga”.
Y otra vez congela tiempos y recuerda los villancicos de Navidad: “Ama
wuakjaychu Niñitu, serafines qanchasonkja, angeles adorasonqja, mamayqui
ñuñuchisonkja, wuachi, wuachi torito, torito de ambos colores, no me mates con
tus cuernos, mátame con tus amores”.
Impecable, canta sin perder ni una palabra ni el ritmo.
De las melodías navideñas pasa a las carnavaleras e interpreta coplas,
pasacalles, tonadas.
No sólo recuerda las letras de las canciones o los rezos o los detalles de
solidaridad que tuvieron con ella algunas personas, sino sus sueños, además los
interpreta a cabalidad. “Anoche no dormí bien, tenía diarrea, caminé toda la
noche; luego en la madrugada soñé con carne, estaba cortando la carne, estaba
cocinando, chayqja kollo (temores falsos); creí que me iba a enfermar más, pero
no, mis sueños dicen que no”, agrega.
Cuenta que generalmente ve en sus sueños a su nuera Bertha Ossio. “Siempre
la veo de profesora”, dice con nostalgia y hace una mueca de tristeza.
De pronto cambia su semblante y enfoca la mirada en su hijo Luis, que
enviudó hace casi cinco años; entonces le comentó: “Dice que tu hijo Lucho se
va a casar pronto por segunda vez con una argentina de Tucumán”. “(lo mira de
pies a cabeza) Ya es viudo así nomás se va a quedar, ya no va a poder casarse”,
responde y causa risas al desahuciar los afanes casamenteros de su hijo.
Juana Jankjoña Tumiri es una mujer que exhala vida y optimismo a sus 110
años. Vio pasar todo el Siglo XX, fue testigo de una Guerra, una Revolución y,
ahora, de un proceso llamado de cambio. A su edad asiste a las fiestas que la
invitan, como a la última, en diciembre pasado, cuando se casó una de sus
nietas, donde, además, se sirvió con gusto un plato de lechón al horno.
Doña Juana expresa una gran sabiduría respecto a la vida y las buenas
relaciones humanas: “Sé agradecido con la gente que te ayuda, entonces te
agradecerá a ti la vida; ama y respeta a las personas que te quieren, entonces
te amará Dios, a quien debes rezar al dormir y despertar porque gracias a él
tenemos la naturaleza que nos da vida”, dice en quechua y pide ser fotografiada
en el jardín al lado de una flor para ser conocida más allá de su pueblo,
Pocoata.
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